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Por Claudio Rojas, desde Chile-13 de febrero de 2019

La visibilidad o no de unas noticias, en gran medida nos la facilitan los medios de comunicación, quienes al margen de los hechos en sí, también nos facilitan el deseado contexto interpretativo, y con éste, la “oportuna visión política del mundo”. Así, el tema afecta el día a día de nuestra vida social, la de todos nosotros.

Nuestra mente tiene la capacidad natural de cuestionar la terminología con que en los ámbitos social y político se suelen categorizar, ordenar y valorar los fenómenos y hechos. Resaltemos como ejemplo todo ese lenguaje neoliberal que se emplea para encubrir y disimular lo que en el fondo realmente se opina y que fácilmente podría llenar un nuevo diccionario.  

Encontramos términos tales como reformas estructurales, voluntad reformadora, reducción de la burocracia, de(s)regularización, pacto de estabilidad, austeridad, fondo salvavidas, libre mercado, Estado delgado, liberación, armonización, democracia conforme al mercado, sin alternativas, capital humano, costos laborales no salariales, envidia social, proveedor de servicios y prestaciones,  etc. Semejantes términos y conceptos nos facilitan otros enfoques ideológicos cuyo posible carácter totalitario somos llamados a descubrir y señalar. Para evitar que sucumbamos a estos enfoques ideológicos de manera inconsciente e involuntaria, debemos identificar y señalar lo que hay de tácito en las premisas, los prejuicios y los componentes ideológicos de las nociones a la hora de hablar sobre los fenómenos sociales y políticos. Tampoco para esta labor necesitamos ser expertos en ninguna materia.

¿Por qué y cómo ciertos estados de cosas pueden invisibilizarse fragmentándolos? Lo cual conduce directamente a la siguiente pregunta: ¿Quién puede tener interés en hacerlo y para quién?

Para poder entender ésta pregunta hay que analizar el problema o relación entre las élites y el pueblo. En el discurso político, el pueblo es a menudo comparado con un rebaño que tiende a manifestar afectos irracionales y que, por lo tanto, hay que controlar. La dirección política de un pueblo presupone, pues, descifrar el silencio del rebaño e interpretarlo en el sentido de la actuación política que se persigue.

Un gran ejemplo: El Secretario de Estado de EE.UU. Colin Powell, en la ONU 5-2-2003, durante su famoso show del “tubito” que presentó como “evidencia” de las armas de destrucción masiva en poder de Saddam Husseim. Posteriormente se demostró que aquello era una falsedad y un montaje del que tenían conocimiento George Bush y Tony Blair.

Para dirigir a los ciudadanos, por lo general se debe dar preferencia a aquellas técnicas que tengan un alcance más largo. Aquí habría que dar prioridad a la dirección de la opinión pública ante su manipulación meramente afectiva. Las opiniones suelen ser más estables que los afectos, por lo que juegan un papel especial las técnicas de manipulación de las primeras.  Para poder manipular las opiniones, no se requieren conocimientos especiales en psicología; es el pan de cada día de los medios: 1)Declara los hechos como si fueran opiniones. En la actitud que trata los hechos como meras opiniones, reside, según Hannah Arendt, uno de los más terribles aspectos de toda ideología totalitaria. 2) Fragmenta la representación de los hechos relacionados en su fondo, de tal manera que se pierda su relación significativa o contexto. 3) Descontextualiza los hechos, esto es, separarlos de su contexto natural, de modo que aparezcan casos singulares aislados. 4) Re contextualiza los hechos, incrustándolos en otro contexto de representaciones positivas de tal manera que pierdan su contextualidad original y, con ella, cualquier indignación moral posible.

Vemos pues que la formación de la opinión pública permite ser dirigida muy eficazmente, predeterminando esos “márgenes” de lo que aún se considera “razonable”. Quien sea capaz de marcar estos márgenes en el espectro visible de opiniones, y con ello los límites de lo “razonablemente aceptable”, ya ha recorrido un gran trecho en el manejo de la opinión pública. En la ‘democracia’ neoliberal, concebida conforme al mercado, será lógicamente muy importante determinar el límite izquierdo de lo admisible, de lo razonablemente aceptable.

Los estados son capaces de cometer, asistidos por la mayoría de sus ciudadanos, los crímenes más atroces, como son la tortura, asesinatos en masa y los genocidios, estando sin embargo convencidos de que sus actos no son condenables en términos morales. Este fenómeno nos conduce a la necesidad de profundizar en la naturaleza humana. En un principio, disponemos de una sensibilidad moral natural, de un juicio y discernimiento natural para poder valorar aquello que consideramos indebido y mal, al menos en los actos de los demás. Para que se produzca la referida paradoja, nuestra capacidad moral de juzgar debe quedar adecuadamente socavada o bloqueada, lo cual resulta muy fácil cuando las atrocidades cometidas por “nuestra” sociedad queden “invisibilizadas en términos morales”.

