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Por Jean Georges Almendras y Giorgio Bongiovanni-25 de noviembre de 2019

Inédito por donde se lo mire fue el final de la etapa de balotaje del pasado domingo 24 de noviembre en Montevideo, capital del Uruguay. La pulseada entre el ingeniero Daniel Martínez (candidato de la fuerza política Frente Amplio, línea progresista, coalición de izquierda) y el abogado Luis Lacalle Pou (candidato del Partido Nacional –blanco- línea de derecha) terminó cabeza a cabeza, es decir con un empate técnico. Así de literal. Al momento de redactarse estas líneas, el informe de la Corte Electoral consigna que a la hora una de la mañana 46 minutos del lunes 25 de noviembre Luis Lacalle Pou alcanzó el 48.71 % de los votantes, mientras que Daniel Martínez alcanzó 47.51%. Se señaló además que el líder blanco está por encima del frenteamplista con 28.666 votantes y que para tener un resultado definitivo restan escrutar en el correr de esta semana los votos observados, que son exactamente 35.229. Se estima desde fuentes de la Corte Electoral que este escrutinio habrá de concluir entre los días jueves 28 y viernes 29 de este mes. Luego se sabrá definitivamente quien asumirá la presidencia de la República.

La noticia es así de escueta. Se puede interpretar como una noticia que habla exclusivamente de datos numéricos. Y nos podríamos quedar así: en la dulce espera de los resultados.

Pero en contrario, este panorama nos lleva a reflexionar en profundidad sobre esta insólita situación, porque este “cabeza a cabeza” entre el frenteamplista Martínez (oficialista) y el blanco Lacalle (oposición) visibiliza algo realmente aterrador. Visibiliza que el país está literalmente dividido.

Una división que es el resultado de un deterioro: el deterioro de una parte de la población que ha dado la espalda a la memoria y el deterioro de una izquierda que ha seguido en esa línea (en la línea de la cultura de la impunidad) porque muy poco ha hecho en materia de preservar esa memoria, y en materia de llevar a la Justicia a los responsables de violaciones de DDHH en dictadura y en post dictadura.

Una división que nos hace pensar que en realidad el pueblo uruguayo es conservador, egoísta e individualista y que adolece de amnesia. Una división que nos hace pensar que la dirigencia frenteamplista, en sus 15 años de gestión (que no es poca cosa) descuidó o se olvidó de cultivar (y apoyar, y preservar) la militancia en sus bases generando de esa forma un anquilosamiento en la dinámica combativa que es vital en las luchas por las causas sociales y por los derechos humanos.

Una división que visibiliza que en los quince años de frenteamplismo se han ignorado ciertas realidades desde las cúpulas y debemos señalar como responsables a Tabaré Vázquez y a José Mujica cuyos discursos fueron, si se quiere, demagógicos y carentes de los compromisos que se prometieron en los tiempos de campañas electorales.

Una división que nos hace pensar que en realidad desde la propia izquierda (aún con algunos buenos aciertos en su administración) se “trabajó” y se “cultivó” un esquema de gobierno, de medidas y de vínculos que con posterioridad favorecieron a la oposición. La oposición conformada por los partidos tradicionales -blanco y colorado- por grupos de centro derecha (de ideas y de parámetros por demás opuestos a los sectores populares y a las necesidades de quienes están vulnerables en una sociedad capitalista y consumista) .

Una división que visibilizó a una oposición militar y pro militar que en los últimos años reafirmó la “omertá” a la hora de decir a la Justicia y al pueblo el lugar donde están enterrados los detenidos desaparecidos, creando inclusive un “Comando Barneix” (clandestino y que nunca fue investigado) que formuló amenazas de muerte a integrantes de organismos de DDHH, y creando un partido político de neto corte fascista y militar (Cabildo Abierto) liderado por un ex comandante del Ejército –Guido Manini Ríos- que en su momento fue hombre de confianza del presidente Tabaré Vázquez, con quien mantuvo un vínculo que resultó sinuoso y poco transparente en razón de una controversia que salió a la luz pública en el marco de las actuaciones de un Tribunal de Honor Militar. Un Tribunal de generales que tomó declaraciones al militar José Nino Gavazzo -procesado por delitos de violación de DDHH- quien admitió que en los años setenta arrojó a las aguas del río Negro el cadáver de un detenido que estaba prisionero en una unidad militar.

Una división que me hace pensar que todo lo hecho por la dirigencia oficialista en los tres períodos de gobierno fue poco y nada frente a lo que se esperaba de ella, especialmente después de un tenebroso período de dictadura y de gobiernos democráticos liderados por figuras como Julio María Sanguinetti (colorado y referente de la derecha que mucho tuvo que ver con la dictadura y con la cultura de la impunidad en materia de DDHH, hasta nuestros días, no obstante que él personalmente trabaja con una prolija (y cínica) dialéctica para demostrarse como un defensor de la democracia y de los principios republicanos), como Luis Alberto Lacalle (blanco, referente de una derecha pacata y represora, y de porte conservador, que también formó parte de los continuismos de la dictadura), y como Jorge Batlle (colorado e igualmente referente de las ideologías serviles a un fascismo encubierto).

