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06 YPFLAFFERRIERE: ¿PARA ESTO QUERÍAN YPF? ALBERTO FERNÁNDEZ: EL ESPECTÁCULO DEL SIN SENTIDO. GADANO: URGENCIA Y TRAICIÓN
Acuerdo con Chevron: ¿para esto querían YPF?
Clarín. Por Ricardo Lafferriere EX SENADOR NACIONAL
"Me gustaría que nos pareciéramos a Alemania”, expresó la Presidenta a Angela Merkel, en 2007. No ha sido ni es el rumbo que ha impreso a su política energética.
Entre 2002 y 2012, Alemania pasó de generar 100 Mgv/h de energía solar, a 32.000 Mgv/h. Argentina se mantuvo en ese lapso con una generación solar de 6 Mgv/h. El salto de generación solar en Alemania se dio durante el mismo período en que, en Argentina, gobernó la pareja Kirchner. Alemania agregó nada más que con su parque generador solar el equivalente a una Argentina y media:la capacidad generadora total de nuestro país no llega a los 20.000 Mgv/h. Las causas del vuelco alemán hacia fuentes primarias renovables están en el desechar las fuentes fósiles, por contaminantes, y en la proscripción a la energía atómica, luego del desastre de Fukushima.
Por nuestro lado, acaba de ser entregado a la aventura, en la búsqueda de nuevas rentas, parte del mega-yacimiento de “shale” de Vaca Muerta. Es el único “proyecto estratégico” energético del país en los diez años de reinado “K”.
La Presidenta dejó de preferir el ejemplo alemán. Prefiere el de Estados Unidos y China. Pero a diferencia de ellos, uno por motivos geopolíticos y otro por su rápido crecimiento industrial, en nuestro caso tenemos opciones: técnicos y empresas, productores y familias están en condiciones de emular el fenómeno revolucionario de los alemanes.
Podríamos ser Alemania. No lo seremos, pero a pesar del sueño oficialista, tampoco seremos Estados Unidos ni China: nos pareceremos más bien a los regímenes autoritarios de Medio Oriente o Venezuela.
No por sus pueblos, sino por su funcionamiento político. Las rentas fáciles extraídas al subsuelo pueden terminar financiando regímenes de tiranuelos corruptos.
Pero nada es tan grave como el impulso al calentamiento global que implica volcar a la atmósfera el petróleo profundo.
Nos sumaremos a la legión de los contaminadores globales.
Es triste la entrega a Chevron de territorio para destrozar su subsuelo mediante el “fracking”. Es un camino equivocado, resultado de la desesperación por una década de ausencia de reflexión estratégica. Lo sufriremos los argentinos, que deberemos lidiar con sus efectos ecológicos, geológicos, económicos y políticos. La impostura de la “nacionalización” de YPF queda así al desnudo.
 
El espectáculo del sinsentido
Clarín. Por Alberto Fernández
Era una nueva epopeya. Estábamos “recuperando nuestra soberanía”. Íbamos a contar “con recursos” para hacer “rentable” la primera empresa del país. Eran palabras rimbombantes las que usó cuando expropió YPF en nombre del Pueblo Argentino. Cristina fue la encargada tanto de montar el espectáculo que volviera heroica la decisión que tomaba, como de denostar a quienes la criticamos. Devenida por propia voluntad en la “relatora del modelo”, acomodó la historia a las necesidades de esa coyuntura. Se convirtió así, repentinamente, en la redentora de la soberanía vulnerada.
Las consecuencias de aquella medida desmoronan la épica diseñada sólo con palabras. Cuando la actual administración de YPF presentó su Plan Estratégico, previó para el período 2013/2017 inversiones anuales de 7.000 millones de dólares.
Hasta aquí, YPF no logró hacerse de esos fondos. Deambuló buscándolos entre laANSeS y pequeños ahorristas a los que tentó con bonos, y cuando el Gobierno advirtió que no los conseguiría, logró que el Congreso lo autorizara a usar parte de las reservas monetarias para poder encarar las inversiones previstas.
Buscando mejorar la rentabilidad, Cristina autorizó sucesivamente la suba de los precios para el gas en boca de pozo, para el barril de petróleo exportable y para los combustibles líquidos consumidos en el país. Con ello, sólo mejoró las ganancias de las empresas del sector pero no optimizó la producción energética.
Ahora, YPF acaba de rubricar un convenio con Chevron cuyos pormenores no se conocen.
La alianza con Chevron no convocó a grandes escenarios. No existió la escenografía que muestre el pacto como un triunfo del pueblo ni los jóvenes se calzaron remeras alusivas al acuerdo. Sin que medie explicación, Cristina ha decidido reemplazar el discurso triunfal por un singular silencio. No se exhibe como la abanderada del “modelo” cuando queda al descubierto que YPF, la nave insignia de la “economía nacional y popular”, vale hoy tan sólo la quinta parte de lo que valía cuando el Gobierno empezó a administrarla. Sabe que no tiene sentido invocar la soberanía cuando se está privilegiando a la mismísima petrolera que alguna vez fundó Rockefeller.
Hay un momento en el que las palabras no bastan. Ese es el preciso instante en el que la realidad las vuelve insuficientes. Nadie que conviva con cuentas fiscales deficitarias puede autocalificarse como un buen administrador. Nadie que hostigue la libertad de los que juzgan puede llamarse respetuoso de la Justicia. Nadie que grave el salario puede decirse atento a las necesidades de los que trabajan. Y nadie que niegue la inflación puede decirse preocupado por los que menos tienen.
Es posible mentirles a todos algún tiempo y también es posible mentirles a algunos todo el tiempo. Lo imposible es mentirles a todos todo el tiempo. Lo dijo Lincoln hace más de doscientos años. Ahora debe estar descubriéndolo Cristina, en estos días en que con silencio aplaca los sinsentidos propios de esa revolución que sólo anida en su cabeza.
 