Si bien puede parecer difícil invisibilizar, hacer desaparecer unos hechos evidentes, que salten a la vista, la magia nos ilustra que no resulta tan difícil, cuando la atención se maneja o manipula de modo adecuado.

Jean Ziegler, el que fuera Relator Especial de la ONU para el Derecho a la Alimentación, observó en 2012 en el periódico alemán Junge Welt: “El fascismo alemán necesitó seis años de guerra para matar a 56 millones de personas; el orden económico neoliberal no tarda ni un año”.

Hasta cuando seamos capaces de nombrar la causa, tratándose de unas estructuras abstractas nos resulta difícil reaccionar con indignación moral ante el acto criminal. Valga de ejemplo el Banco Mundial (BM), cuya tarea consiste en ofrecer instrumentos financieros para proyectos de medio y largo plazo en el desarrollo de la economía real. Las organizaciones humanitarias llevan años condenando las prácticas del BM por vulnerar los Derechos Humanos, una temática que muy de vez en cuando encontramos reflejada en los medios.

El Süddeutsche Zeitung escribía en fecha de 16 de abril de 2015: “En los proyectos de infraestructura financiados por el BM en África, una parte de los llamados ‘barrios pobres’ es derribada sin aviso previo. Sus habitantes son mudados/trasladados a la fuerza o se quedan sin techo”. En la misma fecha, leemos en el ZEIT bajo el título “El Banco Mundial vulnera los Derechos humanos en todo el mundo”: “Se estima que sólo en la última década eran 3,4 millones las personas las que debieron abandonar sus tierras o una parte de su base existencial a causa de los 900 proyectos financiados por el BM”

Sobre estos hechos de graves consecuencias para la población, se puede informar sin riesgo al público. Puesto que el contexto necesario para su entendimiento se suele mantener oculto, semejantes crímenes no despertarán el interés ni la preocupación pública.

La cosa cambia ante unos hechos concretos, como puede ser la tortura, en cuyo caso hay un/os autor/es. Si la causa del crimen no es abstracta sino atribuible a un/os autor/es concreto/s, nuestra capacidad natural de indignación, nuestra sensibilidad se activa. Pero también en este supuesto cabe invisibilizarlo mediante la fragmentación y la adecuada descontextualización.

El neoliberalismo fomenta la enemistad entre las personas

“Dos chicos, en algún lugar de los bosques norteamericanos, se encuentran con un agresivo oso. A uno de ellos le entra el pánico mientras el otro se sienta con toda la tranquilidad del mundo y se pone las zapatillas. El primero le pregunta: “¿Estás loco?, jamás podremos correr más rápido que el oso”. A lo que su amigo responde: “Tienes razón, pero sólo se trata que yo corra más rápido que tú”.  (Robert Stern)

Valga este como único ejemplo: el número de civiles que cayeron víctimas en las “intervenciones” que los EEUU llevaron a cabo desde la II guerra mundial.   El cómputo de víctimas civiles sólo en las guerra de Vietnam/Corea alcanza una cifra de 10 a 15 millones; más otros 9 a 14 millones por actos bélicos de los EEUU y sus cómplices (por ejemplo en Afganistán, Angola, el Congo, Timor Oriental, Guatemala, Indonesia, Pakistán, Sudán). Según datos oficiales o estimaciones de las organizaciones humanitarias, los EEUU desde la II guerra mundial deben responder de la muerte de entre 20 a 30 millones de personas a causa de sus ataques y agresiones a otros países.

 manipulacion

“¿A cuántos hay que matar para ganarse el apelativo de asesino en masa y criminal de guerra?”, se preguntaba Harold Pinter en su discurso de aceptación del Premio Nobel en 2005. Y nos recuerda “ese inmenso tapiz tejido de mentiras de las que nos alimentamos” y “para mantener el poder es esencial que la gente permanezca ignorante, que vivan ignorando la verdad, incluso la verdad de sus propias vidas”.

Forma parte de esta red de mentiras que todos estos crímenes no pasan el umbral consciente de la gente… simplemente no tuvieron lugar, no ocurrieron.

