Por eso no debe tener justicia
Por Saverio Lodato - 10 de julio de 2020
Se necesitó la guadaña del virus para eliminar, al menos hasta nuevo aviso, la retórica más practicada en Italia, esa contra la mafia y sus representantes; la de aniversarios pesados, sancionados por calendarios que durante décadas han sido el receptáculo para la celebración de la hipocresía por parte de un país, Italia, que mientras celebra su irreductibilidad, en realidad se adapta, tolera, llega a un acuerdo, convive y sigue adelante.
Hay muy pocas cosas que decir en vista del próximo aniversario de la masacre de Via D'Amelio.
Han pasado veintiocho años.
Paolo Borsellino, Manuela Loi, Walter Cosina, Vincenzo Li Muli, Claudio Traina y Agostino Catalano, quienes en vida fueron traicionados y asesinados, resultaron nuevamente traicionados una vez muertos y finalmente, con el debido respeto, olvidados.
Y no es que en estas tres décadas hayan faltado las proclamas o no se hubieran desplegado las "divisiones del bien".
No es que en estos treinta años se hayan ahorrado palabras de condena y de denuncia de lo sucedido.
Las imágenes de calles y edificios destrozados se han mantenido, eso sí.
El tormento, incluso visual, de aquel lejano 19 de julio de 1992, está celosamente guardado en los cofres de las televisoras que, en ondas recurrentes, aunque con diferentes propósitos, lo presentan una y otra vez.
Y esto no quiere decir que el poder judicial no haya intentado seguir su curso.
Pero es el tiempo el que lo trastorna todo, porque es cierto que, todavía hoy, hay procesos abiertos, muy abiertos. Hasta se podría decir: demasiado "abiertos", por lo tanto, demasiado sin resolver, dado que han transcurrido 28 fatídicos años.
El hecho es que la retórica podría andar bien -en todo caso- para cubrir el primer tramo del camino.
Luego, las decisiones políticas y de rigor, las voluntades radicales, la conciencia de la necesidad de pasar la página para siempre, deberían haber tomado el control; en una palabra, debería haberse asumido que un país que flota en un mar de sangre sin resolver siempre estará destinado a un magro futuro.
Pero ¿cómo se hace?
¿Cómo se puede hacer?
Visto y considerado que incluso las piedras han entendido que Paolo Borsellino firmó su sentencia de muerte, cuando, ante la Tratativa que ya estaba en curso entre el Estado y la mafia, pronunció su "no estoy ahí".
Paolo Borsellino se convirtió en un obstáculo institucional inconsciente.
Se arriesgó, con su figura límpida, su profundidad judicial, su conocimiento investigativo, para destapar el caldero hirviente, casi desbordado con la masacre de Capaci.
Partió desde Giovanni Falcone y de la búsqueda de los motivos de su sacrificio.
Dos Chernobyl, apenas separados por 57 días.
Dos Chernobyl, por la legalidad y el respeto a la ley, por el derecho de todos a la coexistencia pacífica; exactamente lo contrario, de hecho, de las guerras de las masacres.
Por lo tanto, en estos veintiocho años, hemos sido testigos de mortíferos vertidos de cemento sobre la verdad.
Así, se explica la situación asfixiante de hoy.
Todos entendieron lo que sucedió en Via D'Amelio.
Y, debido a que la verdad nunca llegó, todavía hay demasiadas personas vivas que tienen en sus manos las primeras posiciones del poder y el mando.
No es una casualidad. Los periódicos italianos no escriben ni una palabra sobre las audiencias que se realizan en Palermo, en el trámite de la apelación del juicio de la Tratativa Estado-mafia en el que, tan pronto como sea posible, se dictará sentencia.
Cuanto menos se hable de ello, mejor.
Por eso decimos que Borsellino no debe tener justicia. De lo contrario, por lo menos los diarios y los canales de televisión, deberían hacer su trabajo.
Todo es de una claridad ejemplar.
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*Foto de Portada: Foto © Shobha