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normandia200Los periodistas y el desembarco en NormandíaPor Saverio Lodato – 12 de Septiembre de 2016

Asesinados por el invasor. Sacrificados en el altar de la Patria. Fallecidos en combate para que nuestro futuro fuera mejor. Vidas destrozadas, lejos de casa, de sus familias, de sus afectos. Páginas que ahora ya se han desteñido de una historia ya pasada. Páginas que otros, ahora, querrían volver a escribir. Quedan los refugios antiaéreos, los cráteres, las pasarelas de madera tambaleantes, en las que pusieron pie Churchill y De Gaulle, las banderas de las naciones, las banderas de los regimientos, las carrocerías de los camiones, de los tanques de guerra, de los jeep, de los aviones derrivados, los cañones y las ametralladoras erosionados por la salinidad, los pequeños hospitales de campo, las fotos de las enfermeras de la Cruz Roja, los puñales oxidados, las cámaras fotográficas de bolsillo usadas por los espías, los radio transmisores, los uniformes gastados...

Quedan los museos en los que se exhiben los plásticos y los mapas de las 5 playas del desembarco con sus nombres en código: "Utah", "Omaha", "Gold", "Juno", "Sword", acompañados por los nombres de los generales aliados y alemanes que se enfrentaron hasta morir. Además se pueden ver los grandes documentales de cinerama que inspiraron a Spielberg para su película: "Salvar al soldado Ryan".

Pero no estamos, y eso se nota inmediatamente, en los Universal Studios de Hollywood.

Cae una llovizna persistente, entre las cruces blancas del Cementerio Norteamericano de Colleville-sur-Mer, una gran extensión de césped verde, en la que se pierde la vista, de lápidas y nombres que han sido contados puntillosamente y alcanzan la cifra de 9387 soldados estadounidenses caídos en las playas del D-Day. Y los guías se encargan, igual de puntillosamente, de especificar que el número de los muertos censados no superó el 40% de las pérdidas reales ya que son muchos los que, por voluntad de sus parientes, hoy se encuentran sepultados en Norteamérica.

Hay turistas de todas partes del mundo. Gente de todas las edades. Hay personas recubiertas de medallas y condecoraciones que avanzan en sillas de ruedas, empujadas por sus nietos nacidos después del desembarco. Pero no se respira un aire de kermesse de pueblo. Si no fuera por el arrullo de las palomas el silencio sería inmenso.

Los cementerios sirven. Y las lápidas sirven. El mármol blanco sirve y sirven los buriles. De lo contrario ¿qué más nos quedaría para contarnos la historia del hombre?

Transcurrir unos días en esta parte de Normandía, volver a visitar lugares y reliquias de la invasión aliada en Francia que sirvió para cerrar en una encrucijada al ejército nazi, es algo útil para todos.

A los que tienen un conocimiento cinematográfico sobre dichos hechos, a los que todavía no habían nacido, a los que no tienen certezas sobre las verdaderas dimensiones de esa carnicería que, junto al avance soviético en el corazón de Europa y a los veinte millones de muertos, fue decisiva para el resultado del Segundo Conflicto Mundial. Y sería muy útil para esos negacionistas que, como tales, no están en condiciones de saber leer el presente y que ahora reivindican un idiota “derecho al olvido”.

Está el cementerio de los norteamericanos y están los de los ingleses, de los canadienses, de los polacos... Lo que cambia es el color de las cruces, son los números, las localidades, pero en todos lados parece que lo que ha quedado en exilio es la retórica.

Así fue como en mayo de este año, mientras paseábamos casi por casualidad por el cementerio de guerra de Bayeux, donde se encuentran los restos de los soldados del Commonwealth, otros miles de cadáveres para que quede claro (4848), nos encontramos, a algunos cientos de metros de distancia, con el "Memorial des Reporters", construido por voluntad de la ciudad de Bajeux en colaboración con la asociación "Reporters Without Borders".

Un bosque espeso de cipreces está ocupado por lápidas verticales en las que se leen – igual de puntillosamente que en el caso de los militares caídos -, nombre, apellido, fecha de nacimiento y de muerte, de los más de dos mil periodistas que han sido asesinados en el mundo a partir de 1944, año del desembarco en Normandía. Quienes los asesinaron fueron los militares, los régimenes, los golpes de Estado, los traficantes de armas, los traficantes de droga, los “Países civiles”, los fantasmas de todas las religiones, etc, etc, etc...

En cambio a “nuestros” colegas los mató la mafia.

Es por ello que en esas lápidas, en su año correspondiente, están los nombres de todos los periodistas sicilianos asesinados precisamente a manos de la mafia.

No sabía que existiera ese lugar. Un lugar como ese, tan sobrio, tan impresionante.

No sabía que una mano inteligente hubiera decidido equiparar para que las personas por venir pudieran recordar a los soldados que desafiaron a los nazis y a los escritores de palabras que combatieron a “otro enemigo”.

Y yo también, casi poseído por el demonio de la puntillosidad que sobrevuela por aquí, fui a buscar, a comprobar, a verificar.

Mauro De Mauro, Mario Francese,Giuseppe Fava,Mauro Rostagno, Peppino Impastato…: sus nombres están todos allí, como para recordarnos cuál es el valor de un oficio.

Sentí un poco de desilusión al leer, en la lápida de 1972, el nombre de "Giovanni Spampanato".

No. No se llamaba así el periodista del periódico "L’Ora" de Palermo asesinado por los mafiosos. Se llamaba: Giovanni Spampinato.

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Y como en un lugar de ese tipo no se pueden admitir errores de ortografía no tendría que ser difícil retirar esa placa de mármol y corregir el nombre.

De hecho todos ellos están ahí para recordarnos que por las “palabras” se puede morir.

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La columna de Saverio Lodato

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