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01-lakhdarbrahimiEL PELIGRO DE LOS TIEMPOS
Casi todo sigue girando en torno a la grave crisis interna de Siria. Nadie parece dudar de que el desenlace del cruel enfrentamiento que está viviendo la población —dominado por el momento por la violencia sin límite con la que el régimen de  Bashar al-Asad sigue intentando que todo vuelva a ser como antes— será trascendental no solo para la región, para Oriente Próximo, sino también para sus futuras relaciones con la comunidad internacional. Los bandos fueron elegidos hace años: Irán, Rusia y China apoyan al Gobierno sirio, y Francia, Estados Unidos y los países del Golfo, a la oposición; por su parte, el Ejército Sirio Libre ejerce un protagonismo cada vez más alejado de lo que provocó el alzamiento popular.
Las cartas están echadas y a la sinceridad del Lajdar Barhimi, el nuevo enviado especial de la ONU y la Liga Árabe para resolver el conflicto sirio, al afirmar que su misión es «muy difícil, casi imposible» demuestra que más allá del recuento diario de muertos, heridos, desaparecidos, o del de refugiados que siguen huyendo de la violencia, nada avanza en Siria.
Los países vecinos permanecen expectantes, preocupados e intentando gestionar sus problemas internos junto con la llegada de miles de refugiados sirios, que huyen de la actitud de mandatarios no tan alejados del pensamiento de los que los acogen. Turquía, mucho más cercana a Europa, se concentra en frenar la consolidación del frente kurdo para que la revolución kurda no sea una realidad, por lo que intenta vigilar la fortaleza de los kurdos en Iraq y los beneficios que están obteniendo de su supuesta neutralidad. Para acreditar esa posición, plantan su bandera junto con la de los rebeldes sirios a la vez que confirman que no lucharán contra Al Assad, por lo que es difícil controlar sus movimientos. Lo cierto es que los kurdos que están intentando coordinarse para reivindicar con una sola voz que son un pueblo con derechos.
Con el caótico Iraq no se puede contar para transmitir algo más de estabilidad a la zona. Sumido en la inseguridad y, como ha explica recientemente Amnistía Internacional, incapaz de impedir que las ejecuciones y la violencia se hayan extendido por todo el país para terminar con las voces discordantes. Esta semana informes occidentales citados por la agencia Reuters aseguran que Irán está utilizando Iraq para armar al régimen sirio y que no rebaje la presión sobre un pueblo que hace casi dos años que decidió que no había marcha atrás.
Por lo que respecta al Líbano ha sufrido en las últimas semanas el contagio del conflicto sirio en el norte del país. Trípoli fue tomada por partidarios y detractores del régimen de los al-Asad, que han potenciado el sectarismo entre alauíes (apoyados por los chíies de Hizbulá) y suníes. La inseguridad en la que derivan las disputas internas del país y los enfrentamientos políticos sin resolver de la propia sociedad libanesa no podrán ayudar a que se resuelva mediante una negociación el conflicto sirio, en el que da la impresión de que nunca se ha llegado a hablar en términos claros para alcanzar una solución política.
Fawzi Zaidan escribía el pasado 4 de septiembre en Al-Hayat un artículo en el que planteaba que Líbano, «al borde del colapso en lo que se refiere a su seguridad y su economía, sigue dividida en cuestiones importantes como las armas de Hizbulá». Asimismo explicaba que el hecho de que Hizbulá domine la vida política libanesa indica que se está preparando para «actuar cuando la cúpula iraní se lo exija, para defender cuestiones espinosas de Teherán» (en especial en relación con el enemigo israelí).
En Jordania, donde sus generosas autoridades han tardado más de un año en ofrecer un terreno desértico donde instalar a los traumatizados refugiados sirios, que no dejan de cruzar la frontera, la situación está contenida. No hay una revuelta en las calles de forma permanente porque la monarquía intenta reaccionar con un resultado cada día más cuestionado. La última acción fue echarse atrás después de haber anunciado que subiría aún más el precio de la gasolina. Además, achaca el elevado coste de los productos básicos a la fuerte demanda generada por estar acogiendo a más de 150 000 sirios en su territorio. Al-Quds Al-Arabi le dedicaba un editorial el 9 de septiembre al «peligroso estado de ebullición en Jordania» en el que se refería a una nueva fase de la escalada de protestas con una presencia más fuerte de los islamistas.
