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Por Aaron Pettinari-2 de noviembre del 2020

En la mañana del 2 de noviembre de 1975, en un campo abandonado en Vía dell’Idroscalo, a lo largo de la costa de Ostia, una mujer descubre el cuerpo de Pier Paolo Pasolini.

El único culpable reconocido de lo que se puede definir como una "masacre" hasta la fecha es Giuseppe Pelosi, un joven de 17 años que fue detenido por los carabineros en esa noche trágica, antes de que se encontrara el cuerpo, conduciendo un Alfa Romeo Giulietta 2000.

El auto era el de Pasolini, pero solo después de haberlo trasladado al patio del cuartel local, como se indica en las actas, uno de los carabineros se percató del hecho.

Al principio Pelosi solo confesó el robo del auto y luego el asesinato. Pelosi dijo que Pasolini lo habría agredido violentamente con un palo por negarse a un acercamiento sexual y que él, en ese momento, se había defendido.

Una versión que nunca convenció del todo. Porque Pasolini no era violento.

Durante el juicio, el abogado Guido Calvi, en el alegato final, leyó una descripción autobiográfica escrita por la propia víctima: "En toda mi vida nunca he ejercido un acto de violencia, ni física ni moral. No porque sea un fanático de la no violencia. Lo cual, si es una forma de autocontrol ideológico, también es violencia. Nunca he ejercido violencia alguna en mi vida, ni física ni moral, simplemente porque me he confiado a mi naturaleza, es decir a mi cultura...".

En la sentencia de primera instancia Pelosi fue condenado por homicidio, pero los jueces dijeron que esto habría sucedido "con la ayuda de desconocidos". A lo largo del tiempo, las investigaciones sobre las incógnitas nunca se han llevado a cabo y la sentencia de segunda instancia no explicó en modo alguno los motivos por los que la golpiza había sido tan brutal y llevada al límite.

La sentencia de la Corte de Casación del 26 de abril de 1979 cerró el asunto al declarar a Pino Pelosi como único culpable del crimen, pero las múltiples anomalías que surgieron han fortalecido la creencia de que la verdad aún no fue escrita.

Demasiados aspectos permanecen oscuros

La colega Simona Zecchi, en el espléndido libro "Pasolini. Masacre de un poeta" destacó las vicisitudes de ese homicidio político, la estrategia del linchamiento y las mistificaciones que se produjeron detrás de todo el asunto.

Y en los últimos días, también el abogado de la familia, Stefano Maccioni, ha vuelto a hacer preguntas y a pedir que se reabra la investigación, mirando en particular a las huellas de ADN que se mantienen desconocidas y que fueron encontradas en una serie de hallazgos.

¿Por qué se cometió el crimen? ¿Quién quería ese crimen? ¿Cuáles son las causas que llevaron a su muerte?

Cuarenta y cinco años después, el único hecho cierto es que la verdad oficial, hasta ahora aceptada, no es creíble.

¿Porque era muy incómoda?

El ser de Pier Paolo Pasolini había evolucionado a lo largo del tiempo a través del papel de escritor, director de cine, poeta, narrador, filósofo, intelectual comprometido y periodista.

El suyo fue un tiempo atravesado por la P2 de Licio Gelli; el de los secuestros en el norte y en Roma utilizados como instrumento de desestabilización del país; el de la estrategia de tensión impregnada de terrorismo rojo y negro; el de los escándalos del petróleo que Pasolini investigó para utilizarlos como antecedente en su último trabajo inconcluso, "Petrolio", publicado póstumamente en 1992 y en el que se destacaron las conexiones entre el ENI, la P2 y el Estado con referencias al asesinato de Mattei y a los servicios secretos desviados.

Hacía tiempo que era evidente que Pasolini era una figura incómoda. En 1973 comenzó también a colaborar con el Corriere della Sera, escribiendo artículos sobre los problemas del país. Sus escritos "corsarios" arremetían contra todo el poder de la época, sin descuentos. En junio de 1975, tuvo el coraje de señalar con el dedo a los líderes de la poderosa Democracia Cristiana, manifestando que debían ser llevados a juicio penal por una serie de acusaciones de carácter moral: "Indignidad, desprecio a los ciudadanos, manipulación del dinero público, enredos con petroleros, con industriales, con banqueros, convivencia con la mafia, alta traición a favor de una nación extranjera, colaboración con la CIA, uso ilícito de entidades como el SID, responsabilidad en las masacres de Milán, Brescia y Bolonia, la destrucción paisajística y urbanística de Italia, la responsabilidad por la degradación antropológica de los italianos, la responsabilidad por el terrible estado de las escuelas, los hospitales y todas las obras públicas primarias, la responsabilidad por el abandono salvaje del campo, la responsabilidad por la explosión salvaje de la cultura de masas y de los medios de comunicación, responsabilidad por la estupidez criminal de la televisión, responsabilidad por la decadencia de la Iglesia y, finalmente, además de todo el resto, reparto borbónico de los cargos públicos a los aduladores".

