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Por Giorgio Bongiovanni – 9 de octubre del 2019

El fiscal de Palermo, Nino Di Matteo, fue elegido consejero del Consejo Superior de la Magistratura. Obtuvo 1184 votos, solo superados por el fiscal adjunto de Santa Maria Capua Vetere, Antonio D'Amato, quien recolectó 1460 preferencias sobre los 6799 magistrados que participaron en las elecciones suplementarias que tuvieron lugar el domingo 6 y el lunes 7 de octubre. Un resultado importante desde muchos puntos de vista.

Este periódico ha sido siempre crítico y nos hemos expresado con tonos duros y ásperos hacia el órgano de autogobierno del poder judicial. En el curso de su historia, la larga lista de errores, descuidos, persecuciones maliciosas y traiciones que el CSM ha tenido hacia aquellos que dieron su vida por el poder judicial en nombre del pueblo italiano es larga. Sobre todo, basta recordar lo que sucedió con Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, hoy amados y recordados como símbolos pero, en ese momento, obstaculizados y denigrados precisamente por su trabajo.

Luego llegaron los escándalos en las nominaciones, como el descubierto por la Fiscalía de Perugia, que mancharon enormemente toda la estructura y pusieron de manifiesto un modus operandi que, lamentablemente, se repite desde hace tiempo.

Para romper el patrón era necesario un cambio profundo y estas nuevas elecciones, que siguieron diferentes lógicas respecto a la división entre corrientes, muestran que esto es posible.

Debe entenderse que Nino Di Matteo fue, y sigue siendo hoy, uno de esos candidatos "independientes" que no forman parte de ninguna de las "corrientes" en las que se divide la magistratura y que nunca ha participado en asociaciones. Es una ráfaga de viento nuevo y positivo el que se respira cuando los magistrados eligen a alguien que no pertenece a ese mundo. Una elección que, por lo tanto, se hace por mérito y que reconoce el trabajo realizado hasta ahora por el mismo.

La elección de Di Matteo es, por lo tanto, la verdadera novedad y el signo de que una gran parte de la magistratura realmente quiere una reforma del CSM que sepa cómo ir más allá de la ideología de las corrientes y de la política.

Una reforma que se puede lograr si todos los miembros del Consejo supieran cómo aprovechar estas señales.

Di Matteo y D'Amato se suman a Davigo, Ardita y otros miembros ya presentes dentro del CSM, para implementar una reforma del órgano, largamente esperada pero nunca alcanzada.

Hemos seguido la campaña electoral de los candidatos y escuchamos los informes que se presentaron el pasado 15 de septiembre a los miembros de la ANM. Y los dieciséis candidatos comprendieron la necesidad de una renovación en el Consejo Superior de la Magistratura.

E incluso entonces Di Matteo expresó de manera clara cómo, en su opinión, al CSM le era "posible darle un hombro al sistema invadido por un cáncer".

En una carta, enviada a sus colegas antes de la votación, no solo profundizó el concepto sino que expresó una idea de gran valor ético y moral, donde no prevalece el aspecto técnico por sobre el humano, filosófico y social. La carta muestra el deseo del magistrado eventualmente elegido para garantizar que se implemente una reforma seria y concreta en el Consejo Superior de la Magistratura, sin perjuicio del compromiso de luchar contra la mafia que no puede ser descuidado de ninguna manera. A continuación ofrecemos la transcripción completa.

"Estimado colega:

Siento la necesidad de escribir esta carta para explicar las razones y los sentimientos que me convencieron para presentar la candidatura en las próximas elecciones suplementarias del C.S.M.

Una elección que, créame, en tantos años de carrera nunca me lo había planteado y que, en cambio, ahora abrazo con entusiasmo y conciencia de su importancia.

Me uní al poder judicial en 1991. Pertenecía al grupo de jóvenes sicilianos que habían cultivado ese sueño nacido de la esperanza y el deseo de redención que la acción del primer "pool antimafia" de Palermo había despertado en muchos jóvenes.

Viví en la audiencia (durante la fase de "entrenamiento dirigido" en la Fiscalía de Palermo) durante el período de las masacres de Capaci y Via D'Amelio. Para mí, y para muchos otros, esos recuerdos dramáticos, la vida y la muerte de colegas, representan un "signo indeleble" que no podemos y no queremos borrar.

