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georges almendrasEn tiempos del COVID 19, los que tienen todo y los que no tienen nada, pero nada.

Por Jean Georges Almendras-4 de abril de 2020

En tiempos del COVID 19 la sociedad mundial se blinda (se llama a la cuarentena) especialmente la sociedad mundial que disfruta de una buena calidad de vida y tiene todo a su favor para seguir en carrera, en este planeta, encerrada y confortable. Pero esto no ocurre con la sociedad mundial que vive en la indigencia; que vive en situación de calle; que vive en barrios excluidos del cono urbano de las ciudades importantes, donde las personas, hoy por hoy, padecen los efectos del Coronavirus, con las defensas bajas en todo el sentido de la palabra. Las defensas bajas que sugieren una forma de vida, a la deriva (literalmente) y prácticamente a la buena de Dios. Una forma de vida que se da de bruces con los lineamientos o los parámetros de emergencia sanitaria que se pregonan desde los sitiales estatales, porque para esos grupos humanos (viviendo en calles, plazas y parques) la calidad de vida es una quimera y los cuidados frente a la pandemia, en la mayoría de las veces es un imposible. Una barrera infranqueable para la subsistencia diaria. O para sortear la muerte bajo las garras del Coronavirus.

En América Latina se padecen estas realidades, en la cotidianidad de las calles. Bajo los cielos de un continente de venas abiertas. Esas venas abiertas en que hizo foco el senti pensante periodista uruguayo Eduardo Galeano en su libro de los años setenta “Las venas abiertas de América Latina” (que no me cansaré de recomendar) que hoy cobra inexorable vigencia.

Para quienes tomamos conciencia de las desigualdades sociales que sobran y no tienen límites ni fronteras, nos resulta una obligación no incursionar en este árido repaso de la pandemia alcanzando a los desamparados de nuestra América Latina. Basta repasar los diarios y los sitios web para enterarnos que desde las plateas del mundo mediático complaciente a un sistema por naturaleza opresivo, represor y avasallador de derechos y de libertades, se habla hasta por los codos de los dramas que padecen los indigentes en lugares donde hay cuarentenas y donde la pandemia cobra vidas y personas infectadas. Esas informaciones, de inmediato nos hacen pensar que esas realidades están siendo allanadas por la solidaridad paternalista del Estado. Al menos nos quedamos con esa idea.

Pero nada de eso ocurre. El paternalismo estatal duerme y se regodea de una publicidad que solo tiene como objetivo florearse de demagogia, quedándose a mitad del camino, en su misión de velar por la seguridad sanitaria de todos los ciudadanos. Para el Estado (capitalista por excelencia) parece ser que los ciudadanos solo son aquellos que pueden quedarse en sus casas, entre sus cuatro paredes del confort y de la seguridad laboral, porque forman parte del sistema, distantes por completo de los padecimientos de los que están maginados o excluidos cruelmente de las comodidades y de los beneficios de la sociedad moderna y principalmente consumista, apelando al uso de tarjetas de crédito a diestra y siniestra, o al contante y sonante.

He leído el escrito de la joven argentina de Our Voice de Ushuaia, Daina Carracedo “Quédate en casa, si la tenés” http://www.antimafiadosmil.com/index.php/periodismo-y-luchas-sociales/5488-quedate-en-casa-si-la-tenes y el de la colega italiana de Antimafia Duemila e integrante de Our Voice, Marta Capaccioni “Coronavirus en Uruguay http://www.antimafiadosmil.com/index.php/periodismo-y-luchas-sociales/5520-coronavirus-en-uruguay-cientos-de-familias-son-abandonadas-en-las-calles : cientos de familias son abandonadas en las calles” publicados ambos en nuestras páginas; he leído el escrito de la periodista uruguaya de La Izquierda Diario e integrante del Movimiento Pan y Rosas, Karina Rojas “Uruguay: frente a la crisis (re) surgen las ollas populares y los merenderos” http://www.antimafiadosmil.com/index.php/archivo-tematico/informacion-nacional/5505-uruguay-frente-a-la-crisis-re-surgen-ollas-populares-y-merenderos , publicado en La Izquierda Diario y en nuestras páginas, como también he leído otros escritos suyos y del periodista Justiniano González, el último “Población en situación de calle: desamparo, hacinamiento y punitivismo” que incluye un mini documental testimonial de Jorge Fierro ; he leído además no pocos artículos en sitios como “El Muerto que Habla” del Uruguay, Página 12 de Argentina y Resumen Latinoamericano, entre otros, sobre los dramáticos efectos de la pandemia en los sectores sociales donde ya desde antes (y ahora mucho más) las penurias para vivir se cuentan por miles, en el día a día.

