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menem200La muerte del hijo del ex Presidente Carlos Menem, informe exclusivo

Por Giorgio Bongiovanni y Jean Georges Almendras

Hijo legítimo de Carlos Menem y Zulema Yoma, Carlos Saúl Facundo Menem nació en La Rioja, argentina, el día 23 de noviembre de 1968. Un niño nacido en un hogar de parabienes. En una familia de sólido nivel económico. Hijo de  un político emblemático y mediático de aquellos días. Tan emblemático y además tan carismático, que incluso, representando al Partido Justicialista  llegó a sentarse en la silla magna de la Casa Rosada, de Buenos Aires, el 8 de julio de 1989, siendo primer mandatario hasta el 10 de diciembre de 1999. Cuando su padre asumió el mando de la Nación, Carlitos, como así se le decía a Carlos Saúl Facundo, tenía 21 años y tenía además una hermana Zulema María Eva. Y además, era un aficionado al automovilismo. Tanto así, que apadrinado y apoyado por su padre comenzó a correr en rally por el año 1986 guiando un automóvil Peugeot 504, y solo recién cuando su padre ya era presidente, incursionó como piloto internacional.

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Prometedor desde todo punto de vista, el joven Carlitos vivió su juventud intensamente sin imaginar que toda esa bonanza habría de terminar un día del mes de marzo de 1995, cuando tenía 27 años. Fue exactamente el día 15 cuando piloteaba un helicóptero Bell 2016 Jet Ranger, siendo acompañado en esa oportunidad por un destacado piloto argentino de nombre Silvio Oltra. Según lo informado ese mismo día, Carlitos al mando de la aeronave no pudo evitar enredarse con el cableado eléctrico de la ruta y en consecuencia –en un hecho accidental- el helicóptero se precipitó a tierra hallando la muerte Menem jr. y el piloto Oltra. Pero la muerte estuvo rodeada de un halo de misterio donde la duda sobre lo accidental fue consolidándose gradualmente. La idea de una mano criminal,  tanto en aquel momento como hoy, a más de 22 años de la muerte de Carlitos, ya es un hecho. Restaría solo probarlo y ratificarlo. Antimafia Duemila  encaró este caso, por muchas razones. Entre ellas, el encuentro que matuvimos  con una persona que optó por revelarnos exclusivos e inéditos datos sobre el caso. Datos estremecedores de cómo se planificó el atentado contra el Menem Jr.

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Corre una leve brisa que hace agradable el día. Estamos en la capital de la provincia de Corrientes, en la Argentina. En automóvil hicimos juntos un largo viaje, desde Buenos Aires. Pensando en el encuentro, en los motivos del encuentro y en el significado del mismo. Un encuentro con un hombre que unas dos  semanas antes nos había contactado vía mail, a Uruguay y a Italia,  para decirnos que quería hablarnos sobre  la muerte de Menem Jr.  y  que quería que se supiera la verdad sobre la tragedia del helicóptero, que aclaró no había sido un accidente, insinuándose que era un sicario.

Nuestra primera reacción fue de duda. De sospecha. De incertidumbre. Y por un par de días no respondimos. Pero este hombre que se nos presentó dándonos su nombre real (¿será el real?) pero que nosotros llamaremos Alejandro (porque nos pidió no revelar su verdadera identidad)  fue insistente. Fue perseverante. Tan perseverante que llegó a decirnos que si no aceptábamos dialogar con él se llevaría a la tumba toda la verdad.

¿Una amenaza con sabor a ultimátum?. Fue lo que pensamos. Y fue así, que  por ese ultimátum y otros detalles que no vienen al caso, porque son irrelevantes, decidimos  darle luz verde al encuentro. Marcando lugar, día y hora.

Fue así que debimos movilizarnos con celeridad, para reunirnos en la ciudad de Buenos Aires. El uno procedente desde Montevideo, Uruguay y el otro desde Sicilia, Italia. Nuestro destino era la provincia de Corrientes. Fue inevitable atravesar bastante territorio y hacer muchos kilómetros.

Nuestros respectivos viajes  no fueron  precisamente para intercambiar ideas sobre temas de redacción o planificar proyectos de nuestra profesión. Hicimos un extenso viaje cargando muchas preguntas. Cavilando una y mil veces sobre todo el entorno de la muerte de Carlitos, el hijo del entonces presidente de la Nación argentina Carlos Saúl Menem. ¿Qué quería decirnos Alejandro? ¿Era un sicario literalmente? ¿O sin serlo sabía muy bien todo lo que un sicario podría saber? ¿Hasta qué punto sus informaciones permitirían echar aguas claras sobre un episodio enturbiado desde  un primer momento? ¿Hasta qué punto sus informaciones  permitirían aplastar la impunidad  reinante  en el caso y sacar a la luz pública la verdad, aún transcurridos los años? ¿Hasta qué punto sus informaciones  ratificarían la idea del atentado, que tanto habló la madre de Carlitos, desechando completamente que se había tratado de un episodio accidental?

