19chatarradomingo, 26 de febrero de 2017
Este es un resumen del texto recientemente presentado por la Fundación Friedrich Ebert y la revista Nueva Sociedad, Ni pan ni circo. Historias de hambre en América Latina, caso Bolivia.
"Cuando yo era niña, en cada casa había árboles frutales: ciruelos, durazneros, parrales, higueras, pacayes… ¡El pacay, en cada cuadra había pacay!”, lamenta Blanca Arze, propietaria de un pequeño puesto de comida en el popular mercado 25 de Mayo en Cochabamba, región antes conocida como "el granero de Bolivia” y donde comer todavía es un culto.

Blanca Arze, la "comidera” más reconocida del lugar, sabe lo que dice y su experiencia cotidiana da cuenta de una situación que se repite en el resto del país: que la producción de alimentos propios ha disminuido, que el sabor es casi un arcaísmo, que sólo los mayores recuerdan y se esfuerzan por consumir platos tradicionales y variados cuyos ingredientes están desapareciendo, que la gente prefiere cada vez más comida "chatarra”, que la obesidad va en aumento y la diabetes es una de las enfermedades más comunes así como el cáncer es pan de cada día, y  que aunque todavía existen bolsones de pobreza, en Bolivia lo que hay no es hambre, sino al revés. Hay dinero, consumo y mala alimentación.

El milagro de los bonos

En 2014, Bolivia recibió complacida el informe de desarrollo humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) que presentaba al país como el más exitoso de la región por haber reducido la pobreza 32% entre los años 2000 y 2012. Pero ese mismo informe indicaba que quienes lograron salir de la pobreza no se habían consolidado aún en un estrato medio debido a la fragilidad de las condiciones estructurales y, por lo tanto, corrían el riesgo de recaer. Datos recientes indican que 19 de cada 100 bolivianos salieron de la pobreza y son ellos los que están en esa delicada franja social en ascenso, pero también en riesgo.

Las razones que explican la reducción de la pobreza en el país, según el economista Gonzalo Chávez de la Universidad Católica Boliviana, son tres: "El crecimiento de la economía, sobre todo en sectores de comercio, servicios y construcción, donde a pesar de la informalidad han mejorado los ingresos de las personas; la creación del sistema de pensiones de jubilación; y los bonos Juancito Pinto, Juana Azurduy y la Renta Dignidad”.

Aquellos bonos benefician al 42% de la población y según el ministro de Economía, Luis Arce, son los que han permitido reducir la pobreza. Pero Chávez cree que la pregunta debiera ser "¿cuán sostenible es que esa gente se mantenga por encima del umbral de dos o tres dólares por día si esto está vinculado al ciclo de las materias primas?”. Es decir, ahora que el precio de los hidrocarburos va en descenso, el salto fuera de la pobreza no está consolidado.

Por otra parte, si bien Bolivia se ha alejado del extremo más pobre, continúa entre los países pobres de la región, sobre todo en el área rural donde la pobreza extrema llega al 37%.

Y es que como afirma Gonzalo Chávez, el asunto de la pobreza debe mirarse desde dos perspectivas: "La de los ingresos -que sin duda han mejorado en los últimos años-, pero también la de los servicios básicos, y allí probablemente los resultados no sean tan alentadores”.  

Efectivamente, más de 2,5 millones de bolivianos no tienen agua potable y la mitad de la población carece de servicios de saneamiento. Según el informe de actualización 2014 de los Objetivos del Milenio de la Organización Mundial de la Salud relativo a los "Progresos en materia de agua potable y saneamiento” en América Latina y el Caribe, Bolivia y Haití tienen los niveles más bajos de cobertura. En el área rural se agrava, pues más del 60% de sus habitantes no cuenta con alcantarillado (Ministerios de Medio Ambiente y Aguas).

La falta de acceso y la precariedad de estos servicios afecta directamente tanto a la salud como a la seguridad alimentaria. Los resultados más visibles son la diarrea aguda y la malnutrición crónica. De hecho, la primera causa de muerte de niños menores de cinco años en Bolivia sigue siendo la diarrea (8,5%), que afecta sobre todo al área rural en un 10,4% (Ministerio de  Salud).

Entonces, cabe preguntarse: ¿ese relativo mayor ingreso ha permitido mejorar las condiciones de vida y salud de los bolivianos?;  ¿ha permitido mayor acceso a los alimentos o mejor alimentación?

