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UN SACERDOTE ABUSÓ DE 200 NIÑOS SORDOS
pedofiloDenuncian que el caso fue conocido por Benedicto XVI antes de ser nombrado Papa y lo ocultó
Los ataques se produjeron entre 1950 y 1970 y los obispos estadounidenses informaron lo ocurrido en dos cartas a Ratzinger cuando éste dirigía la Congregación para la Doctrina de la Fe. El cura no fue sancionado debido a su “frágil estado de salud”.
Protesta. Víctimas de los abusos por parte de sacerdotes católicos en Estados Unidos pidieron a la Iglesia que no oculte más los casos.
El encubrimiento en la Iglesia católica de los casos de abuso sexual cometidos por sus propios miembros se está transformando en noticia diaria. Después de que el miércoles el Vaticano aceptara la renuncia del ex secretario privado de Juan Pablo II (John Magee hizo silencio sobre ataques a centenares de niños irlandeses), ayer se supo que la Santa Sede ocultó ante las autoridades civiles que un sacerdote estadounidense abusó de 200 niños sordos a lo largo de 20 años. Según publicó el diario The New York Times, los casos fueron informados en dos cartas que Rembert Weakland –arzobispo de Milwaukee, Wisconsin– envió al entonces cardenal Joseph Ratzinger. Allí se informaba sobre los abusos que Lawrence Murphy, fallecido en 1998, habría cometido entre 1950 y 1970. A pesar de que obispos estadounidenses habían alertado sobre el delito, el Vaticano no hizo nada.

Las cartas se habían mandado en 1996. La Congregación para la Doctrina de la Fe, que puede canonizar a religiosos pero también apartarlos del sacerdocio, no contestó a ninguna de las dos misivas. Entre 1981 y 2005, la institución estuvo dirigida por el actual Papa. Quien intervino fue el segundo de la organización, Tarcisio Bertone. El hoy secretario de Estado del Vaticano abrió una investigación secreta sobre el caso. Todo se frenó con otra carta, esta vez del propio Murphy. Con apelaciones a su frágil salud, argumentaba que estaba arrepentido y confesaba: “Sólo quiero vivir el tiempo que me queda dentro de la dignidad de mi magisterio (...). Pido su piadosa asistencia en este asunto”. Tres arzobispos de Wisconsin conocían los hechos, pero ninguno lo denunció.

Murphy había empezado a enseñar en la Escuela Saint John para niños sordos (localidad de Saint Francis) en 1950. Trece años después se transformó en su director, a pesar de que varios alumnos habían alertado a las autoridades religiosas sobre los abusos cometidos por el sacerdote. En 1974 fue trasladado a otra diócesis en el norte de Wisconsin, donde siguió tratando con niños y adolescentes. En la década del 90, las protestas se exteriorizaron, hasta llegar a la propia catedral de Milwaukee. En 1993, la arquidiócesis contrató a un trabajador social especializado en abusos, quien dictaminó que Murphy había confesado todo y no sentía remordimientos. Pese a todo, el sacerdote pasó los últimos 24 años de su vida en el mismo lugar.

LA DEFENSA DEL VATICANO. El Vaticano lamentó el “trágico caso” que afectó a víctimas “particularmente vulnerables”. Sin embargo, también denunció que existe “un evidente e innoble intento de golpear, a toda costa, a Benedicto XVI y sus más estrechos colaboradores” con estas nuevas denuncias. El portavoz Federico Lombardi ratificó que Lawrence Murphy no fue sancionado porque estaba “muy enfermo”. En tanto, L’Osservatore Romano –diario del Vaticano– acusó a la prensa internacional de difundir una imagen de la Iglesia católica “como si fuese la única responsable de los abusos sexuales, lo que no se corresponde con la realidad”. Para ese diario, los criterios de Ratzinger para afrontar estos casos siempre fueron la transparencia, la firmeza y la severidad.

Mientras la jerarquía eclesial trataba de contener las críticas, otras víctimas contaban su historia de vejaciones en la mismísima Plaza San Pedro. Integrantes de la Red de Sobrevivientes de Víctimas de Abusos por Sacerdotes, Barbara Blaine, Peter Isley, John Pilmaier y Barbara Dorris confesaron públicamente que ya no pueden entrar en una iglesia y que no creen en nada. Mientras repartían volantes con los detalles del caso Murphy, acusaron al Papa de ocultar la historia cuando era cardenal y exigieron que se termine con la cultura del secretismo. La policía los detuvo justo cuando hablaban con los periodistas. Muy nerviosa, Blaine sólo atinó a preguntarles a los agentes. “¿He hecho algo malo?”.

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