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24ped2Una reflexión sobre los abusos a menores en el contexto de la Iglesia católica y de las directrices del Papa Francisco contra los clérigos pederastas
La pederastia es uno de los escándalos sociales que aparecen con frecuencia en los medios de comunicación. Su definición académica es sencilla: “Inclinación erótica hacia los niños o abuso sexual cometido con ellos (DLE de la Real Academia de la Lengua). La realidad coincide con pedofilia, definida como “atracción erótica o sexual que una persona adulta siente hacia niños y adolescentes” (Ibíd.), cuando las personas que padecen esta tendencia, en ocasiones de arraigo patológico, la resuelven en abusos prácticos, aunque la motivación, al menos en su origen, pueda ser distinta Su étimo griego es ya muy expresivo: “paidós-filia”> niño-atracción.

Los tratadistas de dicha problemática suelen incluir este tipo de desórdenes dentro del ámbito más amplio de los abusos a menores (F. López Sánchez, Los abusos sexuales a menores y otras formas de maltrato sexual. Madrid, 2014). El maltrato  a menores ha sido definido por el Observatorio de la Infancia en España como “acción, omisión  o trato negligente, no accidental, que prive al niño de sus derechos y bienestar, que amenace y/o interfiera su ordenado desarrollo físico, psíquico y/o social, cuyos autores pueden ser personas, instituciones o la propia sociedad”. El autor mencionado, considera, con buen criterio, la pederastía como una forma más de abuso, juntamente con las mutilaciones sexuales, el matrimonio forzoso de las niñas, la explotación comercial de menores y los conflictos provocados en los niños o adolescentes por su orientación sexual (la homosexualidad maltratada).
Las dos realidades definidas al principio llevan aparejado normalmente el abuso y maltrato sexual de los menores. La pederastia existió ya en culturas antiguas tan desarrolladas como la griega y la romana. En ambas, aunque estaba socialmente extendida, era condenada por los layes, y no desapareció nunca en la occidental, de forma más o menos extendida y siempre vergonzante.
Considerada como desorden comenzó a tratarse con rigor por psiquiatras del siglo XIX. Durante la centuria pasada fueron apareciendo trabajos de especialistas, provenientes casi siempre del mundo anglosajón, ahondando en la problemática creada por las diferentes formas de abuso, y algunas de las instituciones, relacionadas con la salud pública y el bienestar social, también se ocuparon de ello de manera contundente. Las Naciones Unidas, por ejemplo, aprueban y promulgan en 1959 la Declaración de los Derechos del Niño, considerando a éste como sujeto de derechos y de deberes de protección inalienables. En la segunda parte del siglo aparecen los primeros estudios científicos relacionados con la problemática de esta clase de maltratos, especialmente en Estados Unidos. El primer estudio internacional sobre la incidencia de este tipo de abusos lo hacen los americanos en 1981 y un poco más tarde comenzarán a realizarse y publicarse trabajos de especialistas españoles (López Sánchez, p. 12 y s.).
En los últimos veinticinco años, en el contexto de la consolidación de una sociedad del bienestar que busca procurase placeres de todo tipo y de forma inmediata –uno de los postulados esenciales de la llamada cultura de la postmodernidad–, el grave problema social de los menores maltratados de muchas formas, en las que no faltan diversas modalidades de abusos sexuales, parece convertirse en un problema grave. Internet, con sus casi infinitas posibilidades de comunicación y de divulgación se convierte también en un instrumento utilizado por pederastas o pedófilos y por quienes ven en este tremendo delito posibilidades de negocio suculento junto a la trata de mujeres y la droga.
El grave desajuste social que hiere, sin duda alguna, a los ciudadanos honestos y de buena voluntad, adquiere tonos todavía más horrendos cuando se puede constatar que muchos de los abusos que se comenten contra niños y adolescentes tienen como sujetos responsables a clérigos de diferentes niveles o categorías jerárquicas de las iglesias y en particular de la Iglesia católica. Este acontecimiento se ha convertido un escándalo que viene sacudiendo las estructuras de la Iglesia desde el cambio de siglo, especialmente.
El Papa Francisco, que entre otras muchas virtudes novedosas se distingue por su decisión y valentía al emprender una especie de cruzada contra la pederastia y la pedofilia, no ha tenido inconveniente en decir que “como Jesús, usaré el bastón contra los sacerdotes pedófilos” (entrevista con E. Scalfari, publicada en el diario La Repubblica el 13 de julio de 2014), ni anunciar públicamente que el dos por ciento de delitos cometidos –una proporción notablemente alta– se debe a clérigos: “Muchos de los colaboradores que luchan conmigo me aseguran, con datos fiables, que la pedofilia dentro de la Iglesia se calcula en un dos por ciento. Se supone que este dato me debería tranquilizar, pero debo decir que no me tranquiliza en absoluto. Más aun, lo considero gravísimo. El dos por ciento de los pedófilos son sacerdotes e incluso obispos y cardenales. Y un número mayor son los que lo saben pero callan; castigan, pero sin decir el motivo. Este estado de cosas me parece insostenible y tengo la intención de afrontarlo con la severidad que requiere”. En varias ocasiones ha dicho, con claridad, que con este tipo de desórdenes utilizará el principio de “tolerancia cero” y no le ha temblado nunca, hasta ahora, el báculo pastoral de Pedro, a la hora de enfrentarse con clérigos pederastas, sea cuál fuere su rango.           
En España los casos denunciados desde el año 2001 son escasos: no pasan de la veinte. Aunque no se tienen estadísticas fehacientes, se sabe con bastante certeza que han sido muchos más. Los obispos han preferido tratar a los clérigos pederastas o pedófilos imponiéndoles penas más de naturaleza eclesiástica o espiritual que como autores de un verdadero delito, penado por la ley y denunciable ante la justicia ordinaria. Los planteamientos del Papa Francisco son completamente radicales y van en esta segunda dirección, aunque en el trascurso de la mentada entrevista se acordara del “principio de misericordia” de Jesús hacia los pecadores, pero también apostillaba este principio, afirmando que el Señor había sacado el bastón contra delitos muy graves. Y el de la pederastia-pedofilia lo es.
“La perversión de un niño", en palabras del Papa durante la misma entrevista, "es lo más terrible que se pueda imaginar”. Si bien es cierto que esta clase de delitos, cada ver más frecuente, se cometen en el seno de las familias y por personas de distinta índole o profesión, cuando los promotores o agentes del mismo son clérigos, dicha gravedad adquiere todavía tonalidades más graves. Al fin y al cabo, los sacerdotes, aparte de estar obligados a constituir un ejemplo para todo el mundo, están muy familiarizados con las palabras de Jesús que situaba a los pobres y a los niños como principales destinatarios del Reino de Dios que predicaba: “En aquel momento se acercaron a Jesús los discípulos  y le preguntaron: ¿Quién es el mayor en el Reino de los Cielos?. Él llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: Os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. Así pues, el mayor en el Reino de los Cielos será el que se humille como este niño. Y el que acoja a un niño como éste en mi nombre, a mí me acoge. Pero el que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que colgasen al cuello  una de esa piedras de molino que mueven los asnos y lo hundiesen en lo profundo del mar” (Mat.18, 1-8).
Por eso, siguiendo al rebufo del Papa, ante casos de pederastia no se puede callar por piedad con los pederastas considerados como pecadores. Aun reconociendo esta connotación moral, se debe dar un paso más y denunciarlos como delincuentes ante las autoridades competentes.
http://mas.asturias24.es/secciones/cronicas/noticias/el-escandalo-de-la-pederastia-hoy/1424952247

 

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