A continuación, para honrar la memoria de uno de los más grandes intelectuales revolucionarios que hemos tenido en la historia, proponemos el que probablemente siga siendo su escrito más famoso, publicado en noviembre de 1974.

Palabras que aún hoy son contemporáneas y que indican el camino valiente que se debe seguir si se quiere ser libre, como ciudadano y pensador:

“¿Qué es este golpe? Yo lo sé”

(Un muy famoso escrito de Pier Paolo Pasolini)

pasolini copyright letizia battaglia 2

Yo sé. Yo sé los nombres de los responsables de lo que se llama un "golpe" (y que en realidad es una serie de "golpes" establecidos como un sistema de protección del poder).

Yo sé los nombres de los responsables de la masacre de Milán del 12 de diciembre de 1969. Yo sé los nombres de los responsables de las masacres de Brescia y Bolonia en los primeros meses de 1974.

Yo sé los nombres del "vértice" que maniobró tanto a los viejos creadores fascistas del "golpe", como a los autores materiales neofascistas de las primeras masacres, es decir, los autores materiales "desconocidos" de las masacres más recientes.

Yo sé los nombres que han manejado las dos diferentes, de hecho opuestas, fases de la tensión: una primera fase anticomunista (Milán 1969) y una segunda fase antifascista (Brescia y Bolonia 1974).

Yo sé los nombres del grupo de personas poderosas que, con la ayuda de la CIA (y en segundo lugar los coroneles griegos de la mafia), primero crearon (fracasando miserablemente) una cruzada anticomunista, para detener el 68, y después, siempre con la ayuda e inspiración de la CIA, reconstituyeron una virginidad antifascista, para detener el desastre del referéndum.

Yo sé los nombres de quienes, entre una misa y otra, dispusieron y aseguraron la protección política a los viejos generales (para mantener, en reserva, la organización de un potencial golpe de Estado), a los jóvenes neofascistas, de hecho neonazis (para crear concretamente la tensión anticomunista) y finalmente criminales comunes, hasta ahora y quizás para siempre, sin nombre (para crear la posterior tensión antifascista).

Yo sé los nombres de las personas serias e importantes que están detrás de personajes cómicos como el general de la Forestale que operaba en Città Ducale (mientras los bosques italianos ardían) o de personajes grises y puramente organizativos como el general Miceli.

Yo sé los nombres de las personas serias e importantes que están detrás de los trágicos jóvenes que eligieron las atrocidades suicidas fascistas y de los delincuentes comunes, sicilianos o no, que se han puesto a disposición, como asesinos y sicarios. Yo sé todos los nombres y todos los hechos (atentados a las instituciones y matanzas) de los que son culpables.

Lo sé. Pero no tengo pruebas. Ni siquiera tengo pistas. Lo sé porque soy un intelectual, un escritor, que trata de seguir todo lo que sucede, de conocer todo lo que se escribe, de imaginar todo lo que no se sabe o se calla; que coordina hechos incluso lejanos, que reúne las piezas desorganizadas y fragmentadas de todo un marco político coherente, que restablece la lógica allá donde la arbitrariedad, la locura y el misterio parecen reinar.

Todo esto forma parte de mi profesión y del instinto de mi profesión. Creo que es poco probable que mi "proyecto de novela" esté equivocado, que no tenga relación con la realidad y que sus referencias a hechos y personas reales sean inexactas.

También creo que muchos otros intelectuales y novelistas saben lo que yo sé cómo intelectual y novelista. Porque reconstruir la verdad sobre lo que pasó en Italia después de 1968 no es tan difícil. Esta verdad -se siente con absoluta precisión- se esconde detrás de un gran número de intervenciones periodísticas y políticas: es decir, no de imaginación o ficción como es la mía por naturaleza.

Último ejemplo: está claro que la verdad urgía, con todos sus nombres, detrás del editorial del "Corriere della Sera", del 1º de noviembre de 1974. Probablemente los periodistas y políticos también tengan pruebas o, al menos, pistas. Ahora el problema es este: los periodistas y los políticos, aunque quizás tengan pruebas y ciertamente algunas pistas, no dan los nombres.

Entonces ¿a quién le compete dar estos nombres? Evidentemente a quienes no solo tienen el coraje necesario, sino que, al mismo tiempo, no están comprometidos, en la práctica, con el poder y, además, no tienen, por definición, nada que perder: es decir, un intelectual.

De modo que un intelectual podría muy bien hacer públicos esos nombres: pero no tiene ni pruebas ni pistas. El poder y el mundo que, aunque no es de poder, tiene relaciones prácticas con el poder, ha excluido a los intelectuales libres -precisamente por la forma en que está hecho- de la posibilidad de tener evidencias y pistas.

Se podría objetar que yo, por ejemplo, como intelectual e inventor de historias, podría entrar en ese mundo explícitamente político (del poder o alrededor del poder), comprometerme con él y, por lo tanto, participar del derecho a tener, con un alto grado de probabilidades, pruebas y pistas. Pero a esta objeción respondería que esto no es posible, porque es precisamente la repugnancia a entrar en ese mundo político lo que se identifica con mi potencial coraje intelectual para decir la verdad: es decir, dar nombres.

