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giuliettto-chiesa1CHINA ÜBER ALLES
Por Giulietto Chiesa - 4 de Enero de 2011
En Occidente hay mucha retórica alrededor de la ascensión de China en el consenso mundial. Aquí en Italia nos dimos cuenta tarde. Hasta hace quince años casi ningún medio italiano tenía un corresponsal en Pekín. Ahora hablamos más de ello, también porque sería imposible no hacerlo.
Sin embargo continuamos obtusos ante cada vislumbre de razón, privilegiando las relaciones y las evaluaciones que pasan por encima del Atlántico, como si el baricentro estuviese aún en nuestro hemisferio. Es decir, todavía no vemos casi nada de lo que en realidad está ocurriendo. Sobre ésto, me parece que europeos, rusos y americanos son una pandilla, discutiendo sobre los destinos del mundo entre ellos, como si aún dependieran de ellos esencialmente. Entendámosnos, en parte todavía es así y así seguirá siendo por un cierto período de tiempo. Sólo que este periodo se va acortando velozmente. Leo trabajos de analistas políticos europeos, americanos y rusos, que sueñan con “alianzas estratégicas”, interatlánticas, desde Vancouver a Vladivostok y pienso en la inexorable limitación de estas retrasadas (incluso peligrosas) esperanzas. Pienso que, si no se entiende a China en su realidad, todos los cálculos resultarán errados, y al final, el Occidente se encontrará más débil aún de lo que podría ser.
Entonces, hay que comprender bien a fondo, en primer lugar, qué implica el hecho de que China se delinea como el verdadero coloso mundial del siglo XXI.
Que ya no es más y que ya no podrá ser un nuevo “siglo americano”.
Los ejecutivos chinos han sido y siguen siendo prudentes en relación a ésto. Tienden a evitar frases clamorosas, proclamas; evitando el énfasis con estudiada reticencia. Pero saben ya que son decisivos en casi todos los campos que influyen en los equilibrios mundiales. Y ya han demostrado incluso saber tomar decisiones por sí solos, sin esperar el consenso del ex imperio americano. Son los únicos capaces de poder hacerlo y lo hacen.
Nos encontramos en el momento sutil y delicado de una transición, en la cual China – que está aferrada al destino americano (y lo sabe) – está cambiando de piel y color y está pasando de ser partner subordinado a partner dominante.
El leadership chino sabe también una cosa más, que es decisiva para el propio (y nuestro) futuro: que será muy difícil, muy improbable, que los grupos ejecutivos dirigentes americanos y europeos acepten consignar las órdenes sin intentar impedirlo. Todo lleva a pensar que no sólo las élites occidentales están a miles de millas de distancia de esta realidad, sino que también lo está el pueblo americano en su conjunto y todo los “mil millones de oro” de los cuales nosotros formamos parte.
Por lo tanto no es osado pensar en que haya chisporroteos en las próximas décadas (en las dos próximas décadas, que serán decisivas). En el famoso documento del PNAC (Project for the New American Century), el cual fue escrito a finales de los años 90', los neo-conservadores, quienes tomaron el poder en los Estados Unidos en el año 2000, delinearon un escenario en el cual en el año 2017 China se convertiría en “la principal amenaza para la seguridad nacional de los Estados Unidos de América”.
Si por “amenaza” querían decir que China elegirá su propio camino sin pedirle permiso a nadie, y, en el 2017 estarían dadas las condiciones para hacer respetar sus decisiones, podemos decir que los neo-con se equivocaron por defecto: ya estamos ahí.
Y ya es muy incómodo para los Estados Unidos sentirse amenazados por algo que está precisamente, tan arraigado a ellos así como ellos están tan arraigados a ésto, en un enredo tan enmarañado, que podría volverse dramático. Porque, ¿cómo “detener” a China, dado que detenerla equivaldría a sufrir una frenada violenta y repercusiones imprevisibles? ¿Y cómo “no detenerla”, dado que no frenarla equivale a rendirse?
Aquí el análisis racional, políticamente correcto, se interrumpe a la fuerza. ¿Recordáis la anécdota del escorpión que le pide a la rana que lo lleve hasta la otra orilla del río en crecida? La rana le pide garantías: “¿No me picarás?” El escorpión responde: “¿Cómo podría ser tan tonto? Si te picara yo también moriría”. La rana acepta y recibe una mala sorpresa, porque en el medio del río el escorpión la pica. Antes de morir logra tener el tiempo de gritar: “¿Pero porqué lo has hecho?” Y el escorpión que también se está ahogando le responde: “Disculpame pero no he podido resistirme”.
