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aterrorizan200Por Saverio Lodato – 02 de Junio de 2016

Dejadme decir que Giorgio Napolitano tiene que sentirse aterrorizado todavía por el contenido de esas grabaciones de sus llamadas telefónicas, las de la vergüenza, con el imputado Nicola Mancino y de las que pretendió hasta obtener su destrucción, hace ya tres años, cuando el juicio que se está celebrando en Palermo sobre la Negociación Estado-mafia entró en su fase culmine. Dejadme decir que no debe dormir de noche, el ex Jefe de Estado, si hasta el día de hoy el Ministerio de Justicia, representado en la persona del acérrimo Ministro Andrea Orlando, ordena realizar inspecciones repentinas para verificar que esas cintas hayan sido destruidas efectivamente, que no existan otras copias, duplicados, o triplicados. Inspección “de documentos”, es el eufemismo utilizado, pero no deja de ser una inspección. Y lo es en todo sentido.

¿Con todos los misterios inconclusos que existen en Italia? ¿Con la enorme cantidad de atentados, de magnicidios, de homicidios que desde hace décadas se arrastran por las aulas judiciales sin llegar jamás al punto final de la verdad; esta es la emergencia del Ministro de un Gobierno que declara querer cambiar a Italia, a su sistema político, cambiar las relaciones entre la misma justicia y la política?

Uno se queda sin palabras. Pero estudiemos mejor la cuestión. La dirección de la Fiscalía de Palermo, que cuando la Corte Suprema ordenó la destrucción del contenido de esas grabaciones se encontraba al mando de Francesco Messineo, al insistir por enésima vez que no se habían verificado indicios penales, ordenó la destrucción y certificó oficialmente que la acción había sido ejecutada. Ahora Orlando vuelve a excavar, a buscar, haciendo conjeturas sobre el hecho de que la Fiscalía de Palermo predicó bien y actuó mal, dejándose una copia para futura memoria de aquellos escabrosos diálogos entre Mancino y Napolitano. Y quienes terminaron siendo blanco fueron los ya conocidos: Nino Di Matteo, Vittorio Teresi, Lia Sava, Francesco Del Bene, Roberto Tartaglia y Paolo Guido (y no nos olvidemos de Antonio Ingroia, que a este punto es “actor... no protagonista”, al haberse retirado de la magistratura, pero que aún hoy sigue bajo observación por parte de los amigos de los amigos). Todos Fiscales que tuvieron en sus manos esas interceptaciones telefónicas por razones de trabajo.

¡Qué grande y hermosa confianza tiene el Ministro en la palabra de honor de sus magistrados! ¡Qué ejemplo de transparencia significa considerar que las Fiscalías son ‘Suq Zoco’ (mercados árabes, ndr.) con túneles  y escotillas en las que ocultar armas contundentes en vista de futuros ajustes de cuentas con las demás Instituciones. Pero así es. Y entonces se vuelve sacrosanto, legítimo, obligatorio, y políticamente correcto, periodísticamente irreprochable, volver a interrogarse sobre lo que se habrán dicho los dos al hablar por teléfono. Mirad, no hay nada nuevo al respecto bajo el Cielo de la antimafia.

Recuerdo, pero es solo un ejemplo, cuando, hacia finales de la década de los '80, estalló el enésimo “caso Palermo” y el Ministro de Justicia de aquel entonces quiso controlar el trabajo de Giovanni Falcone y de Paolo Borsellino enviando a Sicilia a una delegación de inspectores a cargo de Vincenzo Rovello. Se trataba de comprobar si el “pool antimafia” estaba cumpliendo con su deber. Porque un fuerte coro de abogados de mafiosos, magistrados “equidistantes entre la mafia y la antimafia”, una élite de periodistas supuestamente garantistas alzaban la voz diciendo que Falcone y Borsellino estaban tergiversando las reglas del estado de derecho.

Vincenzo Rovello investigó, evaluó, ponderó y escribió un informe muy encomiable sobre el trabajo de esos magistrados que posteriormente se hizo público. El insistente coro se vio obligado a retroceder sobre sus pasos.

