01bandera austria•    Marcelo Cantelmi
Panorama Internacional
Las conversaciones en la capital austríaca entre EE.UU., Turquía, Arabia Saudita, Rusia e Irán sobre la crisis siria, que este viernes se ampliaron con otros participantes, son una esperanza en medio de las luchas de poder que han incendiado la región.
El concepto de “realismo” trata del ejercicio de asumir los hechos como son y recién luego cómo se pretende que sean. La presencia finalmente aceptada de Irán en las conversaciones en Viena entre EE.UU., Turquía, Arabia Saudita y Rusia sobre Siria, es un dato que da sentido a esa fórmula. Washington había demorado en despejar esa presencia trabado en una agenda infructuosa para modelar el destino del país árabe y de la región a partir de lo que se pretendía, no de lo que era.

La conferencia de Viena, cuyo segunda cita se cerró ayer, es quizá el hecho más importante desde la otra cumbre también en la capital austriaca que en julio cesó el apetito atómico de la nación persa. Pocos dudan ya que esa negociación entre los cinco miembros del consejo de seguridad de la ONU, Alemania y el régimen de Teherán, avanzó mucho más allá de la controversia nuclear. Sin aquel encuentro, no existiría este otro, ni tampoco todo lo que hemos visto que se ha desarrollado sobre este ring de combate brutal en que se ha transformado Siria.
El escenario, tal como se lo ha conformado, muestra convenientemente en primera fila a la banda terrorista ISIS. El enemigo común, al menos en la retórica, que justificaría una mesa que además de la teocracia persa ha sumado a más jugadores árabes, entre ellos Egipto; y también la Unión Europea y, otra vez, el quinteto del Consejo de Seguridad. Pero si se mira en el trasfondo lo que late ahí es una lucha de poder que si no es encarrilada puede generalizarse en cualquier forma imaginable. La amenaza terrorista va bien por debajo en la agenda de ese otro panorama abismal que añade el lastre de la ausencia de alianzas reales y profundas entre los países del mundo árabe y con su vecindario.
 El mayor desafío de la cumbre de Viena es crear un sistema internacional de cooperación que resuelva la crisis antes de que pierda totalmente control. No se trata del ISIS que ha sido un jugador en el menú de todos, sino del destino de Siria, o en otras palabras, de determinar hasta dónde llegará la influencia de un Teherán recargado tras los acuerdos con Occidente y hasta dónde también el de sus adversarios y aliados. Viena esta pactando las reglas del mundo que viene en esa región.
En este cuadrante, el futuro del hombre fuerte de Damasco, Bashar Al Assad, tiene valor relativo pese a la exagerada presencia de esa controversia. La permanencia o remoción del dictador tenía valor cuando suponía una conquista en uno u otro sentido según quién tuviera la iniciativa. Washington y sus socios europeos demandaban la caída de Al Assad, rusos e iraníes, la rechazaban. Esa tensión derivó en el reconocimiento por Washington de que nada sucederá con el sillón de Damasco al menos durante una transición cuya extensión, según fuentes de la Casa Blanca citadas por The New York Times, se desconoce.
Así como el formato ampliado de la reunión de Viena sobre Siria, y la inclusión de Irán, dos condiciones impuestas por Rusia, este retroceso de EE.UU. sobre qué hacer con Assad constata hasta qué punto se ha inclinado la baza a favor del diseño estratégico de Vladimir Putin. Henry Kissinger llamó alguna vez a no subestimar a este autócrata despiadado. “Es un estratega serio” lo describió. “La comprensión de la psicología y valores norteamericanos no es su fuerte”, dijo y aclaró: como tampoco lo es “la comprensión de la psicología e historia rusa entre los políticos estadounidenses”.
En este dédalo, los árabes sospechan, y así se lo comentaron a este cronista, sobre guiños entre Barack Obama y su colega del Kremlin para llevar adelante la ofensiva sobre Siria. Hay diálogo, por cierto. La decisión de llamar a nuevas elecciones en Siria vendría de esos contactos. Pero, es improbable lo que esa idea sugiere sobre una planificación militar conjunta. La velocidad de los sucesos, más bien, parece haber descolocado a Washington. Esta semana la responsable para la región de la cancillería norteamericana Anne Patterson, hizo una declaración ante el Congreso que reveló esa sensibilidad. En un tono que parecía de otras épocas, sostuvo que “las perspectivas sobre la influencia rusa en la región se han exagerado”. Los países del Golfo, dijo, “viven de forma muy segura bajo el paraguas de defensa de EE.UU. que los protege de Irán y otras amenazas”.
Nada de eso es lo que está ocurriendo. Putin, en cambio, ha venido fortaleciendo su posición y ya exhibe avances militares que consolidan la iniciativa rusa en el conflicto. Este último miércoles el Kremlin informó que había golpeado 118 blancos, que definió como terroristas, en sólo 24 horas. El número supera los 115 raids que los bombarderos de la alianza de 50 países que encabeza EE.UU., realizaron en todo setiembre. Esas diferencias son las que alimentan la incógnita sobre el auténtico lugar de esta banda terrorista tan furibundamente anti-iraní como adversaria de Al Assad. Si hay una oscura determinación de no eliminar al enemigo de mi enemigo involucraría en este caso a casi todos los participantes de esta pesadilla. Pero eso es lo que ahora se pone en juego. El nuevo arenero se debería disputar en adelante con otras armas.
Moscú ataca al ISIS porque en sus filas hay legiones de chechenos, entre otras minorías enemigas del Kremlin. Pero también arrasa con el resto de los grupos rebeldes, aun los rivales de aquel califato, para preservar Damasco y a su eventual futuro inquilino. Rusia tiene intereses estratégicos objetivos que busca mantener con o sin Assad en el gobierno. La estructura militar del Kremlin en Tartus es uno de ellos. Otro lo determina el hecho de que el país árabe es clave para el paso de los gasoductos rusos.
Se trata de la misma lógica que llevó a Putin a tomar la Península de Crimea durante la crisis ucraniana. La flota del Mar Negro con la que Rusia proyecta su poderío en el Mediterráneo tiene base en Sebastopol, en esa península. EE.UU. y Europa lo saben. Ese conocimiento, sumado al empeño del Kremlin para salvar las tratativas atómicas con Irán, explica cierta solidaridad diplomática que ha venido creciendo con Moscú. Y que se expresa en el apoyo a que el oriente prorruso ucraniano devenga en una región federal como pretendía Putin; es decir, sumar pero no incluir evitando el quebranto que implicaría la integración física.
Irán es el otro ganador en este tren fantasma. Pero su presencia en Viena desvela, además, el alcance de la batalla interna que se libra en la teocracia persa. El líder supremo había advertido que no habría otras negociaciones con Occidente después de las nucleares. El presidente Hassan Rohani pasó por encima de esa línea roja y le añadió otra sonrisa satisfecha a Putin. Quizá también a Obama.
http://www.clarin.com/mundo/Viena-potencias-definen-nuevos-equilibrios_0_1458454552.html