La rana china sabe que recibirá la mordida y no transbordará al escorpión. Entre el año 2015 y el 2018, con las actuales tasas de crecimiento, China superará porcentualmente a los Estados Unidos como principal importador mundial de petróleo. Un cálculo elemental dice que una forma para “picarla” (es decir, si no para detenerla, al menos para obligarla a disminuir su velocidad, para hacerla pactar) sería hacerle más difíciles los ya difíciles abastecimientos energéticos para todos. Puede hacerse de muchas maneras. La más simple de todas es la de desatar una o más guerras las cuales se encargarán de cortar las comunicaciones, oleoductos y gasoductos.
De aquí la decisión verdaderamente estratégica del Gobierno chino de votar un plan energético a largo plazo, hasta el 2050, al cual no es excesivo definirlo como “autárquico”. Si la seguridad depende de la autonomía absoluta en materia energética (y es precisamente así), Pekín elige sin dudarlo la seguridad, consciente de que la partida - Brzezinski diría sobre el tablero mundial – es por la supervivencia. En marzo del 2011, o podría haberlo hecho incluso ya a fines del 2010, China lanzará  en el Congreso del Pueblo un plan energético general que apunte al carbón, confiando la decisión al Comité Permanente de 175 miembros. La diversificación prevé todo tipo de energías, estando la nuclear en los primeros puestos, pero el carbón será la Muralla China, ya que China después de Rusia y América posee la tercera reserva más grande de ese combustible, y ésta se encuentra en su propio territorio, no tiene que trasportarla ni comprarla.
Es una decisión que equivale a un tsunami gigantesco, cuyas olas llegarían a las costas de todos los continentes. Es una decisión global, pero que reduce la interdependencia de China con el resto del mundo. Ésta tendrá repercusiones profundas sobre todos los mercados energéticos mundiales, en diferentes direcciones y por ahora imprevisibles. Además, equivale a una intensificación, justamente estratégica, de la línea ya asumida de hecho, en la cual los cuatro quintos de la energía eléctrica son producidos por centrales a carbón, cuyo número se incrementa al ritmo de una nueva central por semana.
Pero una decisión tal tendrá efectos sobre todo en el destino futuro del clima. China no es aún el principal emisor de gases de efecto invernadero, siendo actualmente superada por los Estados Unidos, pero lo será rápidamente. Sean cuales fueran los esfuerzos prodigados por las autoridades chinas, será muy difícil evitar un empeoramiento de la situación climática a nivel planetario.
Por lo tanto se pueden sacar algunas condiciones preliminares.
La primera, quizás la más importante de todas, es que el mundo ya no puede crecer más en cuanto a la cantidad, las formas, los ritmos dictados por los países de la OECD, a causa de los límites del desarrollo que ya son evidentes y del estado de superproducción de la economía mundial en su conjunto.
En segundo lugar serán precisamente los países más industrializados los que tendrán que afrontar el problema de la contracción de su crecimiento, mientras que en oposición emergen nuevos gigantes (no sólo China, sino también India y Brasil) que no pueden no crecer y sobre todo a los cuales no será posible impedirles que crezcan (entiéndase: no será posible impedírselo pacíficamente).
Dicho con otras palabras estamos asistiendo a un inmenso traslado de recursos desde el norte hacia el sur y hacia el este. En ausencia de una nueva arquitectura de las relaciones mundiales, los grandes jugadores jugarán unos contra otros.  La ruta de colisión entre China y Occidente ya está en los hechos, frente a nuestros ojos. La decisión china no hace más que subrayarla y revela la verdadera intención de los ejecutivos de Pekín. El mainstream occidental ya está dibujando la imagen del nuevo “enemigo”.
¿Pero realmente es el enemigo? Hay de que dudar. Lo es, y lo será, sólo para aquellos que en Occidente no pretenden renunciar ni siquiera a una gota de su bienestar y de la supremacía de la cual han gozado por al menos los dos últimos siglos.
Podría no serlo para algunos miles de millones de individuos que tienen poco o nada que perder.
China, por dar un solo ejemplo, ya es el primer productor mundial de turbinas eólicas y de paneles solares. China ha emprendido un programa de reforestación sin igual a nivel mundial. Pero no lo logrará por sí sola sin una cooperación internacional leal y entre iguales.
Si no lo lograra sería un problema para todos. El leadership chino parece ser incluso más consciente  que muchos círculos occidentales de los problemas que unos y otros tendrán que afrontar. Describirla como el futuro enemigo no servirá de nada.

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