La Madre Tierra

Desde los años 40 y 50, la producción agropecuaria nacional se trasladó al oriente del país, donde comenzó a diseñarse el "modelo de desarrollo agrario-capitalista” que ahora predomina en el departamento de Santa Cruz, convertido en el centro de producción agrícola del país. De las 3,2 millones de hectáreas cultivadas que hay en Bolivia, 2,8 están básicamente allí. Se trata de grandes extensiones de cultivos vinculados al agronegocio internacional.

Entonces, si la tenencia de la tierra cultivada en Bolivia está mayoritariamente en manos de empresarios agroindustriales del oriente -que básicamente producen soja, sorgo, girasol, caña de azúcar, maíz, trigo y arroz-, y considerando que ese no podría ser nuestro único alimento ¿quién da de comer a los bolivianos y qué es lo que comemos?

"Hace 30 años no había duda al decir que los principales proveedores de la canasta básica familiar boliviana eran los campesinos agricultores bolivianos. Ya no”, asegura Miguel Urioste, de la Fundación Tierra. Aunque el 94% de las unidades productivas del país corresponde a los pequeños productores familiares y el 5%, a los medianos, el 1%, que son las grandes unidades productivas, produce el 67,5% de la oferta nacional de alimentos que son básicamente aquellos del agronegocio, que en la dieta cotidiana de los bolivianos no se traducen en  verduras, frutas ni hortalizas, sino en los derivados de la soja, sorgo, girasol, caña de azúcar, maíz, etc. convertidos en alimento para pollos, aceite, azúcar, harina y fideo.

De modo que con el oriente como polo de producción agropecuaria vinculada al agronegocio rentable, con ausencia de riego y políticas productivas insuficientes para pequeños y medianos productores, además del libre ingreso de productos desde países vecinos, y paradójicamente con más dinero en el bolsillo, los agricultores campesinos ya no son los principales proveedores del alimento de los bolivianos. Han cuasi abandonado sus tierras para irse a la ciudad. Se han convertido en consumidores.

El residente

La migración campo-ciudad tiene como protagonista al "residente”, cuenta Urioste: la persona que, "siendo de origen campesino y teniendo tierras, reside en la ciudad y por lo tanto es un citadino que de vez en cuando va a la comunidad (en fiestas patronales, a ayudar a la familia en tiempo de cosecha, etc.) y de esa manera vive una ambivalencia entre el mundo urbano y rural”.

Esta situación ha dado lugar a otras dos características: la "multiactividad” y  la "multiresidencia”. Los agricultores van a la ciudad y son a su vez choferes, albañiles, comerciantes; lo mismo que las mujeres son vendedoras ambulantes, artesanas o se emplean en tareas domésticas. Engrosan así la masa del empleo informal precario que ocupa a más del 70% de la población económicamente activa (Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario -CEDLA-, Instituto de Estudios de Avanzados en Desarrollo).

La excepción son aquellos productores "que han encontrado en un commodity (soja, quinua, café y coca) la opción de articularse a un mercado internacional de manera más o menos rentable”, dice Urioste.

Desafortunadamente, son pocos. El estudio Marginalización de la agricultura campesina e indígena, de la Fundación Tierra, identifica "12.000 productores de commodities (1,4%) dirigidos a la exportación (cacao, café y  soya); aproximadamente 61.000 productores mercantiles (7%) dirigidos principalmente al mercado (arroz, maíz, hortalizas y  frutas) y unos 780 mil productores de subsistencia (91%) que básicamente producen para sí mismos (papa,  tubérculos, yuca y  camélidos) en economías fundamentalmente locales”.

Así, los pequeños agricultores campesinos bolivianos abandonan el campo para convertirse en trabajadores informales urbanos vinculados al consumo, en un mercado nacional abarrotado de una gran cantidad de productos importados. Se suman así a la masa del consumo uniforme donde reinan el pollo, las papas fritas y las gaseosas.

Más comida, menos alimento

Datos del consumo per cápita del MDRT indican que cada boliviano consumiría 102 kilos de papa al año, 43 kilos de pan, 38 kilos de azúcar, 35 kilos de plátano, 34 kilos de pollo, 33 de arroz, 11 de aceite, nueve de fideos y pastas, ocho de carne de cerdo, ocho de cebolla, seis kilos de harina de trigo, seis de tomate, dos de zanahoria, dos de pescado y un kilo de quinua. Esto quiere decir que en  la dieta de los bolivianos abunda en carbohidratos y que se consume, por ejemplo, más azúcar que arroz; que el consumo de frutas, vegetales y hortalizas es mínimo y que a pesar de que Bolivia es uno de los principales productores de quinua del mundo, consumimos apenas un kilo al año.

