En España, los jueces que decidieron en el caso del asalto sexual a una joven por parte de cinco miembros del grupo autodenominado “La Manada”, entre los que hay un militar y un guardia civil, sostuvieron que no hubo violación porque la víctima no se defendió. Esta falta de defensa dio a entender a los miembros del tribunal que no existió intimidación ni violencia. Fueron condenados tan sólo por abuso y uno de los magistrados, en minoría, absolvió a los cinco de culpa y cargo.
Según se probó durante el proceso, los imputados forzaron a una joven y la metieron en un portal. Le taparon la boca para que no gritara, la rodearon, la desvistieron y la obligaron a realizarles felaciones a los cinco. Después fueron penetrándola por turnos por vía vaginal y anal, sin utilizar preservativos, valiéndose de su superioridad física y numérica. Filmaron siete videos del abuso que distribuyeron entre los demás miembros del grupo. A causa del miedo, la joven no pudo ejercer la más mínima resistencia.
Según los informes policiales y psicológicos la chica – casi una niña – de 18 años fue hallada llorando con tal amargura y desconsuelo que llamó la atención de una pareja durante la noche de San Fermín, noche oscura de esas donde todo sucede y nada resulta extraño. Llamaron a la policía. Nadie dudó de su versión. Dos días después todavía no podía expresarse con normalidad a causa del llanto. Casi dos años después sigue en tratamiento. Cuentan que aquella mañana, agarró del brazo a una oficial de policía y le dijo: no me dejes sola, por favor.
En la sentencia los jueces aceptaron la versión de la víctima porque su relato es coherente desde el principio. Lo consideraron creíble y confirmado por las pruebas del caso. Pero no se defendió, entonces no hubo violencia y, en consecuencia, no hubo violación. El juez que absolvió a todos los imputados, por su parte, afirmó en su voto en minoría que en los videos grabados por los acusados “sólo observa a cinco varones y a una mujer practicando actos sexuales en un ambiente de jolgorio y regocijo”.
Por estas latitudes, casi al mismo tiempo y en la misma línea de pensamiento, el cantautor devenido opinante y guía moral Ricardo Arjona afirmó que: si mi hija no reacciona al acoso sexual se hace cómplice. A lo largo de los años Arjona se ha dedicado a ser un mal poeta, a cantar peor y a empobrecer el espíritu de sus seguidores, los que algún día tal vez puedan explicar que vieron en él para sostener su carrera. Como padre y como persona mejor no hablar.
Los dichos de Arjona fueron duramente criticados en toda América Latina. La sentencia de La Manada, a su vez, ha sido cuestionada y repudiada por los movimientos feministas, grupos sociales, partidos políticos, colegios de psicólogos y hasta por la ONU. Provocó una tormenta política y social en España, sacó la gente a las calles, modificó la agenda del gobierno y de los partidos de la oposición, para terminar siendo tema de debate en el Parlamento Europeo.
En los primeros días de mayo las manifestaciones populares siguen recorriendo las calles de Madrid, convocadas bajo el lema “Stop a la cultura de la violación”. En una de las fotos una joven mujer sostiene un cartel en el que se lee: “Urge despertar conciencias”. Tal vez ese sea el punto central: el despertar de conciencias. Está claro que la conciencia de los que actúan como manada no existe, es inútil buscarla e imposible despertarla. Pero la de muchos otros hombres - y también mujeres - está dormida y mientras no despierte no hay esperanzas para nadie.
La descripción de los hechos de este caso es un relato de terror que no ahorra en detalles de una crueldad consciente, acompañada de un total desprecio por la víctima. Hay ensañamiento y ejercicio brutal del poder. Si a eso se le agrega la premeditación del acto criminal y la búsqueda de la anulación del indefenso mediante gran sufrimiento físico y moral, al delito de violación reiterada en grupo habría que sumarle el de torturas, muy cercano al ámbito militar y policial de dos de los acusados.
Pero si una manada de personajes inhumanos es capaz de cometer una acción así y luego compartirla con sus amigos es porque, por un lado, creen que tienen derecho a hacerlo y, por el otro, saben que en nuestra sociedad hay jueces capaces de absolverlos. Es decir, el problema no es solo La Manada, el problema más grande radica en el machismo ancestral que se erige como columna vertebral de la moral, que está más vigente que nunca y que extiende sus raíces contaminantes a toda la sociedad.
Decir que la víctima no se defendió es casi como decir que en el fondo lo deseaba y esa premisa de la cual parte la sentencia constituye la mayor violencia contra una mujer indefensa y contra todas las demás, la violencia original, la que da nacimiento a todas las otras violencias que a diario se cometen contra ellas.
Mongolia, la revista satírica española, publicó hace pocos días una portada en la que se ve a una mujer que representa a la justicia muy golpeada, llena de vendas y moretones, con la balanza en sus manos y con la ropa cubierta de sangre. No hay palabras que acompañen a la imagen. No son necesarias.
Tal vez la justicia esté tan herida que tampoco se necesiten palabras para explicar sus sentencias.
Y tal vez Ricardo Arjona y los jueces del caso La Manada, cuando comparezcan ante el último y supremo tribunal, tengan un destino parecido.
Fotos: Revista Mongolia y Ballesteros (EFE)