Todas estas lecturas (y las que vendrán, de hecho acontecerá algo igual) tienen sabor a denuncia, de lo que ocurre y de lo que seguirá ocurriendo en nuestra malograda sociedad, con quienes ha sido condenados a padecer la desigualdad social. Los escritos de los periodistas de los diarios asimilados y emblemáticos del sistema y del poder de turno, son opuestos a los primeros, porque no está en su perfil el hacer denuncia, sino más bien, solo informar por rigor laboral y con frialdad propagandista (típica del marketing complaciente) todo lo relacionado a un proteccionismo patriarcal, que más allá de algunos aciertos para contener la pandemia en el Uruguay, no hace otra cosa que aparentar una incondicional solidaridad, siendo que en realidad el panorama resulta ser uno extremadamente opuesto. Ese periodismo careta, de modé y complaciente (y afecto al rating sensacionalista) solo hinca el diente en la noticia, sin aportar al lector, al televidente y al oyente, la profundidad del problema, que es lo que verdaderamente debería hacer, para crear conciencia y para incentivar una solidaridad en todo el sentido de la palabra. Pero no lo hace.

El COVID 19, está saneando la sociedad mundial, y en el Uruguay, donde el panorama no resulta ser tan trágico y grave como en otras regiones del globo, Italia una de ellas (donde la cifra de muertos por día, alcanza el millar) el mal no hace otra cosa que visibilizar que todavía el gobierno de Luis Lacalle Pou no está en condiciones de regodearse por el éxito, en esta pandemia, por la aplicación de políticas igualitarias, porque aún existen sobradas deficiencias entre los sectores fundamentalmente vulnerables. Y esto está ocurriendo a la vista de todos los uruguayos. Ocurre sin tapujos y peor aún, con el entendido de que todo lo que se está haciendo es lo correcto y es lo más adecuando, cuando no lo es. Hay en Montevideo cerca de 2.000 personas en situación de calle (cifra oficial, que puede ser superada con las que hay en el interior del país) y se propusieron refugios para 300 adultos mayores.

No lo es porque desde los sectores más vulnerables, quiero decir, desde las entrañas mismas de una múltiple y diversa población en situación de calle, el clamor sigue siendo el mismo y apunta expresamente a decir a los cuatro vientos que todos ellos (los desamparados) se sienten literalmente “abandonados” “a la deriva” “confundidos” “solos” “vencidos” “olvidados” “manoseados” “engañados”.

Y a todo este estremecedor panorama social de desesperación, de incertidumbre y de miedo al virus, debemos sumar el agudo y perverso trabajo erosivo que hace el despido masivo de trabajadores, el envío a seguro de paro masivo de empleados del sector privado y la ausencia de población en las calles y plazas y centros urbanos, con consecuencias de estricta incidencia social. Algunas de ellas: los vendedores ambulantes no encuentran compradores (entonces ahora son desocupados), los artistas callejeros no tienen suficientes espectadores para lograr su jornal y los que deambulan por las calles (a veces familias enteras con niños) buscando alimentos en contenedores de basura, sencillamente no los hallan porque son casi nulos los comensales ocasionales de la rutina laboral que se ven a diario en los barrios de intensa actividad urbana. Y esto significa que hay ciudadanos (algunos aquejados de diversas patologías) que en las calles no tienen baño, no tienen protección hambre, y tienen hambre. Ciudadanos que cuando encararan y sensibilizan a sus interlocutores ocasionales que terminan dándoles cien o doscientos pesos, los abrazan y les agradecen con efusividad aleccionadora (y sorprendente), tal como les ocurriera a algunos de nuestros redactores.

