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02fifaLA MAFIA INTOCABLE
Jueves 05 de diciembre de 2013
Una de las mafias intocables en el planeta, bendecida por el fervor multitudinario y el blindaje de las grandes cadenas de televisión en el mundo –no sólo Televisa y TV Azteca por cierto-, exenta de impuestos por tener su sede, naturalmente, en Suiza, la nación que más elementos aporta al ya tradicional “lavado de dinero” por parte de las organizaciones criminales del planeta, designa a voluntad sedes de eventos e impone sus propias reglas incluso sobre las de las naciones anfitrionas del deporte que, poco a poco, va quedándose como única opción para el divertimiento general: El futbol. La FIFA –Federación Internacional de Futbol Asociación, aunque su nombre original se inscribe en francés-, insiste en que sus remanentes son relativamente “bajos”: Unas reservas apenas superiores a los mil 300 millones de dólares lo que podría colocar al mexicano Carlos Slim Helú en envidiable posición para comprarla salvo por una supuesta condición: Los dirigentes de la misma, en la actualidad el suizo Joseph Blatter, prepotente y autoritario como el más altanero de nuestros políticos -busquen ustedes a su favorito-, insisten en que su poderoso consorcio multinacional, que aglutina a más pueblos que la Organización de las Naciones Unidas (ONU), ¡no tiene fines de lucro! No explican, sin embargo, cómo es, entonces, que jugadores de la talla de Cristiano Ronaldo, Riverí o Messi, se cotizan en más de cien millones de euros y viven una existencia de reyes aún en naciones, como España en donde se presume tener lo mejor de todo -hasta en materia de basura-, con severas crisis financieras estructurales.
 
En 2010, apenas hace tres años, Sudáfrica, un conglomerado africano todavía con profundas diferencias raciales a pesar de la exaltación del inmenso Nelson Mandela -quien quiere ganarle, con su resistencia personal, hasta a la muerte-, la FIFA hizo de las suyas: Acordonó los estadios como si se tratase de unas nuevas autonomías ajenas a las leyes locales y a la jerarquía de las autoridades cuya superioridad se reconocía de bardas hacia fuera. Fue éste, sin duda, el ejemplo más claro de la potencialidad del corporativo que tanto hace lucir a los mandatarios demagogos aun cuando para entender los requerimientos de los dueños del balón sea menester someterse a ellos con tal de sacarse las fotografías exultantes como aquella del pobre calderón con la Copa del Mundo, único a quien se permitió tocarla como jefe de Estado durante el periplo del trofeo por el universo bajo el supuesto de una propaganda innecesaria dada la fidelidad de las televisiones del mundo que invierten millonadas y ganan otro tanto en las justas mundialistas.
 
Pero, ¿a quién le preocupa que en el futbolero Brasil, cuna del glorificado Pelé y de tantos otros deportistas inmortales, las diferencias sociales apremien de tal modo que la oposición a las inversiones millonarias en estadios y parafernalia de la FIFA sea superior a su indiscutible afición por los juegos del balón? Las marchas de indigentes y de elementos de clase media, con el agua al cuello por ausencia de oportunidades –mismas que acaparan los corporativos foráneos, sobre todo en los órdenes financiero y energético-, preocupan al Gobierno “socialista” de Dilma Rouseff, émula de Lula da Silva pero sin el carisma y el carácter de éste, carente de soluciones a corto plazo para detener la fobia por las desigualdades y el furor contra el Mundial de la FIFA... cuando Brasil tiene grandes posibilidades de ganar el torneo. ¿Incongruencia? No, hambre; sobre esta necesidad inaplazable de nada sirve ver correr a veintidós adultos en pos de una pelota por muy elevada que sea la manipulación del colectivo.
 
En México, por ejemplo, tras la desastrosa calificación del “equipo nacional”, la campaña a favor de la misma es de tal magnitud que ya muchos olvidaron los malos augurios a punto de considerarle grandes posibilidades a un conjunto con enormes deficiencias defensivas y ofensivas, destinado a la derrota segura, no deseable pero lógicamente esperada, y a la consuetudinaria decepción de millones de fanáticos que se creen el cuento del “ahora sí” y del “sí se puede”, como igualmente apostaron a los mismos exabruptos en el terreno de la política para entronizar a los panistas durante doce años y sólo retornar, después, sobre los pasos dados.
 