Petróleo: urgencia y traición
La Nación. Por Nicolás Gadano
En un artículo publicado en 2010 en el libro The National Resources Trap, busqué identificar los rasgos característicos de tres intentos de incorporación de capital privado en la industria petrolera argentina: Perón, a mediados de los 50; Frondizi, entre 1958 y 1962, y Menem, en los 90. Todos los intentos fracasaron en lograr que las reformas perdurasen en el tiempo. Perón fue derrocado por un golpe militar y el contrato con California se cayó por falta de ratificación legislativa. Frondizi fue derrocado por otro golpe militar, y sus contratos fueron anulados por Illia; la privatización y desregulación menemista se convirtió en mala palabra luego de la crisis de 2001 y fue desmantelada por la gestión kirchnerista.

Pero además de este final fallido común, en los tres casos encontré dos elementos esenciales repetidos, que se convirtieron en el título de este artículo: urgencia y traición.

Urgencia porque las reformas no fueron el resultado de una discusión amplia y profunda en relación con la industria de los hidrocarburos, sino que fueron disparadas por una situación macroeconómica crítica y apremiante: el clásico "estrangulamiento del balance de pagos" en los casos de Perón y Frondizi, y la crisis hiperinflacionaria de fines de los 80 en el menemismo.

Traición, porque las medidas favorables a la inversión petrolera privada no formaban parte de los programas electorales y las posiciones previas de los dirigentes que las llevaron adelante. Por el contrario, los tres presidentes habían sostenido las tradicionales posiciones del nacionalismo antiimperialista en materia petrolera, muy refractarias a permitir el ingreso de las grandes petroleras internacionales.

Este carácter "urgente y traicionero" de las reformas condicionó la forma en la que fueron instrumentadas, y explica en gran medida su corta vida. La fragilidad del entramado institucional es una constante en las tres iniciativas. Perón y Frondizi firmaron acuerdos que, de hecho, eran concesiones de exploración y explotación, pero debieron encuadrarlos bajo el formato de contratos con YPF para mitigar las críticas y adecuarse al rígido marco constitucional y legal que ellos mismos habían promovido.

Tanto Frondizi como Menem apelaron a los decretos para implementar sus iniciativas, que por su alcance debían ser tratadas por el Congreso. En los tres casos, los rasgos de opacidad en las negociaciones de los acuerdos dispararon denuncias de corrupción, que con el tiempo pasaron a formar parte del imaginario popular, deslegitimando a las reformas.

Todo indica que el contrato del gobierno kirchnerista con Chevron puede convertirse en la cuarta temporada de la saga "Urgencia y traición". Como en los tres casos anteriores, la iniciativa surge para intentar revertir una crisis energética que ha cobrado una dimensión macroeconómica, no como el fruto de una discusión sectorial. Luego de años de caída de la producción de gas y petróleo, la brecha con el consumo ha debido cerrarse con importaciones que ya suman más de US$ 1000 millones mensuales. La reversión de la balanza energética explica en gran medida los problemas externos de la economía argentina, el origen del cepo cambiario y otras restricciones que afectan la vida diaria de personas y empresas. La urgencia económica vuelve a dominar la agenda.

Asimismo, el contrato es impulsado por una gestión que previamente sostuvo posiciones antagónicas a las empresas privadas y que sólo un año atrás desplazó a la principal multinacional petrolera operando en la Argentina, con un proceso de expropiación de sus acciones en YPF polémico y aún no cerrado. Basta leer algunas páginas del "Informe Mosconi", elaborado a mediados de 2012 por el Ejecutivo, para justificar la expropiación, para verificar las contradicciones entre el discurso oficial de entonces y el proyecto actual para atraer a las grandes petroleras.

Lamentablemente, aparece también la debilidad institucional presente en los casos anteriores. Avanzando en facultades que les corresponden al Congreso nacional y a las provincias, el decreto 929 habilita concesiones especiales con plazos prolongados para los proyectos no convencionales, autoriza operaciones de desdoblamiento de concesiones y posibilita la unificación de áreas colindantes, todas modificaciones que merecen una discusión legislativa.

En cuanto a la transparencia de las negociaciones, esperemos que toda sospecha sea aventada con la completa publicación y explicación de la documentación pertinente.

En las conclusiones del trabajo de 2010 señalaba que, para implementar reformas duraderas en el sector energético, era necesario enfrentar el largo y tedioso proceso que significa elaborar un proyecto de ley, invitar a los actores relevantes (incluida las organizaciones defensoras del medio ambiente) a discutirlo, criticarlo y mejorarlo, negociar con la oposición, coordinar la relación con las provincias, y conseguir la aprobación de una nueva legislación que goce del mayor consenso posible.

El desafío de los yacimientos no convencionales, que por su potencial pueden revolucionar el sector energético argentino, merece este esfuerzo. La urgencia siempre alimenta la tentación de caminos más rápidos, que se ven atractivos en el corto plazo. Pero la experiencia nos muestra que los atajos sólo han contribuido a profundizar la ya crónica inestabilidad de nuestra política energética..
 
http://www.enernews.com/articulo.php?id=70231

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