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 rancias ideas200Por Saverio Lodato - 01 de Mayo de 2016

Han pasado treinta años de aquella gran época del “pool antimafia” de Palermo de Caponnetto, Falcone y Borsellino, que intentó, después de más de un siglo de convivencia italiana con la mafia, cambiar las reglas de juego poniendo a la magistratura siciliana en primera línea en contra de los poderes criminales. Un Gran Juego, o un Juego demasiado Grande, según los puntos de vista.
Hace rato que esa época terminó. Los protagonistas de ese titánico esfuerzo ya no están. A los jóvenes de hoy les cuesta entender por qué esa época fue tan breve y qué fue lo que impidió que se volviera estable y definitivo el compromiso que llamó la atención de todo el mundo, al punto tal de considerarlo como materia de estudio en el extranjero, en las universidades y en las escuelas de policía. Eran los años en los que si Italia era proverbial por la existencia de la mafia, lo era finalmente también gracias a que un indomable grupo de Jueces, policías, carabinieri, exponentes políticos, periodistas, empresarios, sacerdotes y ciudadanos comunes – todos ellos sicilianos – se plantaron como si fueran una represa inamovible frente a la expansión de Cosa Nostra y de sus ramificaciones con las instituciones, con el Estado y con el Poder.
Es inútil negar que esa gigantesca partida, que costó enormes sacrificios humanos, terminó con los atentados de Capaci y de Via D'Amelio. De hecho desapareció la ilusión, que había contagiado al mismo Giovanni Falcone, de que se había llegado al último acto y que la mafia tenía las horas contadas. El de profundis para esas esperanzas fue de una dramática y solar evidencia. Fue el final del Mito. Y marcó la derrota de los que habían creído en dicho Mito. Luego comenzó la época sucesiva. Aquella que dura hasta el día de hoy y de la que queremos hablar. Una época demasiado prosaica porque fue la emanación de una tácita convicción entre las partes: de que la mafia jamás podrá ser derrotada ni eliminada. Porque es demasiado fuerte, con demasiados contactos, demasiado protegida. Y – nosotros agregamos – porque resulta demasiado cómoda para muchos. Convivir con la mafia, se atrevió a decir hace muchos años un ministro de la República.
Pero es siempre mérito del “pool” si en estas últimas décadas otros siguieron sus pasos, como mínimo manteniendo en pie la infinita expectativa de que por lo menos dentro de cien, odoscientos años, la mafia habrá dejado de existir. Porque de esto se trata, de esto estamos hablando. Hay preguntas, a propósito de ello, que son tan escabrosas, por su obviedad, que no merecen una respuesta. Lo impide esa tácita convicción de la que hablábamos antes. ¿Acaso tiene sentido la existencia de una comisión parlamentaria de investigación que hace tiempo que ha superado los cincuenta años? ¿Es admisible, comprensible, aceptable, el grado de contaminación de la política, como cotidianamente se descubre ante nuestros ojos gracias a una montaña de interceptaciones telefónicas que a esta altura van de una punta a la otra de Italia? ¿Existe al menos una sola razón plausible que explique el hecho de que el destino de un Fiscal que se obstina en investigar sobre las connivencias entre el Estado-Mafia y sobre la Mafia-Estado no pueda ser más que la crucifixión mediática?
¿Y este Piercamillo Davigo (el magistrado que viene de otra gran época, la del “pool” de Milán y que luego se convirtió en Presidente de la Asociación Nacional de Magistrados) no es un poco indigesto para la gran mayoría de los exponentes políticos? ¿Cómo se atreve a ir a la televisión para ridiculizar las Verdades Reveladas por el Gobierno sobre las relaciones entre política y magistratura desmintiéndolas ante los ojos de millones de italianos?
Pero en esta época actual. Y es aquí y hoy cuando tenemos que tener en cuenta la herencia traicionada del “pool” de Palermo de hace ya treinta años.
Los frutos podridos de esta forma de ver la lucha en contra de la mafia están todos. Y los conocemos a todos. Es una infinita teoría de “casos” escandalosos, independientemente de cuáles sean las conclusiones judiciales específicas.
El “caso Montante”. El “caso Helg”. El “caso Saguto”. El “caso Lo Bello”. El “caso Maniaci”...
Hay quienes han hecho negocios con el empresariado anti mafioso. Hay quienes han construido carreras políticas de veinte años, o en nombre de las proclamas anti mafiosas, o en virtud de un parentesco con las víctimas de la misma mafia. Hay quienes han usado la antimafia como poderosa fuerza motriz para su carrera académica personal. Son los precios, quizás, que hay que pagar cuando se vive en una época prosaica. El cuadro es opaco. Son demasiadas las certezas que se han desvanecido. Son demasiados los lazos que se han cortado. Pero todo tiene un límite.
No se puede pretender además reciclar las rancias ideas fingiendo que son frescas del día. Y pretender hacerlo en nombre de las no muy especificadas “instancias fundativas” de una nueva antimafia.
La esencia de los ataques más violentos a los que se vio sometido Giovanni Falcone, mientras estaba con vida y era el Juez instructor del “maxi-proceso” en contra de Cosa Nostra, fue que “la magistratura no puede estar en contra de la mafia, y la única misión de los magistrados es la de perseguir los delitos individuales”. Recordamos perfectamente – y no solo nosotros – cómo terminó. Esa objeción fue admirablemente sintetizada por Antonino Meli, que en paz descanse, que le quitó el cargo que le correspondía naturalmente a Falcone – es decir, el de Jefe de la Oficina de Instrucción de Palermo, como sucesor de Antonino Caponnetto: “no hay mafiosos intocables, de la misma forma que no hay anti mafiosos intocables”. La referencia era específicamente sobre Falcone.
Podemos considerar que esa es la verdadera frase fundadora de las rancias ideas que están circulando en estos días.
El simple hecho de imaginar que pueda existir una “antimafia equidistante de los Fiscales y de los políticos” nos parece como mínimo algo blasfemo frente a cientos de magistrados y representantes de las fuerzas del orden asesinados en Italia por haber cumplido con su deber. Se parecería mucho a una extravagante “equidistancia entre policías y ladrones”. Es una idea que no nos convence.  

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La columna deSaverio Lodato

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