El coraje intelectual de la verdad y la práctica política son dos cosas inconciliables en Italia. Al intelectual -despreciado profunda y visceralmente por toda la burguesía italiana- se le está dando, falsamente, un supuesto mandato alto y noble, en realidad servil: el de debatir problemas morales e ideológicos. Si no cumple este mandato se lo considera un traidor a su papel: se grita inmediatamente (como si no se esperara otra cosa que eso) que "la traición de los clérigos" es una coartada y una gratificación para los políticos y para los servidores del poder.

Pero no solo existe el poder: también está la oposición al poder.

En Italia esta oposición es tan vasta y fuerte que es en sí misma una potencia: me refiero naturalmente al Partido Comunista Italiano.

Es cierto que en este momento la presencia de un gran partido de oposición como el Partido Comunista Italiano es la salvación de Italia y de sus pobres instituciones democráticas. El Partido Comunista Italiano es un país limpio en un país sucio, un país honesto en un país deshonesto, un país inteligente en un país idiota, un país culto en un país ignorante, un país humanista en un país consumista.

En los últimos años se ha abierto un intercambio entre el Partido Comunista Italiano, entendido en un sentido auténticamente unitario -en un "conjunto" compacto de líderes, base y votantes- y el resto de Italia: por lo cual el Partido Comunista Italiano se ha convertido en un "país separado", en una isla. Y es precisamente por eso que hoy puede tener estrechas relaciones, como nunca antes, con el poder efectivo, corrupto, inepto, degradado: pero se trata de relaciones diplomáticas, casi de nación a nación. En realidad, las dos morales son inconmensurables, entendidas en su concreción, en su totalidad.

Es posible, precisamente sobre esta base, concebir ese "compromiso" realista, que tal vez salvaría a Italia del colapso total: un "compromiso" que en realidad sería una "alianza" entre dos Estados vecinos, o entre dos Estados encastrados uno en el otro. Pero todo lo positivo que dije sobre el Partido Comunista Italiano es también un momento relativamente negativo.

La división del país en dos países, uno hundido hasta el cuello en la degradación y la degeneración, el otro intacto y no comprometido, no puede ser motivo de paz y de construcción. Además, concebido como lo he planteado aquí, es decir, como un país dentro de otro país, creo objetivamente que la oposición se identifica con otro poder que, sin embargo, es siempre poder. En consecuencia, los políticos de esta oposición no pueden dejar de comportarse como hombres de poder.

En el caso concreto, que en este momento tan dramático nos preocupa, también se ha conferido al intelectual un mandato establecido por ellos.

Y si el intelectual no cumple este mandato -puramente moral e ideológico- es, para gran satisfacción de todos, un traidor. Ahora bien ¿por qué ni siquiera los políticos de la oposición, si tienen -como probablemente tienen- pruebas o al menos pistas, no mencionan los nombres de los verdaderos responsables, es decir, los políticos, los autores de los golpes y de las aterradoras masacres de los últimos años?

Es simple: no lo hacen en la medida en que distinguen -a diferencia de lo que haría un intelectua- la verdad política de la práctica política. Y entonces, por supuesto, tampoco informan al intelectual no oficial sobre las pruebas y las pistas que existen: ni siquiera sueñan con ello, como es normal, dada la objetiva situación fáctica.

El intelectual debe seguir ateniéndose a lo que se le impone como su deber, para iterar su propio modo codificado de intervención.

Sé bien que no es el caso -en este momento particular de la historia italiana- de hacer pública una moción de censura contra toda la clase política. No es diplomático, no es oportuno. Pero a etas categorías de la política, no de la verdad política -cuando y como puede- el intelectual impotente está destinado a servir.

Bueno, precisamente porque no puedo dar los nombres de los responsables de los intentos de golpes de Estado y masacres (y no en lugar de esto), es que no puedo pronunciar mi acusación débil e ideal contra toda la clase política italiana.

Y lo hago porque creo en la política, creo en los principios "formales" de la democracia, creo en el Parlamento y creo en los partidos.

Y por supuesto, a través de mi perspectiva particular, que es la de un comunista.

Estoy dispuesto a retirar mi moción de censura (de hecho, no espero nada más que esto) solo cuando un político -y no por oportunismo, es decir, porque haya llegado el momento, sino para crear la posibilidad de tal momento- decida dar los nombres de los responsables de los golpes de Estado y de las masacres, a quienes evidentemente conoce, como yo, ya que no puede dejar de tener pruebas, o al menos pistas.

Probablemente -si el poder estadounidense lo permite- tal vez al decidir "diplomáticamente" conceder a otra democracia lo que la democracia estadounidense se ha otorgado a sí misma con Nixon, estos nombres tarde o temprano, serán dichos.

Pero quienes lo digan serán hombres que hayan compartido el poder con ellos: con menor responsabilidad frente a mayores responsables (y no quiere decir, como en el caso americano, que sean mejores).

Este sería, en definitiva, el verdadero Golpe de Estado.

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Fotos: © Letizia Battaglia

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