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derechos200YO, JUDÍO Y LOS DERECHOS DE LOS PALESTINOS
Por Moni Ovadia - 29 Agosto 2014
El conflicto israelí-palestino es uno de los problemas centrales de nuestro tiempo en el plano real, pero aún más en el plano de la percepción simbólica, aunque en realidad tiene que ver con un número limitado de personas con respecto a las multitudes de los grandes escenarios incandescentes. ¿Por qué es tan importante? Según mi opinión porque, además de las razones  circunstanciales que lo definen, evoca repetidamente en la dimensión fantasmagórica, el espectro del antisemitismo, el que tuvo consecuencias catastróficas, el Shoah (Holocáusto), pero también el de su doble negativo, la víctima que se convierte en verdugo. El Shoah no solo ha expresado en sí mismo el mal absoluto, sino que además ha cambiado definitivamente nuestra visión antropológica del mundo y ha modificado las categorías de pensamiento y de lenguaje. Hoy, la memoria del Shoah entra en el conflicto en el plano del imaginario colectivo produciendo rebound psicopatológicos que meten en jaque no solo el diálogo entre posiciones diferentes, sino también a la posibilidad misma de elaborar un estudio crítico sin provocar reacciones histéricas o furiosas.
Muchos judíos en Israel y en la diáspora, reaccionan psicológicamente a cualquier reflexión severa como si, en lugar de vivir en Tel Aviv o en París de 2014, vivieran en Berlín de 1935. Ahora, como yo también soy judío, por deber de honestidad intelectual es justo que declare mi posición porque la misma no es para nada neutral. Afirmo mi plena adhesión a los derechos del pueblo Palestino, no en contra de Israel, sino porque su reconocimiento es, según mi opinión, precondición para cualquier negociación que lleve a la paz. Creo que la responsabilidad principal, no exclusiva, del actual desastre, tiene su origen en la ocupación que ya lleva cincuenta años por parte del ejército y de la autoridad israelí y la correspondiente ilegítima colonización de las tierras que pertenecen a los palestinos según los decretos de la legalidad internacional. En Gaza, la “ocupación” siempre fue ejercida por parte de la autoridad civil y militar de Israel con un asedio ininterrumpido y ello implica el control absoluto del ingreso y egreso de mercaderías y de personas, del espacio aéreo, marítimo, de los recursos hídricos, energéticos y hasta incluso del registro civil.

Los túneles, de alguna forma, son una respuesta a esta situación. Los misiles lanzados en contra de la población civil de Israel son una acción de guerra ilegal según las convenciones internacionales, pero no se puede fingir que nos olvidamos que un asedio en sí mismo es una acción de guerra.
Ha sido una práctica sistemática de los últimos gobiernos israelíes el mantenimiento del status quo a través de la política de las acciones realizadas, y de hecho el mantenimiento del status quo impide que se utilice cualquier otro camino como el de la negociación. Lo demuestra la constante falta de acuerdo con Abu Mazen quien, a cambio de su gran disponibilidad a negociar, no ha recibido más que humillaciones incluso por parte del falso mediador estadounidense.

Ahora, la política del status quo significa contextualmente su empeoramiento y el ineludible estallido de los cíclicos conflictos con Hamas que desembocan en la devastación de Gaza, un terrible recuento de víctimas civiles palestinas y, afortunadamente en el plano humanitario, un exiguo número de víctimas israelíes, sobre todo militares. Eso no significa que no sean víctimas y que su muerte no sea un luto.

Los celotas pro israelíes cuando escuchan o leen estas críticas opiniones mías, inevitablemente reaccionan con insultos, maldiciones e invectivas. Corresponden al tipo: “Eres un renegado, un enemigo del pueblo judío, judío antisemita, o judío que se odia a si mismo”. La crítica por parte de un judío de la diáspora a la política de los Gobiernos israelíes puede ser considerada como traición, antisemitismo, u odio hacia si mismos solo si se enmarca en una identificación nacionalista de judío, israelí, pueblo judío, pueblo de Israel, Estado de Israel, de su Gobierno y de “tierra prometida”. Pero si alguien, con una posición crítica, se atreve a hacer notar esa peligrosa identificación es allí donde comienzan a recaer sobre el incauto las difamatorias acusaciones de antisemita, o antisionista, que, para muchos “amigos de Israel” – incluso personas de indiscutible nivel cultural -, es lo mismo. El carácter fantasmagórico de la percepción de la crítica como amenaza provoca irracionales reacciones furiosas que producen aluviones de tweets, de emails dirigidos a las oficinas de prensa y de externaciones en Facebook en las que el derecho a la incontinencia mental está garantizado por la independencia de la Red. 

La obsesión del nuevo Shoah detrás de la puerta provoca procesos de permanente victimización que se funden con los complejos de culpa occidentales, legitimando una “industria del Holocausto” que hace un uso instrumental y chantajista de la memoria de la terrible catástrofe con fines de propaganda, como explica perfectamente un ensayo de Norman Finkielstein, un escritor judío estadounidense.

