"Hay una figura, la víctima, que se ha convertido en una profesión, es una figura extraña por la cual la víctima tiene el monopolio de la palabra. No digo que no tenga derecho a opinar, ni mucho menos. Pero no sólo ella tiene el derecho". Las palabras de la ex brigada roja Bárbara Balzerani son de esas que horrorizan. La mujer que participó en el secuestro del Honorable Aldo Moro y fue condenada a cadena perpetua por homicidio y secuestro (en libertad desde el 2011) al margen de la presentación de su libro en Florencia decide quitarse una piedra del zapato. Y lo hace el día del cuadragésimo aniversario de la masacre de Via Fani cuando, dirigiéndose a las víctimas, afirma el hecho de que "no solo tú puedes contar la historia".
Después de cinco juicios y numerosas comisiones parlamentarias de investigación, sin contar las investigaciones judiciales colaterales, surge cómo los brigadistas que participaron en el secuestro y detención del dirigente demócrata cristiano (de Mario Moretti para abajo) y el asesinato de los miembros de la escolta – Domenico Ricci, Oreste Leonardi, Giulio Rivera, Francesco Zizzi y Raffaele Iozzino – estaban al menos cerca de los servicios secretos. Por esta razón, cuarenta años después de ese 16 de marzo de 1978, las declaraciones de Balzerani contra las víctimas de la masacre terrorista son portadoras de un mensaje: nosotros, los asesinos de Estado, gozamos de impunidad. Y en un país que gira al revés los asesinos y los estragistas andan sueltos y participan en eventos culturales, en lugar de ser detenidos a tenor del 41 bis hasta que cuenten todo lo que saben sobre una de las páginas más negras de la historia italiana. Hay una pregunta sobre todas: ¿quiénes fueron los titiriteros que movieron los hilos del secuestro de Aldo Moro? Como destacó la Comisión de Investigación presidida por Giuseppe Fioroni, permanecen ocultos inquietantes aspectos de la historia del honorable DC. Por ejemplo, sobre el hecho de que Moro habría estado prisionero en Via Massimi, justo cerca de Via Fani, donde hay un elegante edificio en el ‘78 propiedad del IOR, en el que se encontró una guarida de las Brigadas Rojas. Esta fue, de hecho, una de las cárceles del político demócrata cristiano. Así como está suficientemente probado que el memorial de Valerio Morucci fue "aproximado y arreglado". O que Alessio Casimirri, un miembro de la columna central de las Brigadas Rojas en el secuestro de Moro que aún se encuentra prófugo en Nicaragua, habría escapado, según muchos, gracias a un pasaporte falso que los servicios secretos le habrían proporcionado. El propio Fioroni escribió que la forma en que el brigadista salió de Italia nunca se aclaró realmente y que hoy sigue siendo inalcanzable para las autoridades italianas, ante solicitudes de extradición que nunca tuvieron éxito. Las palabras de Steve Pieczenik, funcionario del Departamento de Estado de los Estados Unidos llamado por Francesco Cossiga para resolver la crisis, aún resuenan cuando dijo en una entrevista que "con su muerte (la de Moro, ndr) impedimos que Berlinguer llegara al poder y se evitó así la desestabilización de Italia y Europa".
Estos son sólo algunos de los aspectos más oscuros que, desde la masacre de via Fani, ofrecen una imagen cuando menos inquietante de las relaciones entre los ambientes institucionales y los servicios secretos. Volviendo a las declaraciones de Balzerani, sigue siendo inaceptable que quienes participaron en esa masacre insultaran a sus víctimas, para más con el silencio casi total de los medios. Suponiendo lo absurdo ¿cuáles serían las reacciones si algún día Leoluca Bagarella presentara su propio libro, sin dejar de criticar duramente a las víctimas de la violencia de Cosa Nostra? Imaginemos el fin del mundo. Es por eso que la política de "doble rasero" no debe encontrar espacio cuando se trata de víctimas y masacres.
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Foto de Portada desde la izquierda: Adriana Faranda, Mario Moretti e Valerio Morucci