Desde septiembre de 1992 hasta el presente, siempre he sido fiscal, ocupándome de investigaciones y juicios contra la mafia. Primero en la D.D.A. de Caltanissetta, luego durante dieciocho años en Palermo y, desde junio de 2017, en la Fiscalía Nacional Antimafia. Casi una vida. Cientos de juicios "ordinarios" de la mafia, los de las masacres (Chinnici, Falcone, Borsellino), los asesinatos del juez Saetta y de Rosario Livatino, juicios sobre mafia y política en Palermo y aquellos, aún más complejos e insidiosos, sobre las relaciones ocultas entre Cosa Nostra y las instituciones y sobre la tratativa Estado-mafia. Experimenté en mi piel las dificultades y los obstáculos que cada uno de nosotros inevitablemente enfrenta cuando pretende ejercer realmente el control de legalidad incluso en el ejercicio de la gestión del "Poder".

He pagado y sigo pagando, a nivel personal, un precio muy alto por las medidas de protección a las que (desde 1993 hasta hoy, de formas cada vez más estrictas y sofocantes) he estado sujeto.

No obstante todo esto, sigo profundamente enamorado de la toga que uso.

Sigo pensando que el poder judicial representó, en la historia de nuestro país, el agente más efectivo contra las peligrosas y muy complejas tendencias criminales y el puesto de avanzada más ilustrado del intento de dar una aplicación efectiva a nuestra Constitución. Debemos estar orgullosos y conscientes de esto, para resistir, hoy más que nunca, la nunca declarada pero existente y dominante voluntad de muchos otros de limitar nuestra autonomía y volvernos colaterales y sirvientes de los grandes poderes políticos, económicos y financieros.

Para librar esta decisiva batalla no debemos temer a la verdad y debemos reconocer nuestras culpas.

Personalmente (en particular en los últimos años) he percibido, de manera cada vez más evidente, signos peligrosos de cambio y rendición. Como si un cáncer insidioso se extendiera lentamente, arriesgándose a devorar todo el cuerpo.

Los síntomas son muchos: la creciente burocratización (vinculada a la prevalencia de la lógica de los números y los "documentos en orden"), la carrera profesional desenfrenada, la jerarquización inadecuada de las oficinas sin tener en cuenta el principio constitucional que diseña un sistema de "poder difuso"; la tendencia al colateralismo que se manifiesta al favorecer con demasiada frecuencia las elecciones dictadas por la "oportunidad política" en lugar del deber judicial; la evidente y ahora irreversible degeneración del "correntismo"; la consolidación de verdaderas "cadenas" de poder incluso fuera de las corrientes tradicionales. Pertenencia que se convierte en un instrumento para hacer carrera o encontrar protección en momentos de dificultad.

El "escándalo" que surgió de la publicación de los actos de la investigación de Perugia nos mortifica pero no puede sorprendernos. No debemos ser hipócritas. Es una fotografía, amarga pero parcial, de un sistema que conocíamos y que deberíamos haber denunciado y combatido desde hace tiempo. No lo hicimos y por esta razón tocamos fondo en la consideración de la opinión pública; en muchos de nosotros acecha hoy el gusano de la resignación. Pero este puede y debe ser el momento, la última ocasión irrepetible, de un cambio real. De una reacción que, en toda su urgencia, se impone por la necesidad de evitar que otros, incluso con reformas normativas, cumplan su propósito de transformarnos para siempre en burócratas obedientes, fuertes con los débiles y temerosos e inertes con los fuertes.

El punto de inflexión que se requiere debe comenzar con un ejercicio diario, correcto y valiente de las funciones de autogobierno. El C.S.M. debe, de una vez por todas, abandonar la lógica de pertenencia, de clientela, de mediación con la política, de la cámara de compensación de favores y equilibrios de poder y finalmente recuperar la posesión de su alta y noble función como bastión de la independencia del poder judicial en su conjunto y en cada magistrado. Comenzando desde los más jóvenes, desde los muchos "fuera del sistema" que diariamente se exponen en los frentes judiciales más dispares, caminando "sin red" sobre un cable suspendido, para administrar justicia en nombre del pueblo.

Si fuere elegido, con sincera humildad y gran determinación, trataría de basar mi actividad en escuchar, estudiar y profundizar cada pregunta según la ciencia y la conciencia.

Me gustaría hacer de "juez" sin tener en cuenta la presión, los condicionamientos, los oportunismos personales o grupales.

Me gustaría, si fuere elegido, gastar todas mis fuerzas y poner a disposición mi gran experiencia, para ayudar a cada uno de nosotros a recuperar el entusiasmo, los ideales y los sueños de cuanto ya sabíamos cuando ingresamos a la magistratura, el inmenso privilegio de servir con la toga que llevamos a nuestro país y a nuestra democracia.

Un afectuoso saludo".

Antonino Di Matteo

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*Foto de Portada: AntimafiaDosmil

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