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06tedespedire'Si me meten en la cárcel haré que desaparezcas de Mallorca'
09/02/2016 12:24
Las órdenes eran precisas. Ningún alimento caducado se tiraba a la basura. Tampoco si caía al suelo. Las bebidas se rellenaban con botellas de dos litros de marca blanca. Las de alcohol, para que resultara más fácil, con jeringuillas. Y en la caja registradora, la contabilidad en b debía iniciarse cuando se alcanzaran los 250 euros. Los cabecillas de la mafia laboral estipularon un control absoluto sobre el funcionamiento y las irregularidades que se desarrollaban en los casi cien locales que manejaban. Su idea, siempre basada en conseguir el «máximo lucro», estaba clara. Pero no se fiaban de sus empleados.

Quizá la idea de instalar cámaras surgió en la nave que Sanidad clausuró en el polígono de Can Valero y que servía como despensa y cocina para la inmensa mayoría de bares y restaurantes de la trama. Una semana antes de que una de las denunciantes acabara su contrato, llegó el primer pilotito rojo.
- ¿Hay cámaras en los locales?
- Sí, pero no se usan en funciones de seguridad, sino para controlar a los empleados.
Ejercían la vigilancia a distancia, desde su propio teléfono móvil. En la pequeña pantalla podían reproducir todo cuanto ocurriera en su entramado de hostelería. «El encargado de la nave le tenía mucho miedo y siempre escondía cosas», relató la trabajadora. Escondía que tiraba la comida caducada pese a que contradecía las órdenes de uno de los principales testaferros de la mafia, Ángel L.. Les había advertido de que si se enteraba de que la «desperdiciaban», se lo descontaría del sueldo.
Aquella amenaza fue aún peor para la chica de la heladería. Ángel L. le recriminó que hubiera permitido acceder al local a un inspector de la compañía eléctrica. El mismo que comprobó que tenían la luz pinchada de forma irregular, y abrió un expediente al negocio acompañado de una multa de 9.000 euros. Se lo descontaría de su sueldo, le dijo. «Tiene la luz y el agua enganchados en varios locales para no pagar los suministros», confesó ella luego a la Policía.
Otra de las camareras reconoció haber hablado por teléfono con Ángel sólo en dos ocasiones. La primera, cuando le ofreció trabajo. La segunda, cuando le recriminó que llevara diez minutos sin hacer nada. La había estado vigilando a través de las cámaras. Sólo le dijo que recogiera sus cosas y se fuera, que estaba despedida. A ella le costó hacerle entrar en razón y que la creyera cuando aseguraba que no estaba descansando sino que atendía a las explicaciones de una compañera sobre cómo preparar combinados de fruta.
«Sí, tiene cámaras por todos sitios y en todos los locales», aseguraba otro empleado en su entrevista con la Policía. Aquel gran hermano servía también para controlar la escrupulosa e ilegal contabilidad que debían seguir en los locales. En algunos era tan evidente que existían dos cajas registradoras diferentes. La oficial dejaba de funcionar cuando la b entraba en marcha. De aquel dinero negro se pagaba el grueso de los salarios de la plantilla. En el interrogatorio, dos de los líderes de la mafia reconocieron haberse repartido en dos años cerca de 200.000 euros. Cuando los investigadores entraron en el bar Jamaica del Festival Park -uno de los reabiertos- encontraron 213.725 euros en efectivo.
Móvil en mano, la organización -cuyos seis máximos responsables siguen en prisión- fiscalizaba también si se cumplía aquella lamentable reutilización de comida que habían decretado. «Si sobraba algo de las tapas ya sacadas, se aprovechaba en el interior de la cocina», relataron los empleados cuando en diciembre se destapó la trama. Les obligaban, reconocían, a utilizar y servir alimentos con moho lavándolos para ocultar su apariencia. Como lavaban los espaguetis hervidos varios días atrás para reblandecerlos. Como cortaban la parte dura de la carne después de innumerables jornadas en la nevera. «Todo se reutilizaba siempre con salsas diversas, para camuflar su sabor».
Trato vejatorio y maltrato psicológico
Las referencias al trato vejatorio y al maltrato psicológico que los empleados sufrían por parte de los cabecillas de la organización fueron una constante en las denuncias a la Policía Nacional. Sin embargo, en 2013 una de las trabajadoras llegó a formalizar una demanda por los presuntos abusos sexuales sufrido por parte de Juan A. S. Aquel verano la joven, que tenía sólo 19 años, se trasladó a trabajar de uno de los restaurantes que controlaba la mafia a otro en plena Plaza Mayor. Su jefe insistió en volver a entrevistarla aunque el puesto fuera el mismo.
En su denuncia aseguró que apenas recordaba lo que había sucedido. Sólo que había consumido sangría a la que le invitaba Juan A. S. mientras comenzaba la entrevista. Se despertó al día siguiente en su cama. Un vecino le contó que la había encontrado muy afectada en la puerta de su casa y había tenido que ayudarla a entrar. Pasó la entrevista y comenzó a trabajar aquel mismo día. Desde entonces, relató a los agentes, el acoso había sido constante. Su jefe no cesaba de tocarle el culo y de hacerle comentarios.
«Me gustaría estar contigo a solas, me gustaría que sólo yo pudiera aprovecharme de ti. Esto debería quedar entre nosotros», narró ella. Un mes después, el tono cambió de forma radical. «Si no bajas al parking y tienes relaciones conmigo, te despediré». En aquel arranque acabó por confesar, según el testimonio de la víctima, que el día de la entrevista habían mantenido relaciones durante cuatro horas.
«Las cosas que empiezan hay que acabarlas», la acorralaba. Según denunciaron sus compañeros, no fue la única. El desfile de camareras de entre 18 y 20 años que apenas duraban un día en el trabajo era continuo. Muchas abandonaban por la actitud que tenían los responsables hacia ellas donde «se aprovechaban de su inocencia».

http://www.elmundo.es/baleares/2016/02/09/56b99a2222601dd96a8b45d6.html

 

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