03divididaMARTES 07 DE MARZO DE 2017
Se convirtió en Estado soberano en 2011, pero desde hace cuatro años sufre el peor conflicto activo en África por una lucha de poderes
En Rimenze, los lugareños dicen que ya al mediodía hay muchos chicos llorando de hambre. Foto: Tyler Hicks/NYT
YAMBIO, Sudán del Sur.- Hace un par de semanas, Simon Burete estaba desmalezando su sembrado de maní y de pronto vio salir humo de su casa. Acudió corriendo lo más rápido que pudo.

Simon y su esposa Angelina, habían disfrutado de años de paz: él, trabajando en el campo; ella, vendiendo los productos en el mercado. Eran pobres, pero se apoyaban mutuamente. Justo esa mañana, habían hablado de ir hasta el pueblo a comprarse sus primeros teléfonos celulares.
Pero cuando Simon llegó con la lengua afuera y embarrado hasta las orejas a la puerta de la casa, no pudo creer lo que veían sus ojos: sobre el piso yacía muerta su esposa, a la que habían quemado viva las fuerzas del gobierno en una de sus operaciones letales.
La guerra en Sudán del Sur y sus horrores están tragándose las regiones hasta ahora pacíficas del territorio, un horror para las víctimas que además revela una realidad aún más grande: el país se está partiendo al medio.
Yambio, esta ciudad mediana de calles anchas y polvorientas y enormes árboles kapok que parece rezumar tranquilidad supo, ser parte del así llamado "Estado verde". El lugar era considerado seguro, fuera de la zona roja.
Pero ahora en la ruta que conduce a la ciudad se ven hileras de edificios quemados y chozas destruidas. Los fértiles campos, parte del así llamado "granero" de Sudán del Sur, están abandonados, mientras el país sufre una desesperante crisis de alimentos. Los nombres de los seres queridos fallecidos circulan por los improvisados campamentos construidos en los alrededores de Yambio para albergar a los desplazados, lo mismo que ocurre en ciudades y pueblos que se encuentran a cientos de kilómetros de distancia.
El conflicto en Sudán del Sur comenzó como una lucha de poder entre los líderes políticos del país para luego derivar en una disputa más amplia entre los dos principales grupos étnicos: los nuer y los dinka.
Pero al ingresar en su cuarto año, esta guerra, actualmente la peor de África, está arrastrando también a muchos otros grupos étnicos del país, como los azande, los shilluk, los moru, los kakwa y los kaku. La ampliación del conflicto pone en jaque todos los pilares sobre los que descansaba el futuro de este país: la producción petrolera, la agricultura, la educación, el transporte y sobre todo la unidad, que tan orgullosamente se exhibió hace seis años, cuando Sudán del Sur nació rodeada de un halo de júbilo que en retrospectiva resulta una ingenuidad. Decenas de miles de civiles han sido asesinados y cada una de las treguas trabajosamente negociadas por funcionarios africanos y occidentales fue violada.
Y como si fuera poco, otra calamidad: la hambruna.
Estados Unidos ayudó a esta nación a nacer construyendo ministerios, entrenando soldados, inyectando más de 11.000 millones de dólares desde 2005. Los estadounidenses, especialmente los poderosos grupos cristianos, alentaron a los rebeldes sudaneses del Sur durante sus décadas de guerra de independencia para separarse de Sudán, gobernada por los árabes y al que los sureños se refieren simplemente como "el Norte".
Pero Sudán del Sur ha tomado el mismo camino de sangre que el Norte. Desde donde se lo mire, los soldados de Sudán del Sur se han convertido en brutales sosías de las amplia y justificadamente vilipendiadas fuerzas norteñas contra las que se habían rebelado, y están librando una guerra contra su propio pueblo.
Los analistas internacionales dicen que Sudán del Sur empieza a parecerse pasmosamente a Darfur, esa vasta región del oeste de Sudán que se sumió en la guerra a mediados de la década pasada y se convirtió en sinónimo mundial de atrocidades contra los civiles.
