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dallachiesasaverio200Por Saverio Lodato - 04 de Septiembre de 2016
Dalla Chiesa fue arrastrado adentro del remolino de las complicidades entre el Estado y ambientes peduistas, mafiosos, y servicios secretos, economía sucia, y entes de investigación a sueldo, empresarios de la construcción sicilianos que trabajaban en Catania y que fueron abarcando con sus manos incluso Palermo; así como también ambientes de la Palermo respetable y clanes demócrata-cristianos que contaban con un gurú llamado Vito Ciancimino.
Dalla Chiesa fue asesinado, junto a su mujer Emanuela Setti Carraro, porque el Poder romano, personificado por el inmarcesible Giulio Andreotti, lo envió a la trinchera más avanzada de la Italia de esa época pero sin asignarle, metafóricamente hablando, ni un casco, ni un chaleco antibalas.
Dalla Chiesa fue ascendido a  prefecto, pero sin los poderes correspondientes a un prefecto, porque tenían que improvisar un oficial con la pluma (el sombrero típico de los carabinieri lleva una pluma, ndr.) ya que unos días antes de su llegada, que él mismo adelantó con un ejemplar sentido del deber, ya habían sido debidamente eliminados por el mismo remolino antes mencionado Pio La Torre, secretario del PCI siciliano, y Rosario Di Salvo, militante del mismo partido, que se había ofrecido para ser su chofer.
Dalla Chiesa transcurrió los así llamados “cien días” en una espasmódica carrera contra el tiempo que, lamentablemente, al final terminó siendo nada más y nada menos que una macabra cuenta regresiva.
Dalla Chiesa dedicó los así llamados “cien días” para entender, conectar viejos indicios que años antes había comenzado a descubrir en Corleone, siempre como fiel oficial del Ejército, refrescar su memoria sobre los nombres de los cuatro “caballeros del trabajo” (empresarios de la construcción mafiosos) de Catania que hacían y deshacían, a base de sobornos, los venerables Gobiernos de la “Autonomía Siciliana” en el Palazzo d'Orleans (sede de la Presidencia de la región Sicilia, ndr.), que ya en aquel entonces era el centro del hampa.
Dalla Chiesa recorría las escuelas para hablarle a los jóvenes.
Lo hacía porque creía que la lucha en contra de la mafia no era una incumbencia exclusiva de los “especialistas en la materia” -, en este sentido pensaba igual que Rocco Chinnici, el jefe de los Jueces Instructores que, unos años más tarde terminaría igual que él -, sino de toda la sociedad civil.
En otras palabras, trabajaba y buscaba consenso.
Pero el hecho es que al trabajar multiplicaba exponencialmente la cantidad de sus enemigos.
Dalla Chiesa, en Palermo, era detestado, odiado, había quedado bajo la mira desde el primer día que llegó.
En Palermo nunca antes una ejecución como la suya había sido anunciada, reivindicada, proclamada, favorecida y, finalmente, perpetrada.
Ya han pasado 34 años.
Quienes lo asesinaron fueron tanto el Estado-Mafia como la Mafia-Estado de esos años, que coincidían totalmente en la idea de eliminarlo.
Pero Dalla Chiesa no era un imprudente. No era un paladín de la antimafia. Sabía que estaba manipulando nitroglicerina pura. Y quiso ser precavido, pensando en la posteridad, al escribir en su diario top-secret que guardaba celosamente en la caja fuerte de su casa, en Villa Pajno, sede de la Comisaría de Palermo, que para él era el lugar más seguro del mundo.
De esta costumbre suya de no escribir en el agua, sino negro sobre blanco, estaban al tanto sus familiares y lamentablemente incluso algunas personas de su entorno laboral.
Dalla Chiesa podía pensar cualquier cosa menos que el lugar más seguro del mundo, la caja fuerte ubicada en la Comisaría, iba a quedar expuesto al robo a manos de manitas y manotas de ese Estado-Mafia y de esa Mafia-Estado con los que precisamente él se había tenido que topar.
¿Cuál sería el motivo por el cual tener  un diario si uno está convencido de contar con el Estado a la espalda?
¿Cuál sería el motivo por el cual tener  un diario si uno está convencido de contar con el Escuadrón de Carabinieri a la espalda?
¿Cuál sería el motivo por el cual tener un diario si uno está convencido de contar a la espalda con exponentes del Poder Romano que te acaban de nombrar Prefecto diciéndote que te mandan allá “para ganar la batalla campal en contra de la mafia”?
Algunos dicen: y ¿cuál sería la prueba de que fue el Estado, en su dualidad, el que lo mandó a Palermo precisamente para que lo asesinaran?
Caramba: a la caja fuerte la vaciaron. Y su diario nunca más se encontró. ¿Qué más queremos?
Falcone también, años más tarde, escribió un diario que jamás se encontró.
Borsellino también tenía una “agenda roja”, en la que escribía todo, que jamás se encontró.
“El muerto que camina” tiene que morir, pero el muerto no puede dejar sus pensamientos, ni sus descubrimientos por escrito.
Otra moraleja que, 34 años más tarde, no logramos ver.
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*Foto portada: www.urbanpost.it

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