Las justificaciones oficiales se quedan en excusas que no convencen y que solo ponen paños calientes sobre una herida que sigue creciendo. La realidad es que ya es posible discutir en lugares públicos sobre la gestión del rey Abdalá II; en esas conversaciones se habla de corrupción citando nombres y, además, se organizan pequeñas protestas ante las viviendas de los que siguen fomentando el clientelismo.
Casi todo gira en torno a  Siria aunque solo varíe el nombre de los lugares bombardeados o donde se están produciendo los enfrentamientos. O peor aún, la repetición de esas ciudades masacradas está provocando que, rápidamente, el foco de atención se dirija a otras realidades de la región.
La administración de los tiempos, siempre cruel, casi nunca justa, ya no juega a favor de la visibilidad del conflicto sirio. Ahora la atención ha vuelto a asuntos puntuales, algunos demasiado banales, como la reciente incorporación de mujeres con velo en los informativos de la televisión pública egipcia; esos son los únicos  que ocupan el limitado tiempo que la comunidad internacional está dedicando al mundo árabe.
La opinión de los árabes es fundamental. Para acercarnos a ellos y sobre todo entenderlos hay que reflexionar sobre el hecho de que, como informaba la semana pasada el rotativo cairota Al-Masri Al-Youm, el 77 % de los egipcios esté satisfecho con la gestión del presidente Mohaamad Mursi y el 60 % lo votaría si se celebrasen elecciones en este momento (según un sondeo de Baseera y del periódico tras los primeros 60 días de mandato del líder de los Hermanos Musulmanes). En cambio, en el diario libanés Al-Safir el pasado 9 de septiembre Omar Said cuestionaba el nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional asegurando que : «El valor de los créditos exteriores de la etapa de transición sextuplica el de los créditos conseguidos por Mubarak en un año (podrían ascender a 6000 millones de dólares, al margen de los temores de que la deuda externa siga creciendo)». Cinco días después, el 14 de septiembre, Mua Aalan explicaba en el mismo periódico  que los créditos son considerados «una continuidad de la política económica de Mubarak», algo que los ciudadanos resumen en la eliminación de subvenciones a los productos de primera necesidad y al combustible.
Especial interés tienen las protestas que se han registrado en los últimos días en Cisjordania. «Palestina se levanta contra el acuerdo económico de Oslo», titulaba Sawaz Trabulsi en el periódico libanés Al-Safir, y recordaba que el conflicto ha pasado «de los social a lo político» igual que ocurrió en Túnez y en Egipto, las dos grandes referencias de las revueltas árabes de 2011.

El Magreb y el Mashrek siguen en ebullición, cada país con sus propios plazos y ritmos, atendiendo las demandas de la calle, los intentos de diálogo o las posturas firmes de sus dirigentes. El largo proceso de cambio que comenzó a finales de 2011 está asentando valores, nuevas actitudes y exigencias que merecen un análisis diario.
Los países árabes están demostrando que cada vez están más lejos de las reflexiones simplistas sobre el supuesto fracaso de los movimientos populares, la manipulación desde el exterior o la influencia de grupos radicales, que acaban recibiendo mayor atención porque aprovechan la inestabilidad propia de Estados en mutación. Las necesidades básicas de los que viven en los países árabes junto con los intereses económicos de los que pretenden explotarlos o extraer beneficios es la principal batalla que se está librando a ras del suelo, en unas realidades con mil ojos donde cada vez se aceptan menos las cosas porque sí o porque no.

http://www.aish.es/index.php/es/carlafibla/analisis-regional/3649-carla-fibla

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