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enquepodemos200A propósito del crimen del periodista mexicano Rubén Espinosa
Por Jean Georges Almendras
Agosto 3, de 2015

En el mundo de las tinieblas, en el que inexorablemente nos encontramos, parece ser que el periodismo, para unos, sigue siendo un arma letal, que en consecuencia, atrae la acción de un enemigo cruel y despiadado: la criminalidad organizada inmersa en cualquier ámbito. Y no hay preferencias territoriales. El reciente día sábado 1ero de agosto de este 2015, la noticia de la tragedia se esparció por todo el planeta. Otro periodista había sido asesinado, corriendo igual suerte cuatro mujeres que se encontraban con él, en un apartamento de la ciudad de México. ¿Y quién es el periodista? Pues bien, es un reportero gráfico de nombre Rubén Espinosa, de 31 años de edad, quien se especializaba en la cobertura de protestas sociales y que se cruzó en su camino de informar, con sujetos que consideraron que su profesión era en extremo perjudicial para sus intereses criminales o para la impunidad con la que realizaban sus actividades ilícitas.

“Los cuerpos presentaban cada uno una herida en la cabeza, por disparo de arma de fuego y escoriaciones en diversas partes del cuerpo” dijo el Fiscal Rodolfo Ríos a los medios de comunicación mexicanos. Estaba claro que tanto Espinosa como las otras personas habían recibido un tiro de gracia en el cráneo, verificándose además dos heridas de bala más en el pecho y lesiones que pautaban perfectamente, que antes de ser ajusticiados por los cobardes asesinos, fueron brutalmente golpeados.
“Una mujer estaba sobre una cama –dijo un vecino a las autoridades policiales que se constituyeron en el lugar- Tenía los pies amarrados con cinta color gris y un cable en el cuello. Cuando los peritos la voltearon, observé que tenía la cara deshecha. Otra mujer también estaba boca abajo y cuando la voltearon su cara estaba en iguales condiciones”.
No es el primer caso de violencia ejercida contra periodistas. Y en México, hoy, esa violencia, es moneda corriente, sean las víctimas periodistas o no. Los informativos de televisión locales y los diarios, dan cuenta de estos hechos, jornada tras jornada. Vayamos a un ejemplo: tal parece que Veracruz es considerado el Estado más peligroso para ejercer el periodismo, porque desde el 2011 suman ya 15, los muertos. El gobernador no es otro que Javier Duarte, conocido por sus actitudes y comportamientos controversiales.
En un medio  informativo local se  ha dicho: “el asesinato de Espinosa, séptimo de un informador en lo que va del año, vuelve a poner los focos sobre la violencia contra la prensa”. De ahí que un portavoz de  Reporteros Sin Fronteras, en el 2014, ha dicho que México es el país americano más mortífero para el periodismo y en el que según cifras oficiales, desde el año 2000 han sido asesinados, al menos, un centenar de periodistas.
¿Por qué mataron a Rubén Espinosa? La Comisión Nacional de Derechos Humanos de México,  reclama que se analice en profundidad la posible relación del caso con la “labor periodística de foto reportero”. Pero además, la ONG Internacional en defensa de los periodistas denominada “Artículo 19” sostiene que “se trata de un crimen contra la libertad de expresión” acusando de negligencia al Gobierno. Y por si fuera poco, sus voceros afirmaron que la violencia que sufrió Espinosa “era conocida públicamente, por lo que el homicidio se produjo sin que las autoridades encargadas de proteger a los periodistas en México, movieran un solo dedo a su favor”.
La hermana de Rubén Espinosa dijo que él estuvo siempre a favor de la verdad. No hay que olvidar que Espinosa trabajaba como freelance para la revista Proceso y para la agencia periodística Cuartoscuro.
La cuestión es, que en la ruleta de la muerte que frecuentemente manipulan los criminales del México de hoy, esta vez –se estima el día sábado 31 de julio-  le tocó en suerte a Espinosa y a una amiga suya de nombre Nadia Vera, de 32 años, Licenciada en Antropología Social y además activista del Movimiento Estudiantil denominado “Yo Soy 132”, en oportunidad de las movilizaciones estudiantiles realizadas a propósito de las elecciones de 2012, para exigir transparencia institucional y una democratización mayor del sistema. La otra víctima fue una joven colombiana de 18 años, identificada como Yesenia Quiroz. Las restantes dos mujeres, cuyos nombres no fueron divulgados aún al momento de redactarse estas líneas, sería una mexicana de 29 años, y otra mujer de 40 años, esta última la empleada doméstica del apartamento del edificio ubicado en la calle Luz Saviñón.
A poco de conocidos los hechos, los medios locales consignaron que Espinosa se había trasladado del estado de Veracruz, donde cumplía tareas de reportero gráfico, a la capital mexicana, porque se sentía amenazado y hostigado.
Hay un detalle no menor, y muy significativo. Según lo relatado por Pedro Valtierra, director de la agencia Cuartoscuro, Espinosa estaba muy asustado, señalando además que las amenazas provenían de parte de Javier Duarte, gobernador del Estado de Veracruz. A todo esto los colegas de la revista Proceso dijeron que el mismo Espinosa hablaba de un “autoexilio” quizás consciente de que estaba en riesgo su vida.
Los mártires de la información forman parte de la historia de los pueblos y  los victimarios han sido siempre los mismos, aquí o allá: los títeres y los lacayos del imperio estadounidense, que se involucraron con el terrorismo de Estado en tiempos de dictaduras, o en tiempos de democracia (generalmente fuera de las  fronteras de su país), los narcotraficantes, o los grupos mafiosos, o los sicarios al servicio del poder económico o político de turno, o de cualquier país donde el Estado transcurra su día a dìa debilitado y minado por el  crimen y la corrupción. Pero siempre el periodista ha sido la carne para el asador. Sus denuncias escritas, en diarios o en sitios web; sus palabras dichas en radios o ante cámaras de televisión han sido y siguen siendo misiles en contra de la impunidad y del despotismo criminal o de  la antidemocracia criminal.
Sin ir muy lejos, Paraguay, donde muchos han sido los periodistas asesinados por la narco  politica en los años post dictadura, es uno de los territorios donde el dolor y la libertad de expresión han viajado juntas por los caminos de sus tierras coloradas. Pablo Medina, nuestro colega y nuestro amigo, asesinado el 16 de octubre del pasado 2014, junto a su joven asistente Antonia Almada, nos tocan de cerca y nos llevan a la inevitable reflexión, de que la muerte de un periodista no tiene fronteras; de que la libertad no gusta de alambrados ni de porteras divisorias; de que el periodismo independiente es su estandarte y que la denuncia su sable. Y no es fácil batallar, porque no todos los periodistas de la región y  del mundo son del mismo palo. Porque a muchos colegas les complace el servilismo. Porque a muchos colegas los trasforma el dinero. Porque a muchos colegas les agrada agradar al criminal y al poderoso, y porque carecen de ética y se sobran de ambición y egocentrismo.
Y a los colegas que reman contra esa sucia y repulsiva correntada, lisa y llanamente los matan.
Me vienen a la memoria los dichos de Cristina Guerrero, una periodista mexicana que participó de una movilización en repudio por el asesinato de Rubén Espinosa. Me vienen a la memoria porque son palabras y sensibilidades que compartimos.
“Sí, es la verdad. Te matan. Y a los periodistas que no estamos vendidos, nos matan, nos desaparecen. ¿Qué podemos hacer?”
Podemos juntos responder: hay mucho por hacer

•    Foto de PORTADA: www.vivelohoy.com

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