Entre los productos que tienen como origen la agroindustria, los que más aumentaron en consumo son: harina de trigo (7,2%), pollo (5,3%), fideos (4,7%) y gaseosas (50 litros de gaseosa por persona al año, 48 litros de cerveza y 42 litros de leche de vaca). La dieta de los bolivianos está compuesta en un 79% por productos de origen agroindustrial. Dice Urioste: "Cada vez se consume más azúcar, arroz, pollo, aceite y lácteos (origen industrial) y se consumen menos alimentos originarios como  el amaranto, la chía y otros, que son tradicionales”.

Así, Bolivia ya es parte tanto de la uniformización de los modos de producción como del consumo mundial que prioriza la "comida chatarra”, con la particularidad, según Urioste, de ser aquí un "signo de ascenso social de la nueva clase media boliviana”.

Las consecuencias de aquello se reflejan en los cada vez más elevados índices de enfermedades como la diabetes, hipertensión arterial, problemas cardiovasculares, infartos cerebro vasculares y obesidad, vinculadas a la mala alimentación y precisamente señaladas, en ese orden, como las de mayor prevalencia entre aquellas no transmisibles en Bolivia. Una de cada 10 bolivianos tiene diabetes y 80% de esos pacientes son obesos (Ministerio de Salud).

Ante este escenario, las acciones del Gobierno son contradictorias. Por una parte, el presidente Morales manifiesta la firme intención de ampliar la frontera agrícola en 10 millones de hectáreas, legaliza tierras ilegalmente deforestadas y permite a los empresarios ampliar dicha frontera. Asimismo, mantiene las subvenciones al combustible y aranceles para la importación de insumos agroindustriales, y acaba de decretar un préstamo al sector que afectaría al fondo de pensiones de jubilación. Igualmente continúa el ingreso de alimentos con o sin control vía importación o contrabando, afectando a la producción mediana y pequeña del agro nacional.

Al mismo tiempo, su gestión ha impulsado gran cantidad de proyectos de apoyo a la producción agropecuaria de menor escala en la que ha invertido cerca de 300 millones de dólares. Sin embargo, los resultados se han visto cuestionados por distintos motivos. Aun así, el Gobierno insiste en sus esfuerzos y anuncia, por ejemplo, "la década del riego” con una inversión de 3.600 millones de dólares; busca etiquetar los productos que contengan organismos genéticamente modificados (OGM) y quiere aplicar el "semáforo saludable” para identificar los componentes menos saludables en los alimentos. Pero además se ha propuesto crear una "canasta básica familiar rural” que incluya la maca, cañahua, amaranto y tarwi. "Queremos contrarrestar la producción agroindustrial”, dice Tito Lino del Ministerio de Desarrollo Rural.

Se plantean entonces tres caminos: fortalecer y ampliar la producción de base campesina e indígena como fuente de ingresos para productores, aunque está visto que una mayor producción no garantiza ni mayor acceso ni mejor consumo. El 61% de los bolivianos trabaja, pero no recibe salario, 18% no recibe remuneración alguna, la pobreza extrema sigue en 37% y el 43% de la población boliviana tiene un ingreso per cápita menor al costo de la canasta básica.

El camino opuesto alienta la ampliación de la frontera agrícola y el fortalecimiento de la producción agroindustrial, pero tampoco convence pues se estanca en los monocultivos de exportación. Y un tercer camino busca la convivencia de la agroindustria "sostenible” junto con la producción "ecológica” que haga de Bolivia su vocación productiva, pero al parecer quedan más preguntas que respuestas.

Lo que queda claro es que la producción de alimentos propios ha disminuido (soberanía alimentaria); que el agronegocio tiene más inversión y mayores ventajas; que es posible pensar que si los bonos que impulsaron el salto fuera de la pobreza están amarrados a la venta de los hidrocarburos hoy en descenso, el Gobierno apuesta entonces por el agronegocio internacional como nueva fuente de financiamiento.

Y es que terminada la bonanza se acaba el consumo, peor aún si antes se acabó la producción. Porque, como dice la investigadora argentina Soledad Barruti, si el único modo hoy de acceder a los alimentos es comprándolos, el hambre queda del lado de los pobres

http://www.paginasiete.bo/ideas/2017/2/26/nuevos-indigenas-urbanos-comen-chatarra-128481.html