“Esto nunca ocurrió. Nunca ocurrió nada. No ocurrió ni siquiera mientras estaba ocurriendo. No pasaba nada. No interesaba”. Nos debemos preguntar, angustiados, ¿cómo se alcanza semejante grado de apatía moral?

En palabras de Pinter: “¿qué le ha pasado a nuestra sensibilidad moral? ¿La tuvimos alguna vez? ¿Qué quieren decir estas palabras?” Una vez más, la respuesta nos lleva a la magia, ya que el alcanzar tal grado de apatía moral se debe a “un acto de hipnosis muy logrado, brillante, incluso ingenioso”.

Y el medio más importante para tal hipnosis colectiva es el lenguaje. Quien domine el lenguaje, esto es, los términos, conceptos, nociones y categorías, con las que reflexionamos y hablamos sobre los fenómenos sociopolíticos, tendrá fácil el “dominarnos”: “Mediante el lenguaje se mantiene a raya el pensamiento”.

Todos estos intereses hegemónicos vienen fomentados y acompañados a nivel mundial por una serie de empresas de propaganda altamente especializadas que se consideran Agencias de Relaciones Públicas (RRPP). Todas las intervenciones de EEUU durante los últimos decenios venían preparadas y acompañadas por la propaganda elaborada por estas empresas. No obstante su enorme influencia en los medios de comunicación, operan invisibles para los ojos del público, como lo hace Hill &KnowltonStrategies, empresa que alcanzó cierta fama por la “mentira sobre las incubadoras en Kuwait” difundida en 1990; o Burson-Marsteller o RendonGroup. Han demostrado con notable éxito su capacidad de “venderle” al público en todo el mundo no sólo la guerra, sino la “realidad políticamente deseable”.

Este contexto político continuado durante muchas décadas, permanece casi invisible para el gran público, toda vez que los medios de comunicación lo vienen fragmentando en singularidades, donde cada intervención militar es además presentada e interpretada a modo de fomento de la democracia y los DDHH.

Potentes organizaciones privadas que bajo apariencia filantrópica y la supuesta defensa de la “democracia y los DDHH”, sirven a oscuros intereses. Allan Weinstein, ex presidente de la NED, llegó a reconocer: “mucho de lo que estamos haciendo hoy día, ya lo venía haciendo la CIA hace 25 años de modo encubierto”.

No solamente la opinión pública sino también su potencial indignación resultan ser un bien demasiado valioso como para dejarlo en manos del pueblo o abandonarlo al azar. Puesto que disponemos por naturaleza de una sensibilidad moral, el control de nuestra posible indignación presupone que entre nosotros primero se vaya creando cierto grado de apatía. Luego se ha de disponer de las técnicas capaces de invisibilizar los hechos amorales que puedan hacer peligrar esta apatía (graves violaciones sistémicas de los DDHH, etc., capaces de activar nuestra sensibilidad moral natural).

Hacer política real equivale a ver en la democracia, los DDHH o las normas morales no más que nociones huecas que permiten manipular con eficacia la percepción pública. Lo cual requiere unas técnicas apropiadas y capaces de encubrir la discrepancia entre la retórica política y la realidad, y de este modo, garantizar el orden político establecido. Semejante engaño será tanto más eficiente, cuanto mejor se ajuste al funcionamiento de nuestra mente.

Cuando E. Snowden publicó sus documentos, llegó a conocerse un manual del servicio secreto británico Government Comunications Headcuarters (GCHQ), que precisamente versa sobre las actuales posibilidades de engañar a la población y de invisibilizar hechos/sucesos sobre la base de los principios de funcionamiento de nuestra mente.      En ese manual se especifican las áreas funcionales de nuestra mente y sus propiedades específicas que permiten ser usadas con fines fraudulentos.

Otro tanto cabe decir de los procesos mentales que se usan con fines de manipulación. Una vez estimulados, se desarrollan inconscientemente y resultan incontrolables a nivel cognitivo. Y tan sólo los podemos esquivar evitando en lo posible la situación que los provoca o estimula.  Sólo si reconocemos que nos encontramos en el contexto manipulativo y si evitamos activamente los medios que lo transportan, tendremos la oportunidad de conservar un mínimo de autonomía.

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BIBLIOGRAFIA

http://blogdelviejotopo.blogspot.com/2015/08/el-diseno-de-la-opinion-publica-el.html

http://estafeta-gabrielpulecio.blogspot.com/2010/01/harold-pinter-arte-verdad-y-politica.html

http://blogdelviejotopo.blogspot.com/2015/07/el-enigma-de-la-servidumbre-voluntaria.html

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*Foto 2: www.elcomercio.com

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