Y recuerdo, pero no es más que otro ejemplo, que una de las primeras iniciativas que tomó Falcone ni bien fue nombrado director de Asuntos penales, cuando se mudó a Roma porque le habían hecho imposible su trabajo en Palermo, fue la de “monitorear” todas las sentencias sobre mafia que llevaban la firma de Corrado Carnevale, pintorescamente definido por los periódicos como “el Juez mata sentencias”. Y esto fue porque los mafiosos que habían sido procesados por Carnevale en la Casación resultaban ser puntualmente inocentes y absueltos incluso pidiéndoles disculpa. ¿Acaso esta historia de Carnevale tiene que ver con la tormenta de las llamadas telefónicas entre Mancino y Napolitano? Según mi opinión si.

Falcone fue asesinado, Gian Carlo Caselli quedó al mando de la Fiscalía de Palermo y al tomar una posición visionaria en cuanto a la lucha en contra de la mafia, que no podría ser definida de otra forma, retomó el trabajo realizado por Falcone y llevó a juicio a Carnevale por “concurso externo en asociación mafiosa”. Pero Carnevale, que había sido condenado en segundo grado, fue absuelto. ¿Sabéis por qué? Porque los Fiscales habían aceptado y llevado a la instancia del debate judicial las declaraciones de los mismos colegas de Carnevale, muchos de los cuales habían contado cómo “el Juez mata sentencias” se preocupaba por darle una mano a los imputados por mafia indicando hechos y episodios específicos. Pero – sentenciaron los Jueces de la Suprema Corte – como las sesiones de la Casación se encontraban amparadas por el secreto no podían ser transmitidas a la opinión pública.

El siguiente es el fragmento transcripto textualmente: “El Juez penal tiene la obligación de abstenerse de declarar, como testigo, en lo que respecta a lo que ocurre en las Cámaras de Consejo, cuando los magistrados deciden sus veredictos en absoluto secreto”. Y hay más. Los periódicos, que en aquella época eran algo más reacios con respecto a la actualidad en cuanto al mordisqueo de los poderes fuertes, publicaron las interceptaciones telefónicas a cargo de Carnevale. En una de ellas, el simpático “mata sentencias”, hablaba con mucha claridad: ¿Giovanni Falcone? “Es un cretino”. ¿Giovanni Falcone y Paolo Borsellino? “Los ‘dioscuri’”. ¿Su sacrificio? “No habría llevado sobre mis hombros determinados ataúdes... Respeto a ciertos muertos, a otros no”.

Y cuando los periodistas le recriminaban que hiciera tales declaraciones salió airoso diciendo: “Es cierto que tenía una estima negativa hacia Falcone y Borsellino, pero nadie, excepto el Papa, es infalible y el mío es un juicio técnico profesional”. Pero Carnevale fue absuelto y absuelto quedó, a pesar de Falcone y de Caselli.

¿Por qué me puse a tocar historias tan viejas? Por la simple razón de que ni siquiera las escuchas telefónicas de Carnevale fueron consideradas “penalmente relevantes”. ¿Acaso existe una ley que impida definir a Falcone como un “cretino”? No. ¿Acaso existe una ley que obligue a un ciudadano a llevar sobre sus hombros a los fieles servidores del Estado, asesinados por la mafia? Claro que no. Pero eso no quita que quienes hayan pronunciado frases como esas, en el caso de que las mismas llegaran a la opinión pública, tendría que sentir al menos un poco de vergüenza. ¿No creéis que si Carnevale hubiera tenido el poder de pedir la destrucción de las interceptaciones de sus conversaciones telefónicas no lo habría hecho? Claro que si. Sería evidente, humano, casi.

Y regresemos a Napolitano. Quien, en cambio, tuvo ese poder y lo utilizó. Lo hizo – dijo en la época de los hechos – para tutelar el cargo de Jefe de Estado. ¿Pero hoy? ¿Teme que dichas llamadas telefónicas caigan en manos de los históricos del futuro? Pero esta no puede y no tiene que ser la preocupación de un Ministro de Justicia actual.

Y en cuanto a Napolitano, para terminar, si en dichas conversaciones no hay nada comprometedor para su persona, que se decida a hacerlas públicas por sí mismo, de una vez por todas.

De lo contrario que no se sorprenda si alguien le sigue pidiendo que rinda cuentas por ello infinitamente.

Es también por este motivo que existe la prensa y la libertad de prensa.

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