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contrada200Por Lorenzo Baldo - 07 de julio del 2017

Probablemente Bruno Contrada esté en lo cierto cuando afirma "haber servido con honor al Estado". La pregunta retórica que sigue es: ¿a qué Estado sirvió? Desde luego, no al de Giovanni Falcone y Paolo Borsellino. Ni al de Boris Giuliano, Carla del Ponte, Antonino Caponnetto, Mario Almerighi y otros que habían alimentado por él una fuerte sospecha. Por cierto, Contrada ni siquiera ha servido al Estado de Laura Cassarà, viuda de Ninni, uno de los colegas de Contrada en la Jefatura de Policía de Palermo, asesinado por Cosa Nostra mientras él estaba en connivencia con la mafia.

Ante los jueces de Palermo testigos importantes han reiterado que Contrada pasaba información a Cosa Nostra y que, incluso, se habría encontrado con algunos jefes como Saro Riccobono y Calogero Musso. Este es, sin dudas, otro Estado. Uno que Contrada utilizó para sus propios fines, utilizándolo como chivo espiatorio, para luego lanzar una señal oblicua a modo de fetiche al que se rinde culto. Un fetiche usado instrumentalmente por aquellos medios de información que trafican con su convicción de "efectos penales inaplicables e improductivos" como una especie de historia de la absolución en su totalidad, como si se hubiese hecho un proceso de revisión. Uno falso. Tan de moda en nuestro país.

No se debe olvidar de ninguna manera que las sentencias han establecido hechos objetivos y por lo menos perturbadores contra Contrada: la licencia de conducir otorgada a los jefes Stefano Bontate y Giuseppe Greco; haber facilitado la evasión de Totò Riina y la fuga de Salvatore Inzerillo y John Gambino; haber tenido una relación privilegiada con Michele y Salvatore Greco; haber revelado secretos de investigación a la mafia. Por no mencionar el caso de Oliviero Tognoli, el empresario de Brescia arrestado en 1988 en Suiza, acusado de ser un reciclador de la mafia. Para la jueza Carla del Ponte, quien lo había interrogado en Lugano junto con Giovanni Falcone, Tognoli admitió que quien lo hizo huir de Italia fue el propio Contrada, pero luego, literalmente aterrado por ese nombre, se negó a dejar constancia en el acta. Para luego retractarse. Unos meses después Cosa Nostra intentó eliminar al juez Falcone y a la doctora Del Ponte con la bomba en Addaura. Un intento fallido, sobre el cual aún permanecen las sombras persistentes de la mafia y de los servicios secretos.

Las señales que llegan hoy desde el Palacio de Justicia de Roma ponen, inevitablemente, el dedo en la llaga de nuestra frágil democracia. Que como nunca en este momento aparece vulnerable y a merced de un sistema de poder refractario a la Justicia con J mayúscula. Un sistema de poder que está listo para aceptar con benevolencia las demandas de un jefe de la Cosa Nostra como Totò Riina y las de un ex poderoso condenado por mafioso como Marcello Dell'Utri -en una suerte de efecto dominó-, los que se preparan para sacar provecho ante ese Estado que a todos los efectos han servido con "coherencia" y con  "honor".

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