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libelistas200Por Giorgio Bongiovanni - 5 de Enero de 2015
La generación de los libelistas (o periodistas de poca monta) que reciben dinero del monarca no se ha extinguido, sino que aún hoy sigue vigente, más fuerte y más poderosa que nunca. Hoy como ayer tienen como oficio escribir mentiras que apuntan a ridiculizar y a perseguir a personajes que no agradan al poder. Y es la Historia misma la que nos lo ha demostrado. Durante la Revolución Francesa los libelistas del XVIII siglo atacaron a Voltaire, así como a otros filósofos y pensadores del iluminismo. En el siglo XVII le tocó a Giordano Bruno, entre otros, a aquel que provocó una verdadera revolución copernicana, al ensalzar la libertad de pensamiento y la justicia en contra de una Iglesia que ya en ese entonces se había dejado corromper por el poder y que, antes de ser arrestado, procesado y condenado a la hoguera, terminó siendo el blanco de los periodistas de poca monta de aquel entonces.

Los libelistas de hoy en cambio se lanzan en contra de esos magistrados que instruyen juicios en contra de los altos niveles de la mafia y del Estado que estipulan acuerdos sobre un escritorio, y por ello inevitablemente terminan siendo un blanco. Como es el caso del Fiscal Nino Di Matteo, acusado – escribe Filippo Facci en el periódico “Libero” – de ser “simplemente un hombre sin cualidades”, culpable de “colosales pérdidas de tiempo” como en el caso de los “15 años perdidos” por el juicio “Borsellino bis” y “ter” detrás de las declaraciones de un falso arrepentido como Vincenzo Scarantino. Para concluir con los “muy improbables atentados en contra de Di Matteo” planeados “por una mafia que sigue siendo obediente a ese viejo carcamán de Riina”.
Queremos aclarar algunos de estos pasajes que resultan ser una verdadera manipulación de la verdad por parte de quienes no tienen otro interés que el de la difamación y de la calumnia. En el caso de Scarantino la cuestión es mucho más intrincada y compleja. El arrepentido clave de las primeras investigaciones sobre la muerte de Paolo Borsellino en su momento realizó declaraciones falsas mezclándolas con otras que fueron verificadas efectivamente. Como por ejemplo la responsabilidad de los hermanos Filippo y Giuseppe Graviano y de todo el clan de Brancaccio, el uso de un FIAT 126 lleno de trotil para la explosión, o la participación en el atentado de Giuseppe Orofino, dueño de un taller mecánico y considerado como aquel que les aseguró las matrículas “limpias” para poner en dicho coche. El testimonio de Scarantino, según lo que se supo posteriormente, habría sido dictado por el jefe del grupo de investigaciones Arnaldo La Barbera (años más tarde se descubrió que había formado parte de los Servicios Secretos) con la precisa intención de despistar las investigaciones sobre el atentado de Via D’Amelio.
Hay que decir que Di Matteo, al comienzo de su carrera de magistrado, entró en las investigaciones cuando ya estaban en la fase conclusiva, y que luego desembocaron en el juicio “Borsellino bis”, al lado de magistrados mucho más ancianos y expertos en el pool antimafia coordinado por el Fiscal en Jefe Giovanni Tinebra, como los Fiscales Annamaria Palma y Carmelo Petralia. Fue en este contexto que también Di Matteo tomó declaraciones a Scarantino, cuya posición hasta ese momento era considerada absolutamente confiable por los demás magistrados que antes que él habían llevado a cabo las investigaciones.
Por no hablar, luego, del capítulo sobre los “improbables atentados en contra de Di Matteo”: nos vemos obligados a constatar una vez más, con gran dolor y tristeza que, probablemente por mala fe, la verdad de los hechos ha sido distorsionada intencionalmente. El Fiscal Di Matteo no ha sido condenado a muerte, como escribe el libelista de “Libero”, “por ese viejo carcamán de Riina”, sino por Matteo Messina Denaro, el último súper prófugo de Cosa Nostra. Y Riina, que si bien se encuentra recluido bajo el régimen carcelario del art. 41 bis desde hace veinte años y que conoce perfectamente la situación de la política italiana, así como también la de la mafia, no hizo más que avalarlo. “Hagamos algo grande, hagámoslo pronto así no nos preocupamos más” decía el Jefe de todos los jefes, interceptado en el año 2013 mientras hablaba con su compañero de la hora de aire Alberto Lorusso, exponente de la mafia de la región de la Puglia. Efectivamente, ya a finales de 2012, Messina Denaro envió a la mafia de Palermo una carta en la que ordenaba organizar el atentado en contra de Di Matteo. Algunos meses después Totò Riina, a pesar de estar encerrado en la cárcel de Opera igualmente estaba muy informado sobre las últimas novedades, manifestó su consentimiento para el proyecto de muerte. Ahora nos encontramos a principios del año 2015 y las recientes declaraciones del nuevo arrepentido de la familia mafiosa de Acquasanta, Vito Galatolo, nos revelan muchas de las hipótesis sobre la planificación del asesinato. Cuya orden hasta ahora no ha sido revocada. Los últimos resultados de las investigaciones, unidos al aumento de amenazas y condenas a muerte (ya sea de la mafia que de otros sectores) parecen ir en la misma dirección: aquella en la que, desde varias partes, se tiene que eliminar a uno de los obstáculos más peligrosos para las relaciones entre el Estado y la mafia, que seguramente no han dejado de existir a lo largo de los veinte años que han pasado desde que explotaron las bombas, en 1992 y 1993.
Pero esto, a los libelistas de mala fe que persiguen y ridiculizan a Di Matteo, queda claro que no les interesa.
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