Ésta, según mi opinión, es una de las consecuencias más alarmantes y cínicas de la memoria misma a la que se prestan no pocos políticos europeos reaccionarios, o ex-post fascistas, quizás dejándose entrevistar a la salida de una visita al museo de algún campo de concentración nazi para declarar: “¡Me siento israelí!”. Ésta es una forma de sacar “provecho” del horror en favor de los herederos de las clases políticas europeas que no se opusieron entonces al nazismo y al antisemitismo y hoy dejan chapotear  tranquilos, en la Europa comunitaria, a neonazis de toda calaña. En aquel entonces la infame Europa del mainstream de sus clases dirigentes conservadoras se quedó mirando el trabajo sucio de los nazis colaborando o, en el mejor de los casos, permaneciendo indiferentes. Después de la guerra estos señores se dedicaron a tratar progresivamente “el problema judío” “exportándolo” con tono colonialista en Medio Oriente. Hoy buscan credibilidad y virginidad israelianizando tout court al judío con una mortificante homologación.

Lamentablemente a esta estrategia se prestan también los directivos de gran parte de las instituciones judías, como ha demostrado el caso de la cantante Noa. La artista israelí tenía que dar un concierto en Milán, organizado por Adei Wizo, una organización femenina judía. Pero Noa, por el simple hecho de haber expresado su opinión de que la culpa del último conflicto de Gaza era de los extremistas de ambas partes, se vio obligada a cancelar el concierto. Este episodio demuestra que ni siquiera una declaración equilibrada, ni siquiera si la hace una ciudadana israelí, es aceptable para quienes pretenden homologar al judío con el israelí, salvo que luego se enfurecen indignados con quienes desenmascaran el intento
Por otro lado, “ultras pro-palestinos” se ejercitan en la gratificante hazaña de hacer de Auschwitz, del nazismo y de la cruz esvástica, objetos contundentes que arrojar contra el judío en Israel y a menudo contra el judío tout court, pero sobre todo contra el suspirado  judío omnipotente de la mítica lobby judía. El intento es el de demostrar que Israel es como la Alemania de Hitler y que los judíos se comportan como la SS. Por debajo está la vocación imposible y obscena de igualar las cuentas para neutralizar el arma de la Memoria. Pero esta subcultura pseudopolítica, en lugar de escandalizar, choca por su deprimente grosería. Sería fácil demostrar lo absurdo de tales desvaríos, además siempre se produce una especie de bumerán que perjudica a la causa palestina. Todo esto le interesa muy poco a quienes tienen que calmar su narcisismo militante, además, este tipo de militancia que se expresa con el eslogan de “extrema izquierda” y hogueras de banderas tiene inquietantes puntos de contacto con la de los neonazis que, con tal de satisfacer su inextinguible sed de antisemitismo, se apunta entre los “ultras pro-palestinos”. Para denunciar la opresión del pueblo palestino hay un lenguaje puntual y conceptos jurídicos elaborados por el derecho internacional. Es insensato proyectar el imaginario de la memoria del Shoah hacia comparaciones inaceptables. Incluso los edictos de antisionismo son poco sensatos, poco centrados y no tienen en cuenta las articulaciones del fenómeno.

Según mi opinión, el Sionismo en si mismo se ha extinguido hace mucho. Pero de este también han quedado proyecciones fantasmagóricas mientras que en la realidad la ideología de la derecha reaccionaria dominante en Israel es un ultranacionalismo del “gran Israel” comprometido con el fanatismo religioso. Del Sionismo ha quedado el espíritu del erróneo eslogan de los orígenes: “Un pueblo sin tierra por una tierra sin pueblo”. Aún hoy, a distancia de más de un Siglo, la derecha reaccionaria de Netanyahu ha embrazado nuevamente esa miopía militante que desearía eliminar en los palestinos el status de nación y de pueblo.

Pero en estos últimos días hasta incluso el halcón Bibi, poniéndole la mordaza a los que son más halcones que él en su Gobierno, ha intuido que en el sangriento polvorín medioriental una tregua “duradera y permanente” con Hamas es más deseable que hacer una masacre de civiles inocentes. Según mi opinión lo que es de vital necesidad en Israel es que su clase dirigente se arme de conciencia crítica y de previsor pragmatismo para abandonar la victimización y la propaganda, así como también escuchar las críticas más duras como un aporte y no como un peligro. Está claro que una tregua no hace la primavera ni tampoco una manifestación de la frágil oposición que hace unos días ha vuelto atrevidamente a mostrarse en la plaza Rabin para hacer escuchar un idioma diferente al del chauvinismo militar. Pero son vislumbres de una posible alternativa a la asfixia de la guerra.

Extraído de: Il Fatto Quotidiano del 29 de Agosto de 2014

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