Una división que visibiliza que la dirigencia de “izquierda”, además de no haber respondido con hidalguía ni dignidad partidaria a sus votantes que la eligieron a mediados del año 2000 (optando literalmente por la comodidad de sentarse en el poder, indiferentes -traicionando- a quienes ofrendaron sus vidas en los años de dictadura) se esmeró por desarrollarse en algunos casos como una fuerza política empeñada en aplicar las mismas prácticas de corrupción y de mala administración de los partidos tradicionales de otras épocas, olvidándose aplicar las ideas artiguistas bosquejadas en el programa del Frente Amplio o en aplicar políticas tendientes (exclusivamente) a fortalecer la justicia y la erradicación de la cultura de la impunidad. Una cultura de la impunidad apoyada en vaya uno a saber qué espurios pactos con la casta militar (a espaldas del pueblo) al extremo de que curiosamente en las gestiones de Vázquez y Mujica (aún con el procesamiento con prisión –en su mayoría prisiones domiciliarias- de Juan María Bordaberry, el Gral dictador Gregorio Álvarez y de casi una veintena de militares y policías por violaciones de DDHH) el entonces Comandante del Ejército y hoy líder de Cabildo Abierto Gral (R) Guido Manini Ríos se catapultó a la escena política con consecuencias demoledoras.

Incoherentemente, el pueblo uruguayo vive hoy las instancias de la división (que va más allá de la diferencia partidaria y de la mal llamada convivencia democrática) porque quedó claro que un 50 por ciento de la ciudadanía habilitada al voto puso proa al fascismo, puso proa al pasado, puso proa a quienes representan a los dictadores que hoy reaparecen en el escenario político como actores democráticos de una falsa democracia; puso proa a los fantasmas de los represores, de los torturadores, de los violadores, de los que desaparecieron a hombres, mujeres y niños.

Si efectivamente en los próximos días se oficializa la ascensión a la presidencia de Luis Lacalle Pou, la cultura de la impunidad (que ya estaba instalada, groseramente y traidoramente, durante los tres gobiernos de izquierda bajo la responsabilidad de personajes como Tabaré Vázquez, José Mujica, Eleuterio Fernández Huidobro, como emblemas de la traición que enlodó a la fuerza política de los años de su creación y a los jóvenes que perdieron sus vidas en la resistencia a los militares) se instalará institucionalmente, en la vida “democrática” uruguaya.

Si efectivamente en los próximos días se proclama como presidente a Luis Lacalle Pou, nosotros , redactores de Antimafia Dos Mil observaremos con pavor, cómo también se materializa la traición del Partido Nacional para con sus mártires de la dictadura, como por ejemplo el Presidente de la Cámara de Diputados del Uruguay, Héctor Gutierrez Ruiz (entre otros) secuestrado, torturado y asesinado a balazos en Buenos Aires -junto al Zelmar Michelini y dos jóvenes tupamaros- en el año 1976 por un grupo de tareas de la dictadura argentina integrado en su mayoría por militares uruguayos, que fueron amparados por la cultura de la impunidad en el Uruguay.

Si efectivamente en los próximos días se proclama como presidente a Luis Lacalle Pou será la evidencia más innegable de que la amnesia histórica, dentro mismo del Partido Nacional, llegó a su mayor punto de expresión al aceptarse en su seno una coalición con la casta militar (es decir con el Gral. Guido Manini Ríos, de Cabildo Abierto), siendo que la casta militar fue declarada enemiga del Partido Nacional en la noche del 27 de junio de 1973 por el senador blanco Wilson Ferreira Aldunate (emblemática figura de los políticos blancos de esos días) en una de sus más memorables intervenciones antes de que los militares coparan el edificio parlamentario el momento del golpe de Estado.

Si efectivamente en los próximos días Luis Lacalle Pou resulta ser presidente será un hecho que la seguridad ciudadana será un tema prioritario de su agenda de gobierno y que seguramente por esa razón la militarización de las calles del Uruguay, aún sin haber sido aprobada una reforma constitucional (bajo la campaña “Vivir Sin Miedo”) en un plebiscito el pasado 27 de octubre, seguramente será efectivizada a través de un artilugio legal circunstancial.

El pueblo uruguayo está dividido. Una división bochornosa. Que visibiliza -dentro y fuera del país- que la izquierda no hizo un muy buen papel en sus quince años de gestión y que al quedarse en el camino en el cumplimiento de sus bases programáticas (por culpa de sus líderes, obviamente) sutilmente abrió las puertas del fascismo en el Uruguay. Abrió las puertas de una oposición de extrema derecha. Y lo que es peor: abrió las puertas de los cuarteles de la casta militar, pero no para exigirles y ordenarles que revelen los enterramientos de nuestros casi 200 desaparecidos, sino para darles cabida en el sistema político. ¿Esta será la traición que cargará para siempre la dirigencia frenteamplista? ¿Lo reconocerán algún día, que fue así verdaderamente?

