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agustin saizPor Agustín Saiz -7 de noviembre de 2020
 

Víctor Basterra falleció el sábado 7 de noviembre y nos dejó un legado difícil de dimensionar. Desde el punto de vista histórico entregó un caudal enorme de pruebas que abrieron los procesos que condenaron a genocidas, y que hoy nos permiten llevar adelante gran parte de la reparación de la memoria colectiva, tan necesaria. Durante su cautiverio en la ESMA y estando en el centro de los todos los tormentos, su luz se abrió paso para recolectar esa enorme cantidad de documentación que posibilito la identificación a los desaparecidos y sus asesinos.

Todavía resuenan en los tribunales las prepotentes e histéricas declamaciones de esta última semana, cuando el doctor Fanego, abogado de genocidas, increpaba al juez en la audiencia sobre las pruebas y testimonio que Basterra había entregado y apuntaba contra sus defendidos.

“No me gusta la auto referencia, no soy amigo de eso, uno siempre es parte de un conjunto, de un colectivo grandísimo y cada uno ha ido aportando un montón de cosas, por supuesto hay quienes siempre aportan un poco más; lo que sí señalo es que ha sido tanto el odio, la sorpresa o la decepción que les produjo en relación a sus procederes con respecto a mí o a otros compañeros, que los tipos entraron en una especie de furia. Leyendo alguna vez la sentencia en el Juicio a las Juntas, más o menos 25 represores de ese año ‘85 dan a conocer el odio que tenían hacia mí, (dicen) que yo era un personal rentado y un montón de cosas; y ahí yo me di cuenta de que les había producido mucho daño”(1) 

Según la fiscal Mercedes Soiza Reilly en el tramo anterior de la causa (ESMA), el testimonio de Basterra hubiese sido suficiente por sí solo “para que cada uno de los 65 imputados este sentado en el banquillo de los acusados”.

Lo cierto es que pensar desmantelar el aparato represor de la Armada ante la justicia antes de Basterra, era una utopía inimaginable. Sin embargo, esa victoria fue posible gracias a la esperanza que mantuvo siempre para jugarse la vida en cada pequeño acto desde el anonimato. Porque estando bajo torturas o amenazas, decidió siempre asumir riesgos, aun cuando sus acciones en ese momento no tenían un horizonte preciso, ni se podía comprender lo que la vuelta de la historia le tenía preparado como recompensa.

“No sé si volvería a robarme una llave de inteligencia, entrar y  sacar un montón de fotos de ahí adentro; robar una carpeta, sacarla del laboratorio, estar hasta las 4 de la mañana, sentir el ruido de una puerta, volver la carpeta exactamente al mismo lugar, en la misma disposición en la que estaba, cerrar la puerta, guardar la llave y mirar a ver si había venido alguien. Y yo estaba en un centro clandestino, había un montón de milicos dando vueltas y eso era muy peligroso”.

Vivir en democracia como testigo de genocidas que caminan libremente y mantienen su influencia sobre el aparato represor que aun hoy permanece vigente, no es nada fácil. Primero fueron las leyes de obediencia debida las que habilitaron la impunidad de estos crímenes y expusieron a los sobrevivientes durante años, hasta que finalmente después de un largo proceso fueron derogadas. “Escuché decir de la boca de varios ‘salgo y le pego un tiro en la frente a Basterra” (2) quien lo dice es Alejandra Éboli y hoy integra el grupo de ex hijas y ex hijos de genocidas, su padre es Miguel Ángel Rodríguez, uno de los tantos genocidas que lograron ser reconocidos y enjuiciados gracias a las fotos que sacó Víctor Basterra.

Seguramente las generaciones que vienen recuperaran su figura, que hoy para muchos ya es una especie de mito de la resistencia. De algún modo, su esfuerzo fue puesto de manera desinteresada a favor de una sociedad donde la gran mayoría lo desconoció. 

“La primera vez que me sacaron, estuve dos horas en La Plata. Esto es, me llevaban en un auto, el tipo que me llevaba era un tal Ariel, con la pistola abajo de la pierna, yo salí con anteojitos, con una especie de tabique, y después me trasladó hasta La Plata. Estuve con mi familia dos horas y regresé al lugar. Por un lado, yo sentía que no era un acto de humanidad, sino que era una cuestión de decir: ‘ves, ahora conocemos dónde está tu mujer, tu hija, tu madre’. Para ellos era ampliar el control, no era una cuestión humanitaria, eso les importaba un carajo… ‘te vas, pero no te hagas el pelotudo, porque los gobiernos pasan, pero la comunidad informativa siembre queda’. Y eso ahora se puede corroborar perfectamente. Sin embargo, hasta fines de julio de 1984 venía cada diez días el oficial de la Prefectura, Jorge Manuel Díaz Smith a controlarme a mi casa”.

