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“UN VEINTENAL ORWELLIANO”
chiesa-giulietto-mega6Giulietto Chiesa – 9-10-09
Lo que más que nada tendría que atraer la atención de los organizadores de las mil y una manifestaciones en celebración de la caída del muro de Berlín, es el hecho de que hace veinte años las expectativas, las hipótesis sobre el futuro que nos esperaba, el cambio que la historia se preparaba a experimentar, eran completamente equivocadas.
Desgraciadamente nadie lo hace. Los “celebradores”, que generalmente son los modestos secretarios de los epígonos de aquellos que se consideran los vencedores de la guerra fría, repiten el mantra sin pensar demasiado. Una de las cosas más hilarantes notadas en estos meses, en las preparaciones del festejo victorioso, es la reaparición en escena de Lech Walesa y de Solidarnosc: ambos invitados por el culto y la ínclita para contarnos como fueron ellos, ellos en primer lugar, quienes provocaron la caída del muro. Sintiendo esa evocación siento un casi instintivo impulso de hilaridad, como cuando escucho a alguien que todavía hoy, como si no se hubiera dado cuenta de donde estamos, cita todavía al Francis Fukuyama que hay que decir que con gran ímpetu y sentido de los negocios, aunque no precisamente con previsión profunda, sentenció el sobrevenir del “final de la historia”.
Para los más jóvenes ya se trata de algo pasado, en éste caso merecidamente en verdad. Pero para quien no es tan joven, fue un momento emocionante de verdad descubrir que, más allá del océano habían redescubierto al gran filósofo Hegel y lo habían encuadrado a su pesar, en la celebración hollywoodense de la aseveración final del Espíritu, sub especie de los Estados Unidos de América.
Bromas aparte, sin embargo, valdría la pena preguntarse ¿cómo puede ser que nos hayamos encontrado con éstos resultados?
Se sabe que el hombre es falible y que leer en el futuro ha sido siempre difícil. Pero en este caso ha sido la ideología (en el preciso sentido marxiano de la “falsa consciencia”), que nos ha jugado a todos una malísima broma, obnubilando cada veleidad profética.
Creyeron haber vencido y celebraron su victoria – y en realidad fue su victoria – sin preguntarse cuánto habría durado. El “cuánto” no les preocupaba, habiéndola considerado inmediatamente como “final”, precisamente eterna, como Fukuyama se había apresurado en calificarla. No pudiendo imaginar que apenas diez años después – y diez años son de verdad un suspiro – habrían tenido que celebrar un mar de dificultades.
Por lo tanto, para decirlo brutalmente, la celebración se hace en el signo del “final del comunismo”. Solo que sucede en el momento en el cual la sociedad de vencedores (que no podemos llamarla sociedad del capitalismo porque en el entretiempo el mismo capitalismo se ha vuelto tan irreconocible, que mirándose en el espejo, como Dorian Grey, no creería a sus propios ojos) está en medio de la más grave crisis de su propia historia.
Crisis múltiple, crisis de límites, crisis sin vía de salida visible, callejón sin salida. Y también la ausencia de ideas, estupidización de las clases dirigentes, agonía de los valores, comenzando por aquellos de la democracia liberal y terminando con el mundo actual, en el cual las élites se vuelven cada vez más similares a las bandas criminales y cuando no son eso mismo, se asocian a los criminales y los cubren cubriéndose.
En resumen: han perdido el control. Y de frente a ellos sobresalen desmesurados interrogantes y ninguna certeza. ¿Era esto lo que se pensaba en 1989?
Nada de todo esto era imaginable. Sin embargo recuerdo a Mikhail Gorbaciov, cuando emprendió su perestroika, dijo una frase que me ha quedado grabada: “perestroika para la URSS, pero también para el mundo entero”. Como ha sucedido en otros momentos de transición históricos, existen mentes que saben vislumbrar, aunque no lo puedan dominar, lo que está por suceder. Estaba claro que en la URSS habría problemas inmensos, sacudía todo el panorama mundial, levantaba olas gigantescas que se habrían quebrado, como una serie de tsunamis (la palabra la hemos inventado después) en costas incluso muy lejanas. Algo muy similar lo había dicho, años antes, otro grande del siglo XX, Enrico Berlinguer, con algunas advertencias que quedaron sin ser escuchadas, porque antes que nada, no fueron comprendidas: la austeridad, la cuestión moral, la inevitable diversidad que conservar para quien se ponga el objetivo de cambiar las cosas.
Sucede que las mentes limpias, éticamente limpias pueden producir grandes ideas. Generalmente son derrotadas, pero esto nunca significa que sean perdidas.
Por lo tanto, diez años después de la caída del muro tenemos que celebrar sólo la estupidez del Occidente vencedor y su incultura, además de su egoísmo. Pero éste occidente en plena e irreversible crisis (pues salga o no salga de ella, no será más el occidente que conocemos), está tratando de aplicar las reglas orwellianas: quien controla el pasado controla el futuro; quien controla el presente controla el pasado. A esto sirven las celebraciones de éste decenal, solo que ellos ya no controlan ni siquiera el presente.
Por esto creo que le tocará a la próxima generación hacer el gran esfuerzo, si es capaz, de reescribir la historia que los vencedores han borroneado. Fuente: Megachip y AntimafiaDuemila.

 

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