En el Uruguay, quienes duermen en las calles no tienen tapabocas (cuyo costo en las farmacias alcanza los cien pesos uruguayos) y no tienen frascos de gel; pero además, no tienen casa donde hacer la cuarentena, porque su casa fue y sigue siendo la vía pública. Pero por si fuera poco, los que duermen en las calles solo pueden hacer uso de los refugios del Estado, desde las seis de la tarde y hasta las primeras horas de la mañana: después, llueva o truene, o haga frío, o esté soleado, otra vez a la calle. A pasar la cuarentena. Una cuarentena a la intemperie exponiéndose a los riesgos del contagio. Una cuarentena recorriendo calles en busca de locales gremiales, de colectivos, o de centros religiosos o de personas de buen corazón, para ser alimentados en las denominadas “ollas populares”. Una suerte de lazo a favor de la vida, que les tienden jóvenes y no tan jóvenes que saben de las necesidades de los que sufren los efectos de un capitalismo criminal (instalado en las sociedades) que siempre termina diezmando a los más débiles y a los más vulnerables.

El gobierno de Luis Lacalle Pou aún no ha dispuesto la cuarentena obligatoria, y esto aún no nos ha llevado a ver nuestras calles superadas en represión o en abuso policial (aunque estamos seguros que algo de esto debe estar ocurriendo en algunos barrios de Montevideo o del interior del país) como se está viendo en ciudades del territorio argentino, desde donde nos llegan noticias realmente estremecedoras de intolerancia e insensibilidad de las fuerzas de seguridad cuando se trata de encarar a trabajadores humildes, personas (jóvenes en su mayoría) en situación de calle o a residentes de villas y asentamientos sub urbanos.

En el Uruguay esta cuarentena sugerida e incentivada desde el Poder Ejecutivo, nos visibiliza, que las igualdades sociales no son tales, sencillamente porque las desigualdades las superan en número y en formas, y porque los egoísmos institucionales y los prejuicios –también institucionales- también nos superan en número y en formas, tanto o más que los individualismos y egoísmos del hombre moderno que se precia (hipócritamente) de ser civilizado, cuando en realidad no lo es, pero ni por asomo.

Entendemos enérgicamente que nuestra labor como periodistas libres debe seguir siendo la denuncia de todos estos barbarismos, de los tiempos del Coronavirus, que además de ser tiempos apocalípticos, son tiempos de confrontaciones. De firmes confrontaciones contra el poder y contra el sistema, y contra las injusticias sociales.

Y participar de ellas en estos tiempos del Coronavirus, como actores de la libre expresión, y no meramente como tibios observadores, o tibios alcahuetes del sistema de poder financiero y político, de hecho, nos enaltece.

Y nos humaniza. Y nos sensibiliza. Y por si fuera poco, nos pone a distancia de la hipocresía y de ser cómplices del poder, del autoritarismo y de la indiferencia social, que más despiadada se torna, cuando la realidad hace (a la vista de todos, y descaradamente) que unos estén mejor que otros.

Por más discursos o por más dialécticas en contrario, ellos, están a la deriva, literalmente. Y todos somos responsables, como responsables son el sistema político y el Estado. Por eso, hay que denunciarlo todo.

Y en ese camino estamos como Antimafia Dos Mil junto a los jóvenes del Movimiento Our Voice, otros colectivos y otros medios alternativos.

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*Foto de Portada: www.laizquierdadiario.com.uy

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