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Por Saverio Lodato – 4 de mayo del 2020

Hay una tratativa permanente entre la población carcelaria y los gobernantes de nuestro país. Con mayores o menores afinidades electivas, según el color del gobierno en el cargo, pero el propósito, unánimemente reconocido, es el de una convivencia estable que sea buena para todos. En primer lugar, para los prisioneros.

Un equilibrio, por la fuerza de las cosas, muy delicado, que puede venirse abajo cuando las simples agitaciones telúricas se transforman en un violento terremoto. Eventualidad que, quien está en el gobierno, hace lo humano y lo divino para evitarla.

Hoy hablaremos sobre Nino Di Matteo y sus palabras en Non è L’arena. Donde intervino para contar el paso atrás del ministro de Gracia y Justicia, Alfonso Bonafede quien, aunque al principio le había propuesto dirigir el Dap, en un tiempo récord se arrepintió. Mientras el runrún de la prisión le hizo saber que a los internos no les gustaba Di Matteo en ese sillón.

Y del conductor Massimo Giletti, quien ha levantado el caso de una cuarentena de “mammasantissima”, delincuentes callejeros, soldados de las organizaciones criminales más dispares, liberados en el desinterés general, aprovechando la hoja de parra del coronavirus. Hablaremos del ministro Bonafede. También él intervino en la transmisión de Giletti para negar haberse impresionado por el runrún carcelario por el nombre de Di Matteo. Retrocedamos un poco.

Tomemos el caso de los disturbios en las cárceles, que comenzaron el 7 de marzo y causaron quince muertes y daños por millones de euros. No nos engañemos. El hecho de que la revuelta se extendió simultáneamente en la mayoría de los institutos penales – el mismo día, a la misma hora, minuto más minuto menos – (movimientos telúricos que, precisamente, provocaron un terremoto) sólo se explica por el uso de teléfonos celulares por parte de los prisioneros.

Todos lo negarán. Todos dirán que se necesitan pruebas. Todos dirán que es algo que no está ni en el cielo ni en la tierra. Confíen en mí: en las cárceles italianas los celulares circulan con absoluta tranquilidad.

Prueba de ello es que el fiscal jefe de Catanzaro, Nicola Gratteri, entrevistado en televisión, hizo una propuesta muy simple: inhibir, en las cárceles, la recepción de señal. Pero dado que existe la tratativa anteriormente señalada, está muy claro por qué la propuesta sigue siendo letra muerta. Y así seguirá.

La explicación, sin embargo, de muchas de esas muertes en la revuelta carcelaria, desencadenada – no olvidemos – por la eliminación de las conversaciones con familiares debido al contagio del virus, fue hablar de sobredosis y luego del asalto a las farmacias de las prisiones. El parche se veía peor que la rotura. ¿Se deduce de esto que las visitas ingresan a la prisión pequeñas cantidades para sus familiares? Y al haber menos qué ¿comenzó el asalto a las farmacias? No lo sabemos. Sea como fuere, después de veinticuatro horas ya nadie habló más.

Vayamos al grano. ¿Qué querían los prisioneros? O más bien: ¿qué querían los líderes de las revueltas carcelarias? O mejor aún: ¿qué querían los mafiosos, los de la Camorra y de la ‘Ndrangheta que, desde que el mundo es mundo (aunque se diga que no es así), son los dueños de las cárceles italianas?

Querían salir. Volver a casa Cerrar el paréntesis carcelario. Y el coronavirus era el gran bingo que no se debía perder.

¿Acaso no es eso lo que pasó?

Desde Pasquale Zagaria para abajo, gracias al coronavirus (que no tiene nada que ver con el asunto), un buen escuadrón de reclusos ha regresado a casa.

El mérito de Giletti fue haber lanzado la piedra de la polémica televisiva, ya que nadie parecía haber notado nada.

Aparentemente, todo está bien; aunque haya terminado con la renuncia del jefe del DAP, Francesco Basentini (¿por qué, si todo estaba bien?). Y los nombramientos posteriores de Dino Petralia y Roberto Tartaglia para dirigir el DAP.

Ahora Italia está descubriendo el crimen. En verdad, Nino Di Matteo había hablado claramente y en tiempos insospechados.

Tanto de la revuelta en las cárceles, suponiendo que los jefes fueran los inspiradores y, con motivo de la liberación del jefe Francesco Bonura, advirtiendo un posible "liberen a todos". E incluso lo mencionó al CSM. Obviamente, el mundo de los medios lo ignoró.

En otras palabras, ahora que la olla de la tratativa entre gobierno y detenidos finalmente ha sido destapada, todos corren para tratar de cubrirse.

¿Quién pide la renuncia de Bonafede y quién, en cambio, quiere poner a Di Matteo en la parrilla, por enésima vez?

Debe recordarse que el corazón de la Tratativa Estado-mafia (materia del famoso juicio en el que Di Matteo y Tartaglia, junto con otros, fueron los fiscales) estuvo representado precisamente por la situación de los prisioneros, con las consiguientes solicitudes de cancelar la prisión dura, el 41 bis, y el cierre de las cárceles especiales de Pianosa y Asinara.

La historia es siempre la misma.

Otra vez, uno diría.

Y debe permanecer cerrada y sellada. El ex jefe de Estado, Giorgio Napolitano lo enseña.

Hoy, el Corriere della Sera, define a Nino Di Matteo como un fiscal "divisor".

La definición encaja perfectamente.

Para Di Matteo, ser "divisor" en un asunto como este, debe considerarse una medalla al valor.

Por otro lado, estas cosas, los políticos y los periodistas las conocen muy bien. Fingen no ver y no saber. Pero siempre las han sabido.

Aunque después se indignen al mando, mejor dicho: al telecomando, cuando ciertas verdades incómodas afectan directamente a los ciudadanos. De ahí la necesidad de Nino Di Matteo de "dividirse" de ciertos ambientes.

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 Foto original © Giorgio Barbagallo

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