Después de viajar gran parte de la noche y el día,  en horas del mediodía nos acercamos a un muy modesto hotel de una de las avenidas de la ciudad de Corrientes. Bajamos del automóvil y miramos hacia la entrada principal, siempre en la acera. De pronto,  Alejandro, que estaba parado y atento a nuestros movimientos, nos hizo una seña con la mano inclinando la cabeza para que lo siguiéramos. Lo hicimos. A poco de cruzar el umbral de la puerta del  alojamiento giró sobre sí mismo y se presentó extendiéndonos la mano. Respondimos el saludo.

-Síganme, no tengan miedo. Tenemos que hablar en un lugar privado, que es mi habitación. Solo tenemos que subir por una escalera empinada. ¿Se animan?

Ya estábamos allí. No había vuelta atrás. ¿Era una trampa? ¿Era una broma? Si en algún momento lo pensamos, en ese instante ese pensamiento ya no contaba. Sabíamos que el asunto Menem Jr era un asunto muy pesado. Y si bien ya habían pasado más de 20 años de aquella tragedia que movilizó a periodistas argentinos y de todo el mundo, la aureola de misterio y de intriga criminal, sobre el caso, se mantenía incólume. ¿Por qué? Pues porque tras la caía del helicóptero, en el marco de las investigaciones y de las especulaciones, muchas personas habían perdido la vida. Más concretamente, unas catorce personas, entre testigos, peritos o allegados al hecho.

¿Encontrándonos con Alejandro corríamos riesgo de pasar a engrosar la nómina de víctimas, solo por atrevernos a buscar la verdad? ¿Corría ese riesgo Alejandro? ¿Y nosotros, en consecuencia?

Mientras subíamos las escaleras ninguno de los tres  pronunciamos comentario alguno. El silencio era interrumpido únicamente por el llanto de un bebé que provenía de alguna de las habitaciones.

Después, más silencio. Parecía un hotel desierto. Hasta que llegamos a una habitación de la planta alta. Era pequeña. Una ventana abierta que daba a un patio interior  permitía entrar aire. Una cama de una plaza junto a una pared fue nuestro lugar asignado. Alejandro se sentó junto a la ventana, en una silla. Y comenzó a hablar.

“Los ubiqué a ustedes después de pensarlo mucho. El nombre de su revista me inspiró confianza, lo supuse como un medio que no estaría contaminada por los servicios (secretos). Creo que estuve acertado en hacerlo. Yo les daré unas informaciones que espero sean utilizadas para  bien, por ustedes. Vivo hace tiempo escondido y tengo problemas de salud. Estoy amenazado y no me da vergüenza decirlo, tengo miedo. Estoy distante de mi familia, precisamente para preservarla. Hace años que estoy como a la deriva”.

Sus palabras resonaban en la pequeña habitación que por momentos resultaba asfixiante. Nos hablaba mirándonos a los ojos, pero intermitentemente miraba con recelo hacia la ventana como si estuviera vigilándola,  y proseguía con el diálogo. Nos contó que era de la generación de los sesenta, que no era oriundo de Buenos Aires y que su familia era de policías y militares. Nos dijo también que él entró a la policía hace años y que formaba parte de un grupo de elite, como francotirador. Después fue al punto medular.

“Allá por comienzos del noventa, conocí a un hombre que era capitán del ejército paraguayo y conocía mucho de armas y de explosivos. Este capitán me manda a buscar desde Buenos Aires pagándome los pasajes. Cuando lo encontré  me propuso tomar participación en un asalto a un camión blindado, en Buenos Aires. Ahí comenzó el vínculo. Hicimos el asalto, unos lograron huir, otros cayeron. El paraguayo y yo entre ellos. Estuvimos poco tiempo en la cárcel de Devoto. Y cuando salimos me propuso hacer un trabajo que me daría mucho dinero”.

El relato de Alejandro fue orientándose al caso Menem Jr.  Nos dio a entender que el trabajo que se le ofrecía, obviamente como sicario, y obviamente como francotirador, era el atentado a Carlitos, el hijo de Menem.

