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georges almendrasPor Jean Georges Almendras-22 de mayo de 2020

No puedo echar a saco roto las recientes palabras pronunciadas en Italia por el consejero togado Sebastiano Ardita aludiendo al juez asesinado por Cosa Nostra en la tarde del 23 de mayo de 1992. A las puertas de una nueva conmemoración (la vigésimo octava) del estrago de Capacci (en el que perdieron sus vidas Falcone, su esposa y cuatro de sus custodias, volando por los aires) Ardita dijo “debemos ser coherentes y no hipócritas al recordar a Falcone. La de Giovanni Falcone fue una historia de soledad, de derrotas, de traiciones sufridas dentro y fuera del poder judicial. Tuvo que defenderse del CSM. Fue aislado, calumniado, acusado de construir teoremas, mientras revelaba la relación entre Cosa Nostra y el poder. Se lo acusaba de querer protagonismo, presencia en los medios de comunicación, de colaborar con el gobierno y no fue elegido para el CSM. Sufrió las mismas críticas que hoy se hacen a los magistrados más expuestos. Debemos asegurarnos que, si nace de nuevo, Falcone no se encuentre en las mismas condiciones. Pero tengo motivos para temer que hoy, con la jerarquía del nuevo sistema, Falcone ni siquiera podría ser lo que fue. Esto debemos decir y hacer, si queremos alejarnos de la hipocresía de ciertas conmemoraciones oficiales, a las que algunos de nosotros preferimos no ir más”.

Me sumo a las expresiones de Ardita, no solo porque en no pocas oportunidades he hecho –consternado- el peregrinaje en Palermo de los lugares donde se encuentran marcados los lugares en los cuales cayeron las víctimas de Cosa Nostra, en los años 90 y en los años previos, sino además, porque siento desde mis entrañas que aquel hombre, no murió en vano, por más que la mafia haya seguido con su actividades erosivas de la democracia italiana, hasta nuestros días.

Pero dejemos a un lado las sensiblerías que nacen inevitablemente de un hecho de esta naturaleza y pasemos a los hechos, 28 años después. Partiendo de las palabras de Ardita se me viene en mente el rostro de Nino Di Matteo, y digo (sin temor a equivocarme) que perfectamente es nuestro Giovanni Falcone del 2020. Si miramos con lupa los acontecimientos del entorno de ambos, encontraremos muy bien definidas semejanzas (profundos paralelismos), pero el común denominador en ellos es la soledad. La soledad en la que se encontraba Falcone es la soledad en la que se encuentra Nino Di Matteo, hoy, un muy importante togado del Consejo Central de Magistratura (CSM).

Ardita, recordando a Giovanni Falcone, lo describe y no se restringe para orientar toda la fuerza de sus palabras a resaltar, aún sin mencionar expresamente la figura de Di Matteo habló de todos los magistrados que están más expuestos. Porque 28 años después de Capacci, en ciertos ámbitos, las amnesias sobre el sentido y el trabajo de Falcone, se han agudizado y se han potenciado. O peor aún: han sido laceradas por el vertiginosa y dañino peso de la indiferencia. La indiferencia de quienes están integrando un sistema político, y judicial, contaminado. Y tan contaminado, que desde el 23 de mayo de 1992 hasta hoy, en Italia, no han faltado las demostraciones de menosprecio del trabajo honesto y revelador de Falcone, y de Borsellino (y del contemporáneo Nino Di Matteo). Es decir, que sigue siendo un hecho que en 28 años transcurridos los vínculos entre el sistema político y el sistema mafioso se han fortalecido, de tal forma, que aún luego de las sentencias después del proceso sobre la tratativa Estado- Mafia (logradas por el perseverante trabajo del Fiscal Nino Di Matteo y los colegas de su equipo) las intrigas de poder (Mafia-Estado-sistema político) siguieron su curso, y siendo que a pesar de todo ello Nino Di Matteo llegó a ser designado como uno de los principales del CSM, los pesados entretelones de no pocos personajes siguieron generando vendavales y tsunamis. El más reciente, el que involucra nada menos que al Ministro de Justicia Alfonso Bonafede y al movimiento político 5 Estrellas, en tiempos de Coronavirus y en tiempos de prisiones domiciliarias de mafiosos Tiempos en el que la mafia sigue ahí. Como nosotros –de la antimafia- , que también seguimos ahí.

Tal es el panorama que sirve de marco para un nuevo recordatorio de Falcone, este 23 de mayo, jornada en la que entre las cuatro paredes de las redacciones de Antimafia, las preguntas sobran, y fuera de ellas, las incoherencias y las hipocresías, igualmente sobran.

¿Cuál fue el por qué de los asesinatos de Giovanni Falcone, primero, y dos meses después de Paolo Borsellino? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Por qué los dejaron solos hace 28 años? ¿Por qué se tejieron las circunstancias y los acontecimientos para sacarlos del medio? ¿Sobre qué pasos estaban aquellos magistrados? ¿Qué temores existían entre las sombras estatales y mafiosas para que se decidiera sin titubeos hacerlos volar por los aires? ¿28 años después, cómo se interpretan esas muertes (y a esos mártires) enlazándolos con los acontecimientos de los días que corren?

Casi doscientos años de mafia. La pulseada eterna, que ya no es solo de hombres. Que ya no es solo de ideas. Hemos llegado al punto en el que la simbiosis entre Estado-Mafia es tan mayúscula que recordar a hombres como Falcone, o como Borsellino, da náuseas, no porque recordarlos se banal o efímero, sino, porque creo que estamos llegando al extremo en que recordarlos es blasfemo, cuando ese recuerdo se debe sumergir entre las hipocresías de los hombres de Estado.

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*Foto de Portada: www.elalminardemelilla.com

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