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Por Jean Georges Almendras-22 de octubre de 2019

Me resulta imposible mirar al costado. Me es imposible hacerlo, mínimamente solo por una cuestión de humanidad. Y no lo hago porque además hay una razón ideológica, porque mis ideas son otras. Me es imposible ser indiferente. Indiferente especialmente a lo que ha desencadenado el salvajismo fascista en Chile. En las calles de Santiago. En las calles y en los caminos de todo un país, que una vez más está siendo arañado por el autoritarismo y el despotismo fascista.

La friolera de 13 personas muertas: 11 calcinados y 2 baleados. Ocho baleados graves: 1 en Coquimbo (grave en UCI), 2 en Valparaíso, 2 niños de 9 y 10 años actualmente internados en el Hospital F. Bulnes, 1 en Maipú baleado a quemarropa por carabinero de civil (captado por cámaras de televisión, audio radio Bio Bio), 1 en Colina, 1 en la Pintana (trasladado vía aérea a Clínica Alemana. Cuatro atropellados graves: 1 en La Florida, 1 en La Colina, 1 en Plaza Italia, l en La Pampa. Once heridos con trauma ocular, al menos 1 con estallido ocular. Cientos de heridos, la mayoría por perdigones.

La friolera de 1906 detenidos.

Pero las versiones oficiales no dan estas cifras, y nunca lo harán, porque las fuerzas de seguridad practican a raja tabla las mentiras.

Solo dicen que más de 10 mil efectivos de seguridad fueron desplegados en la zona metropolitana de Santiago de Chile. Obviamente, porque es el aparato represivo del fascismo imperante y dominante, a costa de dolor, sangre y muerte.

Innumerables registros gráficos que están circulando por el mundo entero dan cuenta con creces de la dura represión que ejercieron sobre el pueblo chileno las fuerzas de seguridad del régimen fascista de Sebastián Piñera.

Dura represión sobre jóvenes chilenos, miles de ellos adolescentes de enseñanza secundaria. Dura represión sobre hombres y mujeres de diferentes edades. Dura represión sobre un pueblo harto de la opresión. Harto de pagar los platos rotos de las políticas económicas de un presidente, que en las calles chilenas tiene más fama como delincuente que como Jefe de Estado honesto. Dura represión para preservar los intereses del imperio del Norte y para preservar una doctrina de seguridad nacional de los tiempos del terror, de Augusto Pinochet. Dura represión sobre un pueblo que ya no quiere ser gobernado bajo los nefastos parámetros de una Constitución de la dictadura pinochetista.

Por las calles de Santiago las arremetidas de los grupos de elite, entrenados para la represión: con indumentaria y equipamiento terrorífico y con infraestructura vehicular pesada, están al servicio del capitalismo y del imperio. Los esbirros eternos de un aparato político demagogo y siniestro que tuvo y tiene (aún en estos duros momentos de protesta social y popular, legítima) el tupé de hablar de Estado de Derecho y de Ley, tratando al pueblo en rebeldía como si fuesen huestes desaforadas y salvajes quebrando el orden interno.

Tienen el cinismo de nombrar la Ley, para escudar sus barbarismos, cuando los salvajes son ellos. Ellos, los uniformados armados a guerra apuntando con sus armas a hombres y mujeres indefensas, que les gritan a la cara que el pueblo está harto: harto de que la educación y la salud tengan un alto precio que no va de la mano con sus ingresos; harto de que los militares se adueñen de las libertades imponiendo toques de queda y un estado de emergencia dictatorial y mezquino. Mezquino como el sistema político que les da impunidad. Esa impunidad que ha sido impuesta a bombazos, metralla, y muerte, desde aquel 11 de setiembre de 1973 (cuando en La Moneda, segaban la vida de Salvador Allende, un baluarte de la democracia chilena y de la libertad) hasta nuestros días. Esa libertad y esa democracia que nunca regresaron al país. Y que ahora nuevamente están siendo mancilladas y conculcadas. Descaradamente. Cínicamente. Cobardemente. Y criminalmente.

Tienen el cinismo de invocar instituciones, para asegurar el orden interno, cuando en realidad son ellos mismos, que desde las entrañas mismas de esas instituciones, las erosionan, las atentan.

El alza del boleto del metro desató la ira popular. Esa ira popular que a Sebastián Piñera le hizo decir que había guerra en Chile. El aumento había sido aprobado por el Ministerio de Transporte hace dos semanas, pero solo hace pocos días las protestas comenzaron a visibilizarse. Y la primera medida de esa protesta fue tomada por los estudiantes universitarios y liceales: ingresar en masa al metro, saltando molinetes y barreras, y viajar gratis.

Fue la tea que dejaron encendida los jóvenes chilenos.

La tea que los carabineros con vestiduras terroríficas no pudieron apagar en los días siguientes. La tea que me recuerda a la tea que dejó encendida en la ciudad de La Paz, Bolivia, el 29 de enero de 1810, el caudillo revolucionario Pedro Domingo Murillo, cuando segundos antes de ser ahorcado en una plaza pública , con energía admirable al subir al patíbulo lanzó su proclama que fue símbolo de la libertad de un pueblo “¡La tea que dejo encendida nadie la podrá apagar!”.

Y también fue así, en este tercer milenio y en Chile. La juventud chilena, con sus medidas de resistencia y de protesta, ante una medida anti popular por excelencia, fue la tea que se encendió y que ahora es símbolo de la lucha por la libertad del pueblo chileno. Una lucha que va más allá de la protesta por el alza del boleto. Porque hoy en Chile se lucha por la libertad, por la democracia. Y es el pueblo mismo el que lucha. Un pueblo que vive en una democracia de ficción, con un falso gobernante que es fiel pieza del FMI, que es uno de los artífices de la aplicación de un neoliberalismo que estrangula al ciudadano chileno y que es un vil lacayo del imperio del Norte.

Tres días consecutivos de toque de queda en nueve regiones de Chile y un general de las fuerzas de seguridad de nombre Javier Iturriaga que dice “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respeta nada”.

¿Cuál es el enemigo poderoso, implacable, y que no respeta nada? ¿Para Iturriaga es el pueblo?

Después de las represiones que se viven en Chile al momento mismo de escribir estas líneas, Iturriaga se empecina en creer que sus palabras son creíbles. Lo serán para unos (y vaya ellos con su consciencia) pero no para otros.

Nosotros estamos entre estos últimos, porque lo único que vemos es que en Chile (el país que se presentaba al mundo como modelo de democracia, como modelo de estabilidad, y como modelo de economía próspera) se cayó la farsa fascista, y reina el salvajismo fascinante más recalcitrante y reaccionario, sumergido en una crisis económica galopante, resultado de políticas nefastas y de corrupciones no menos nefastas, rayando con la criminalidad más descarada.

Este lunes de paro nacional en Santiago de Chile, sorteando palos, gases, balas y a la muerte, más de 400 mil personas se concentraron en la Plaza Italia de la capital chilena para exigir el fin del Estado de Emergencia, entre otras (y muchas) cosas.

“Estimado” presidente Sebastián Piñera, usted llevará en su conciencia (y hasta la tumba) ser el responsable de los muertos, los heridos, los torturados y los violentados de estos últimos tres días.

Solo usted y su criminal gobierno.

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*Foto de Portada: www.aporrea.org 

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