“Hubo una reunión  en el barrio Boedo, en un apartamento de la calle Rivadavia y allí el paraguayo me presentó a un Comisario de nombre Jesús Rodríguez, de la Policía Federal, que hoy tendrá un poco más de 70 años. Este Comisario se encargaba de la logística, estaba en actividad, era dueño de un desarmadero de autos y se movía con gente que trabajaba para él por encargo, como sicarios. En esa reunión estaban el paraguayo, que reclutó a las personas, había otro paraguayo, había un colombiano, Había dos hombres de la zona de El Tigre que eran del grupo Albatros, de la Prefectura, y otras cinco personas entre policías y militares. Éramos creo como unas diez o doce personas. Había allí un hombre bajito que no era policía y que no hablaba nada. No sé su nombre. Estaba de traje muy bueno y corbata. Allí se habló de una casa en el barrio Ramallo, de volar el helicóptero, de francotiradores, de que había para cada uno 150.000 dólares, de una camioneta, de uso de radios con la frecuencia policial, de armas que las proveería el comisario, de liberar la zona alejando a los custodias  del joven Menem, de un auto. Se habló de que la idea era colocar 4 francotiradores con rifles Fal. Por eso Menem Jr dice por radio, nos están tirando, y busca a sus custodios. Se habla de darle bala al rotor y es allí donde se le pega. Esa reunión se hace como unos diez días antes del hecho, que fue el 15 de marzo, o sea que la reunión habrá sido el 5 o 6 de marzo del año 95”.

Alejandro habló sin parar. Con firmeza. Haciendo pausas de tanto en tanto. Era un hombre de movimientos calmos. Que inspiraba confianza. Un hombre que de pronto nos dijo a boca de jarro:

“A través de una carta le dije al paraguayo que no iba a participar y me volví donde estaba, es decir me alejé de Buenos Aires. Más adelante me advirtieron a través de una carta que no hablara con nadie, que todo había salido bien, y que rompiera la carta y que guardara silencio”

En esa habitación, cada uno de nosotros  suponemos que en  este último tramo Alejandro no es sincero. Suponemos que Alejandro se pone en la mejor de las posiciones y no nos confirma que él  llegó  a participar del atentado, precisamente como lo que es, un experto francotirador. Suponemos. ¿O capaz nos equivocamos? Pero está claro que nos aporta datos sólidos. Muy sólidos.

Alejandro sigue hablando: “Hay 14 testigos fallecidos, y dos peritos que son víctimas de atentados, atropellados por autos, y uno en particular, el que determina que se trata de proyectiles 7.62 de fusil automático”

Y agrega:”Después de todo esto me voy movilizando por todo el país. Tenía un pálpito, el mismo que me hizo orientar a ustedes. No sé qué pasó con la gente. Veo a Zulema Yoma y se me parte el corazón. Los Menem siguen teniendo mucho poder. Son dueños de La Rioja. Sé a lo que me arriesgo. Sé que me pueden llamar, creo que se hace una causa federal. Lo pensé de mil formas, en hablar con ustedes. Al leer “Antimafia” el pálpito me hizo llamarlos. Veo que se ha acrecentado la necesidad de saber la verdad. Un día me pueden matar. Mis hijos no saben nada. Mi familia no sabe nada. Tengo un efisema, que es una enfermedad pulmonar y tengo diabetes. Mi salud no es buena. Tengo muchos problemas económicos. Los policías trabajan por encargo. Menem  tiene muchos enemigos. Se los digo esto por si me pasa algo. Menem Jr estaba metido en tema drogas, desaparecen 36 mil dólares y cocaína. En todo este asunto del atentado está involucrado Ramón Hernández, secretario privado de Menem padre”

La reunión no fue muy extensa. Los aspectos más importantes del atentado, al menos aquellos aspectos que Alejandro quiso revelarnos, ya estaban con nosotros. ¿Eran informaciones solventes? Supusimos que sí.

Sin mayores formalismos todos nos pusimos de pié y dimos por concluido el encuentro. Con el mismo silencio con el que hicimos el trayecto a la habitación, descendimos por las escaleras. El bebé ya no lloraba. Una o dos mujeres hablando entre sí se cruzaron con nosotros. No hubo ningún saludo. Seguimos con nuestro recorrido hasta llegar al acceso principal.

Alejandro nos dijo gracias y nos extendió la mano. Luego, él se quedó allí, en la vereda frente al hotel y nosotros caminamos dejándolo a nuestras espaldas. Nunca más lo vimos.

(Continuará)

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*Foto de Portada: www.t13.com

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