victor basterra 2

Pero Basterra vivió peleando siempre. En algún momento de su largo recorrido, tuvo que emerger de él esa especie de alquimia espiritual, necesaria para poder sobreponerse  y terminar derrocando gran parte del aparato represor de la dictadura. En ese sentido no es exagerado ponerlo a la par de los grandes nombres de la historia que enfrentaron los imperios, al nazismo, o a la dictadura cívica-eclesiástica y militar de  Argentina, que nada tiene para envidiarles en cuanto a ferocidad y sed de sangre.

“Los tipos tenían todo el tiempo del mundo, podían “cortarte los brazos” si querían porque no tenían que demostrar a nadie que estabas acá. No les importaba, entonces podían hacer cualquier cosa con uno. Y de hecho lo hicieron. Pero también está ese elemento de resistencia, lo que uno se guardaba con cada momento, con cada cosa que se permitía hacer uno, nos guardábamos un trozo de dignidad, de integridad, seguíamos con los valores por más que trataran de destruirnos. Fundamentalmente la tarea de ellos era destruir los valores que uno tenía, por eso los gestos de solidaridad eran muy castigados. Sin embargo, uno estaba permanentemente entregando esos gestos solidarios aunque sean muy pequeños. Tomar la mano de una persona que está sufriendo era algo que les hacía mal a los guardias, pero uno los hacía igual (aunque fuera castigado). Por eso yo digo que muchas veces, cuando me preguntan por qué no te escapaste, por qué no huiste? Para mi yo estaba todo el tiempo intentándolo con esos gestos de resistencia… mirábamos un rato el cielo y me conmovía profundamente un rayito de sol, todos los días los mirábamos y estaba el canto de un zorzal a las cinco de la mañana… ahí estaba la vida, ahí está la vida, eso es la vida”.(2)

Basterra vivió los tormentos de la dictadura y continúo su vida en democracia en peligro, delante de todos, por el aparato ideológico represor al que había puesto de rodillas con su testimonio. Hoy los imputados y condenados por crímenes de lesa humanidad, junto al resto de ese sector ideológico que los avala, respiran aliviados. Y en su intimidad seguramente hasta festejan la muerte de ese pequeño hombre que les causó tanta humillación.

Basterra estando detenido, soportando largas sesiones de tortura, humillaciones y amenazas que se mantuvieron hasta lo último de sus días, fue elaborando en su interior el testimonio que finalmente los destruiría. Si se pudiese transmitir ese proceso en palabras, estaríamos hablando de una especie de tratado filosófico para la paz mundial o nueva versión de la doctrina de la no violencia. 

Peleó hasta lo último, fue sostén de sus compañeros ex sobrevivientes y de ese sector inclaudicable de la lucha de los DDHH que lo tiene como uno de sus puntos de referencia máximo. No hay dudas que las generaciones que vienen rescatarán su figura y retomarán su legado en una lucha que todavía no terminó y tiene pendiente saldar esa enorme deuda que hemos contraído hacia él como sociedad. En el camino tal vez muchos crean que podrán actuar con la memoria de Victor Basterra con la misma impunidad lo hicieron en vida: pasarlo al olvido, “dar vuelta la página”, cuestionar su imagen hasta ponerla en duda, demonizarlo, acusarlo u organizar algún circo mediático alrededor de él para favorecer a la política cómplice de turno.

Pero no lo intenten, se lo advertimos: Víctor Basterra ahora brilla con más luz que antes y su verdad está más libre que nunca. No pudieron detenerlo en cautiverio, menos ahora que su victoria impregnará la conciencia colectiva del pueblo. Muchos lo celebraremos cada 7 de noviembre, o cualquier día en el año en que lo queramos recordar. En cambio otros, por las noches, jamás podrán volver a dormir tranquilos. 

¡Y será Justicia!

¡Nunca más es nunca más!

¡30.000 desaparecidos presentes!

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*Foto de Portada: www.laizquierdadiario.com

*Foto 2: www.aerogremial.org.ar

Referencias

(1) http://www.laretaguardia.com.ar/2015/10/victor-basterra-el-primer-eslabon-de-la.html

(2) http://www.laretaguardia.com.ar/2018/04/Alejandra-Eboli.html

(3) “Documental: Esma” https://www.youtube.com/watch?v=5U2OeNlbkHs

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