Lo que pasó en Darfur está pasando en Sudán del Sur: grupos paramilitares del gobierno o a veces incluso soldados de uniforme que arrasan ciudades, queman viviendas, masacran a civiles, violan en grupo a las mujeres y expulsan a millones de personas de sus hogares, dejándolas hacinadas en campos de refugiados protegidos por las fuerzas de paz de las Naciones Unidas y donde cunden las enfermedades.
Los grupos defensores de los derechos humanos dicen que las evidencias de crímenes de guerra se acumulan día a día. Y al igual que en Darfur, los funcionarios de las Naciones Unidas en Sudán del Sur temen la inminencia de un genocidio.
El gobierno de Sudán del Sur asegura estar aplastando una rebelión: la misma lógica esgrimida en Darfur. Y es cierto que en 2013 se alzaron grupos armados liderados por ambiciosos políticos nuer que desafiaron la hegemonía dinka apenas dos años después de que el país logró independizarse de Sudán.
En Sudán suele decirse en voz baja que el país está en guerra contra sí mismo desde su independencia. La mayoría de los analistas e incluso algunos funcionarios del gobierno de Sudán del Sur temen que su país corra el mismo destino.
Dominio dinka
Los funcionarios de Sudán del Sur reconocen que su gobierno, liderado por Kiir, ha sido una gran decepción.
Para empezar, la economía. Cuando Sudán del Sur consiguió su independencia, producía 300.000 barriles de crudo por día, generando miles de millones de dólares que debían invertirse en escuelas, rutas, hospitales, plantas de tratamiento de aguas, estaciones de policía y demás infraestructura necesaria para el funcionamiento de un Estado.
Pero basta mirar un poco las condiciones en las que está Sudán del Sur para advertir que nada de eso ocurrió. ¿Por qué? Los ingresos por petróleo fueron robados. Hay altos funcionarios acusados de amasar enormes fortunas, y ellos y sus familias suelen ser vistos en Nairobi, capital de la vecina Kenya, al volante de autos de lujo de más de 100.000 dólares.
Pero en Sudán del Sur el sueldo de los maestros es de menos de 3 dólares mensuales, y muchos dicen que ni siquiera cobran eso. Ni los embajadores reciben siempre su pago.
Una de las pocas luces de esperanza, según los analistas, es que Riek Machar, ex vicepresidente y poderoso político nuer que lideró la rebelión contra el presidente, fue marginado y relegado al exilio en Sudáfrica. La mayoría acusa a Machar de haber fogoneado la violencia étnica y de haber sido una fuerza desestabilizadora durante las batallas de independencia de la década de 1990, y los países vecinos de Sudán del Sur que intentan ser intermediarios de una tregua no quieren que Machar vuelva.
Pero el problema del dominio dinka sigue sin resolverse. El presidente Kiir es un dinka, al igual que el comandante del ejército y muchos altos mandos y miembros de las fuerzas de seguridad.
Funcionarios del gobierno admiten que algunos de sus soldados han cometido abusos, pero el gobierno niega que sea un intento de generar una guerra étnica.
En Yambio, la mayoría de la gente pertenece al grupo étnico azande, y muchos dicen haber sufrido la brutalidad de los dinka. También dicen que muchos de sus jóvenes se han sumado a la lucha contra el gobierno. A veces es difícil saber qué llegó antes, si la opresión o la rebelión.
Algunos analistas sienten que la situación es tan desesperante que han propuesto una solución drástica: la ocupación de una fuerza de paz internacional. Según ese argumento, el gobierno de Sudán del Sur ya no cumple sus funciones y es ilegítimo, y debería ser desplazado para dejar que las Naciones Unidas o la Unión Africana encabecen una administración de transición.
http://www.lanacion.com.ar/1990614-sudan-del-sur-una-nacion-nueva-que-ya-esta-partida-por-la-guerra