"Estoy dispuesto, si se me pide, a asumir la responsabilidad", dice el ex primer ministro, que presentará un programa para salir de la crisis
Pablo Ordaz 23 DIC 2012 - 22:50 CET
La jugada, desde el punto de vista político, es de una sutileza y una complejidad solo posibles en Italia. Unas horas después de presentar su dimisión irrevocable como jefe del Gobierno técnico, Mario Monti comparece ante la prensa para despejar, por fin, la incógnita que corroe desde hace meses la vida política italiana: ¿se presentará el profesor a las próximas elecciones generales? Después de dos horas de plática —sin papeles de por medio y sometiéndose a un sinfín de preguntas—, Monti logra evitar el sí y el no. Dice que tiene un programa de gobierno para Italia, que estaría encantado con que una o más fuerzas políticas lo suscribieran con el objetivo creíble de llevarlo adelante, pero que él no será candidato —porque su condición de senador vitalicio se lo impide—, aunque si después del voto las fuerzas políticas tienen a bien pedirle que sea de nuevo jefe de Gobierno, estará dispuesto. Todo esto, en román paladino, se podría traducir en que Monti desea volver a ser primer ministro sin pasar por las urnas, tener la opción de ganar sin el riesgo de perder. Pero el lenguaje de la política italiana está lleno de matices.
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