Pin It
Por Lorenzo Baldo – 17 de abril del 2020

"He muerto muchas veces. La primera, cuando Chile fue sacudido por el golpe de Estado; la segunda cuando me arrestaron; la tercera cuando encarcelaron a Carmen, mi esposa; la cuarta cuando me quitaron el pasaporte. Y podría continuar". Esta vez Luis "Lucho" Sepúlveda se ha ido realmente. Y el vacío que deja en este mundo de payasos disfrazados de intelectuales parece imposible de llenar.

"¡Resiste al coronavirus, Luis Sepúlveda!", escribió nuestro columnista Saverio Lodato el 2 de marzo pasado mientras el escritor chileno luchaba contra el Covid-19 en el hospital de Oviedo, España. "Son tantas las páginas maravillosas que has escrito, recordó Lodato. ¡Y sobre los Benetton has dicho cosas que nadie en Italia ha tenido el coraje de escribir!".

"La sangre mapuche es fuerte y esa sangre corre por mis venas", dijo el propio Sepúlveda hace unos años, recordando los orígenes de su madre; era una forma de explicar su resistencia a la prisión, la tortura y el exilio. En el 2017, con motivo del festival "Pordenonelegge", durante la presentación de "Historias rebeldes" (Guanda), el volumen que recoge los recuerdos de una vida vivida intensamente, Lucho había tocado algunos hilos de su alma. Esa colección de textos, narrados con su magnífica pluma, describía una tierra unificada por el idioma: América del Sur. "Un idioma joven –explicó Sepúlveda– nacido del encuentro traumático entre la civilización europea y los pueblos originarios, formado por muchas culturas diferentes, es mi única patria posible". Pero ese "encuentro traumático" seguía reproduciendo dolores siempre latentes que "pensamos que habían terminado", dijo amargamente Sepúlveda recordando la historia de Santiago Maldonado, un artesano de 28 años de Buenos Aires que apoyó la lucha del pueblo mapuche, y que desapareció en las posesiones que el grupo Benetton tiene en la Patagonia. Sus palabras sobrevolaron las 900 mil hectáreas de tierra propiedad de la poderosa compañía textil italiana fundada en el '65 por Luciano, Gilberto, Giuliana y Carlo Benetton.

En 1991, los Benetton habían adquirido, por 50 millones de dólares, 900 mil hectáreas de tierra de la empresa Tierras del Sur Argentino, principal terrateniente de la Patagonia argentina. Luego, en 1994, el presidente Carlos Menem les vendió esas tierras a los Benetton a un precio cuanto menos irrisorio.

"Pero esas tierras –se acaloraba Sepúlveda reabriendo la herida nunca sanada– pertenecen al pueblo mapuche, a los indígenas araucanos que vivieron en la Patagonia desde tiempos inmemoriales, mucho antes de la llegada de los colonizadores españoles. Y, como saben, la tierra es de quien la habita. Ninguna ley puede contradecir este principio universal".

De hecho, estos territorios no sólo sirven –como se había hipócritamente afirmado– para alimentar a las ovejas con lana para las prendas de las líneas de ropa de Benetton. Estamos hablando de tierras muy ricas en materias primas y que, sobre todo, permiten el control de los recursos hídricos de la zona.

Lo cierto es que, cuando el grupo Benetton se hizo cargo de los lugares ancestrales de los mapuches, no tuvo reparos en proceder con el desalojo forzado de pueblos enteros, desplazando familias y reemplazándolas por casi 300 mil ovejas para lana, con el solo propósito de comercializarlas. Hecho que Sepúlveda tuvo el coraje de denunciar.

Antes de morir, Lucho estaba trabajando en su nueva novela "Agua mala", de naturaleza fuertemente ambientalista, que plantea los nuevos desafíos para América del Sur: desde la gran industria pesquera y ganadera hasta la reconquista de la soberanía nacional por el radicalismo religioso.

Pero es en el prefacio de la novela gráfica de Désirée y Alain Frappier "Donde se termina la tierra. Chile 1948-1970" (Tiempo Robado Editoras) donde descubrimos el viaje por la memoria del que habla Sepúlveda, "el recuerdo del país que tuvimos, conocimos, amamos y queconservando su memoria y con un intenso deseo de justicia un día recuperaremos: ese día volveremos a ser ciudadanos libres del país donde termina la tierra".

Ese sueño –a veces utópico para un país en eterno conflicto consigo mismo como Chile– nunca ha abandonado a Sepúlveda en toda su existencia. Una vida vivida con amor, pasión, ira, dolor, redención, en una escalada continua de muerte y renacimiento: el ideal político que se convierte en un compromiso civil totalizante, para luego terminar atormentado por la dictadura de Pinochet, con laceraciones indelebles en el cuerpo y en el alma para él y para la mujer de su vida, la poetisa Carmen Yáñez. Y luego nuevamente el exilio, su extenuante defensa de los postergados, los desheredados, los oprimidos, con el inagotable poder de la palabra y la escritura.

A quienes le preguntaban insistentemente cuál era el papel del escritor, Sepúlveda les respondía con franqueza: "Antes que nada soy un ciudadano, luego soy escritor que narra y describe lo que ve". Para luego agregar: "La fábula es el género que me permite, más que otros, permanecer fiel a los sueños, porque me da la posibilidad, a través del uso de animales, de alejarme del comportamiento humano, manteniendo la distancia correcta". Una "justa distancia" de ese comportamiento humano contado magistralmente en obras maestras como "El viejo que lee novelas de amor", "El mundo en el fin del mundo", "Patagonia express" y muchas otras. Hasta la extraordinaria "Historia de una gaviota y del gato que le enseñó a volar".

Y es en su última fábula, "Historia de una ballena blanca contada por ella misma" (Guanda), que encontramos el último, vibrante y apasionado saludo de Luis Sepúlveda. "Nunca hubiéramos hecho el gran viaje y aún estaríamos allí, condenados para siempre a huir de la avaricia de los hombres. Una migración da un extremo al otro de los océanos para salvarnos". (...) "Crucé por última vez el paso de aguas entre la costa y la isla Mocha. Los lafkenche reunidos en la orilla me miraron en silencio. Ya nunca volverían a gritar «¡Trempulkawe!» para que las viejas ballenas llevaran los cuerpos de sus muertos a la isla, al ngillchenmaywe, al lugar de encuentro para emprender el gran viaje que no se haría jamás. Y con nueve arpones clavados en el lomo me hice a la mar abierta, en busca de otros barcos balleneros, porque ahora era yo quien iba a por ellos. Yo, la fuerza de aquellos que no tienen nada más que perder".

Despega, Lucho, el gran viaje acaba de comenzar.

----------------------------

*Foto de Portada: Foto © Imagoeconomica

REDACTORES

anna.jpgbgeorges.jpgbgiorgio.jpgbjuan.jpgblorenzo1.jpg
Copyright (c) 2009. Antimafia Dos Mil Argentina