El pueblo uruguayo, que votó a Luis Lacalle Pou, bajo la premisa equívoca de la convivencia republicana, no tuvo discernimiento y no razonó que votar a ese personaje (que representa a la flor y nata de la derecha uruguaya) fue habilitarlo a vincularse con el Partido Colorado y grupos extremos, con la casta militar uruguaya, con el más recalcitrante fascismo, con la militarismo, con la represión, con la criminalización de las protestas sociales, con el avasallamiento de los derechos humanos, con la impunidad de quienes fueron esbirros de los dictadores del ayer y del Plan Cóndor, con las patronales que no contemplan las luchas de los trabajadores y de los sectores más vulnerables de la sociedad.

Con el eventual triunfo de Luis Lacalle Pou el pueblo uruguayo está a las puertas del caos, porque la derechización que se avecina hará estragos, sembrará dolor, represión y muerte. Ese poco más del cincuenta por ciento de este pueblo dividido, fue egoísta y cobarde al votar a Luis Lacalle Pou, porque le dio la espalda a los 200 mártires cuyas fotos se exhiben hace ya más de 20 años por la principal avenida de Montevideo, en la Marcha del Silencio, esa columna humana de familiares de detenidos desaparecidos y de ciudadanos que los apoyan, y que de ahora en más (si realmente quiere hacerse sentir) deberá romper su silencio para gritar justicia. La justicia que les negó la izquierda y la justicia que ahora hará trizas la derecha blanca-colorada y militarista, de un país que será pisoteado por el autoritarismo no sin antes ser abrazado por la cultura de la impunidad, porque la falta de voluntad de política para hallar restos de desaparecidos seguramente se transformará en Ley irrefutable. Y así, la traición del pueblo que no preservó la memoria e ignoró a sus muertos, será mayúscula.

Como redactores de Antimafia Dos Mil nos duele toda esta situación. Nos desemboca en la ira. En la desilusión, por ver con nuestros propios ojos, cómo el sacrificio militante de muchos y muchas uruguayas ha sido abofeteado por sus propios compatriotas. Abofeteado por un egoísmo ciudadano, que es el signo de la desunión más descarada, que nos obliga a pensar que este pueblo verdaderamente ( y sinceramente) no se merece esos sacrificios militantes que costaron vidas y sufrimientos indescriptibles. Y en ese marco, por ahora, solo nos comprometeremos con las luchas latinoamericanas, que también son nuestras. Porque fuera de fronteras los pueblos de países como Chile, Bolivia, Colombia, Brasil, Honduras, entre otros están luchando en las calles, por su libertad y contra los militarismos y los imperialismos, pero no están dando su voto a los opresores, a los represores y a los militares.

Inédito por donde se lo mire, el balotaje de este 2019 determinó un resultado “cabeza a cabeza” y esta circunstancia electoral nos hizo ver que la mitad de este pueblo optó por darle el voto al fascismo y al militarismo, sin considerar que eso es traicionar a quienes bajo formas diferentes no solo se enfrentaron a la dictadura y a los autoritarismos y abusos de tiempos de democracia, sino además a quienes en los tres períodos de la “izquierda uruguaya” denunciaron corrupciones en el gobierno, complicidades y pactos con los militares en los días del MLN, represiones a estudiantes y a jóvenes de barrios pobres y de asentamientos, criminalizaciones de protestas sociales, actuaciones de autoridades de gobierno destinadas a obstaculizar las investigaciones de casos de DDHH (recuérdese el traslado de la jueza Mota, la férrea defensa que hizo de los militares el ex tupamaro Huidobro como Ministro de Defensa atreviéndose además a ofender a las organizaciones defensoras de DDHH), los poco éticos comentarios de José Mujica aludiendo a los grupos ambientalistas , las inmorales y delictuales concesiones a las multinacionales para emprendimientos como las mineras a cielo abierto y UPM sin respetar soberanías , las operaciones del narcotráfico en el territorio nacional con la presencia de narcos de mafias mexicanas e italianas (Rocco Morabito, de la `Ndrangheta) y los escasísimos hallazgos de restos humanos de detenido desaparecidos (cinco en total, más el caso del militante cuyo cuerpo se arrojó a las aguas del rìo Negro) enterrados en predios militares.

Dar el voto al fascismo encubierto de una esplendorosa democracia, es imperdonable y fue muy de cobardes y muy de traidores. Nos da mucha tristeza y mucha rabia, especialmente porque detrás de esos votos traidores hay vidas segadas por la dictadura, que fueron olvidadas, que fueron pisoteadas y que fueron apartadas de la memoria ciudadana, por un pueblo que se dice democrático y que se cree civilizado, pero que en los hechos no lo es.

Imperdonable.

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*Foto de Portada: www.lagaceta.com.ar 

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