¿Es razonable que las soberanías se supediten a una organización multinacional en la que, como es evidente, no son escasos los cauces del dinero sucio, mal habido, y concentrado por emires millonarios a quienes el petróleo les pertenece, no a sus pueblos, y caen en el dispendio escandaloso mientras la pobreza es signo de la grosera manipulación colectiva. Así, por ejemplo, los Emiratos Árabes se dan el lujo de patrocinar, millones en la mano -de euros, dólares y libras, claro-, en ausencia de las grandes alambras que todavía hoy deslumbran a los visitantes de todo el mundo, incluso a los ignorantes que se toman más tiempo en tomarse una fotografía temática antes de entrar a los salones rebosantes de artesonados y brillantes muestras de la arquitectura muzárabe -como las formas de varias plazas de toros ibéricas, auténticos monumentos históricos que la necedad estigmatiza sobre sus valores culturales-.
 
El masivo desdén por los legados es muestra de los apremios de un mundo moderno que idiotiza a las multitudes y las convierte en materia de impostura política: a mayor ignorancia mayores índices de manipulación política. La fórmula no difiere con el paso del tiempo.
 
¿Cómo podemos explicarnos que, en 1970, México celebrara su primer mundial de futbol, con una participación mediocre de su seleccionado, a poco más de un año y medio de la bárbara matanza de Tlatelolco y de las secuelas de ésta? Con un país devastado cívicamente, destrozada una generación de jóvenes que se traduciría en silencio durante varias décadas, el correr del balón se convirtió en un pretexto o un analgésico para atemperar los golpes de la impudicia y la barbarie políticas. Y, claro, se pagó mucho por ello. Todavía ahora, el impuesto sobre la tenencia de los automóviles, hijo ilegítimo de la olimpiada, exhibe la demagogia de quienes lo propusieron y la perversas inutilidad de las legislaturas a partir de entonces.
 
¡Qué bien se la pasan los diputados y senadores discutiendo si se salen o no del Pacto por México cuando éste ha carecido de la menor importancia ante la parálisis evidente del país!¡Y los jueces con sueldos cercanos al medio millón de pesos al mes, casi el doble del asignado al Presidente de la República, para aplicar una justicia bastante cernida a la defensa de los intereses de su propio gremio! Pero nadie mejor a los dueños de las televisoras que ganan millones de dólares por cada evento y casi obligan a los mandatarios a dejarlo todo para ser “solidarios” con su pueblo a la hora de, jubilosos, gritar algún gol clasificatorio, circunstancia, en apariencia, más trascendente que la ingobernabilidad en varias entidades de la República -digamos Michoacán y Tamaulipas-, y los acechos contra el pobre peso mexicano aun cuando reunamos reservas internacionales superiores ya a los ¡175 mil millones de dólares!, con un incremento, en un solo día, el 28 de noviembre pasado, de más mil millones de dólares. Todos felices en el campo de la macroeconomía.
 
¿Y 1986? Tal fue al año de mayor represión contra los periodistas y la consolidación del primer gran “boom” del narcotráfico en México, en franca carrera con los cárteles colombianos, además de una amoral formalización unilateral de la deuda externa del país a cambio del “club latinoamericano” que hubiera permitido formar un bloque, con las naciones del sur del continente, para frenar el agio internacional, sobre todo estadounidense. Mientras tal pasaba, las multitudes se entretenían observando a Maradona marcar un gol con la mano ¡a Inglaterra!, esto es como una suerte de venganza futbolera contra la brutal ocupación británica a las islas Malvinas cuando los gauchos pretendieron recuperar su justa soberanía sobre las mismas y enterrar el absurdo coloniaje del “imperio”. Menos mal que así se la tomaron los gauchos, humillados y violados por los soldados de “la Reina” en demostración fehaciente del daño que siguen provocando los oligarcas apostadores del futbol.
 
Abramos siquiera los ojos por un momento. Podremos así descubrir los contubernios feroces de los malos gobiernos con la mafia de la FIFA. A México se le “premió” con sendos Mundiales, y una Olimpiada precedente, cuando arreciaba el autoritarismo presidencial, primero, y al avanzar territorialmente el narcotráfico. ¿Sólo coincidencias o la confirmación de que detrás de los grandes corporativos universales, siempre, sale la purulencia infecta de la delincuencia organizada? ¿O es preferible ser campeón futbolero del mundo a cambio de mantener la miseria en los márgenes de las ciudades de Brasil? ¿Vale la pena por poseer una estatuilla por cuatro años? Ténganlo por seguro: Cada peso que se invierta en el turismo del balompié no servirá para resolver las desigualdades de fondo sino todo lo contrario; serán más ricos los emires y los autócratas; como lo son, naturalmente, los dirigentes de la FIFA, la mafia mejor camuflada del mundo. Tenía ganas de escribirlo.
http://www.yancuic.com/yancuic/noticia/37549

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