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riina2017 1 200Por Saverio Lodato - 17 de noviembre del 2017

Está muerto, pero difícilmente se convertirá en inmortal.

Está muerto, pero difícilmente se convertirá en leyenda.

Y está, esto es seguro, muerto.

Con Totò Riina, se va al otro mundo un carnicero que inspiraba terror, un sádico sanguinario que disfrutaba viendo agonizar a sus víctimas, un general insensato que llevó a Cosa Nostra a un callejón sin salida. Nadie lo va a extrañar. Nadie sentirá la necesidad de emular sus hazañas. Ni siquiera otros grandes asesinos como él. Incluso el mundo del crimen tiene su propio sentido del pudor.

Se quedan sus familiares, los únicos sobre la faz de la tierra, orgullosos de llevar su nombre.

Podrán lograr, quizás, alguna entrevista televisiva.

No es de extrañar, incluso alguien como Totò Riina, era un padre y un marido. Y la sangre, al menos en esto, no miente.

Hoy, se desperdiciarán los adjetivos, las exageraciones hiperbólicas, se construirá un monumento nefasto.

Se contará su historia, incluso para enfatizar la jactancia de aquellos que reclaman el mérito de haberlo, en su momento, arrestado.

La historia es más simple: murió a los 87 años, en la cárcel, el día de su cumpleaños, un hombre rudo que hablaba poco italiano, que que se expresaba principalmente con gestos y miradas fulgurantes, insensible a la compasión, habilidoso como un Borgia en el arte del chantaje y el veneno, que avanzó como una excavadora entre montañas de cadáveres. A los que le gustaba llamar "atunes", porque, según decía, habían tenido "el final del atún".

Y en esa montaña de cadáveres terminaron también Giovanni Falcone, Francesca Morvillo, Paolo Borsellino, Antonio Montinaro, Rocco Dicillo, Vito Schifani, Emanuela Loi, Walter Cosina, Vincenzo Li Muli, Claudio Traina, Agostino Catalano ...

Un gigantesco Spoon River (referencia a la obra del escritor norteamericano Edgar Lee Masters, ndt) de Sicilia que durante treinta años llevó su firma: Totò Riina, corleonés, el corto, jefe de jefes porque era capaz de matar mejor y más que otros. Ese fue su gran mérito militar. Pero en el fondo, el suyo, solo queda el curriculum de una hiena con pie libre.

Y aquí, en este punto de la historia negra, se acumulan las preguntas.

¿Es plausible que una hiena pueda haber hecho todo sola?

¿Es plausible que tal hiena haya tenido éxito en ocultarse durante casi 30 años? ¿Cuánto tiempo duró la libertad de Totò Riina hasta el fatídico 15 de enero de 1993, cuando le pusieron las esposas cerca de la calle Bernini en Palermo?

¿Es plausible que aquel día, y en las siguientes semanas, a nadie se le haya ocurrido perseguir su guarida, que ahora era conocida y estaba al alcance?

¿Y parece concebible, como se insinuó entonces, que Cosa Nostra tuvo todo el tiempo para limpiar la cueva de Riina, erradicando de la pared la caja fuerte en la que se guardaban sus archivos, sus libros maestros, las listas de los políticos de entonces comprometidos con la mafia, en una palabra: ¿todos sus secretos?

¿Y por qué, después de mucho tiempo preso, quejándose de que se había convertido en un pararrayos, daba abiertamente a entender que Bernardo Provenzano, el otro jefe corleonés que luego tomaría su lugar, era el Judas que lo había entregado a los carabineros?

¿Y cómo fue posible antes, mientras las fuerzas policiales, al menos en teoría, lo estaban buscando, que sus tres hijos nacieran con su nombre en las clínicas de Palermo?

¿Y por qué un político cauto y experimentado como Giulio Andreotti no se sintió avergonzado al reunirse con él en Sicilia, antes y después del asesinato de Piersanti Mattarella, presidente de la Región de Sicilia?

En otras palabras: ¿a quién hizo sentir cómodo, durante casi medio siglo, la hiena?

Riina ha muerto, esto no debe olvidarse, sin ver realizado su último gran sueño, lo que debería haber sido su obra maestra criminal: el asesinato del juez Antonino Di Matteo que investiga la tratativa de la mafia con el Estado; en ese proceso de Palermo que vio desde la cárcel, junto a respetables hombres políticos, representantes de las instituciones, él mismo: Totò Riina.

Hace un tiempo había anunciado que estaría en el interrogatorio de Di Matteo. Entonces, y lo escribimos aquí, alguien lo hizo pensar, explicándole que hacía bien en guardar silencio. Y se lo guardó todo. Y, para que no quedaran dudas, le dijo a su esposa, que había ido a la cárcel a visitarlo: "nunca me arrepentiré".

De profundis, entonces, para un mafioso que, en medio siglo de vida criminal, trató de cerca al Estado y al Poder.

De profundis, para el hombre que murió hoy haciendo lo que, además de matar, hacía mejor: mantener la boca cerrada.

De profundis, para un hombre que no tuvo piedad ni siquiera por Dios.

¿Qué lo sobrevive?

La mafia.

Esa mafia que hoy no muere con él.

Y que de él no querrá escuchar más.

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