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07separados2 NOV. 2017 03:08
El Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo acaba de darle la razón a esta mujer de Costa de Marfil atrapada en Jerez.
En su fallo, pide al Gobierno de España que la ayude. No hay motivo para que ella y su hijo de cuatro años, al que envió en patera a España y luego ella le siguió en otra, sigan separados.
Son también 'náufragos' del Estrecho, y hay más.
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Oumo Totopa es de Costa de Marfil y ahora vive en España, en una casa de acogida de una ONG en Jerez de la Frontera (Cádiz). Es un caso más de mujer migrante, habitualmente subsahariana, que se separa de un hijo para atravesar ilegalmente una frontera, en viajes distintos, confiando en un reencuentro posterior que se dificulta, que se eterniza, que no se produce por un laberinto de burocracia y pruebas de ADN. Nunca pensó que su odisea, su tragedia, sólo acababa de empezar. Eso ella no podía saberlo.
Oumo ya lo sabe: la tragedia de la inmigración en el Estrecho no acaba cuando una patera naufraga y mueren sus ocupantes. Sus ojos húmedos y tristes reflejan también el dolor de haber visto ahogarse desde la suya a una madre con su hijo, y también a un hombre. «Fue un viaje horrible, tremendamente peligroso», cuenta a Crónica. La tragedia tampoco acaba, porque el naufragio se repite una y otra vez, en un eterno retorno. Muchos, distintos, pero eternamente iguales. Y cada uno de los ocupantes de una patera, ya vivan o mueran, guardan un génesis, un hecho terrible que nace en el mismo momento en el que se toma la decisión de partir hacia un camino de miles de kilómetros para poner la vida en manos de las mafias. Y hay ocasiones en las que, si se es mujer y madre, la tragedia continúa, aunque la patera llegue a tierra. Terminan náufragas.
Tras enviudar, dejó en su pueblo a su madre al cuidado de su primera hija, de seis años, y se fue a Rabat con su pequeño Abderramán, de tan sólo un mes de vida. Allí los esperaba su hermana Malado. Atravesó Mali y Mauritania. Tres mil kilómetros. Hacía sólo un mes que había dado a luz a su pequeño, pero esa circunstancia no le impidió buscar una vida mejor en un país como Marruecos, donde su hermana Malado trabajaba ya como empleada doméstica.
En Rabat pasaron tres años, viviendo en un piso de alquiler. Oumo trabajaba en casa de una familia adinerada. Enviaba dinero a casa y ahorraba, mientras seguía soñando cada noche con que debía haber algo más, algo que seguramente ella ya no pudiera disfrutar totalmente, pero sí su hijo y los hijos de su hijo.

Lengua bambará«La decisión fue de los tres», suspira mientras responde. Las palabras son su única arma en Occidente, porque no sabe ni leer ni escribir. Sabe hablar francés, pero lo hace en bambará, la lengua de Costa de Marfil, Guinea, Mali y parte de Burkina Faso que demuestra la ambigüedad de las fronteras hechas con trazo ajeno. Un halo de tristeza la envuelve, sus palabras suenan opacas aunque fluidas mientras Mailk, un joven guineano amigo suyo, traduce sus palabras para Crónica.
En marzo de 2017, Oumo logró reunir dinero suficiente para jugarle una partida a la vida a cambio de un sueño y cruzar a Europa en patera. Vivieron en un bosque, cerca de la costa marroquí, a la espera de una embarcación. «El niño enfermó. Y los tres tomamos la decisión», repite Oumo por boca de Malik. Lo que había ahorrado sólo daba para un único pasaje. Oumo pensó en su hijo, que a sus tres años todavía no había llegado a esa etapa de aprender a leer y a escribir. Y que además estaba enfermo y durmiendo al raso, en el bosque. Una tirada a cambio de una vida mejor. Oportunidades. Oumo tiró los dados y añadió a la suma de su suerte el precio del pasaje de su hijo. Era el mes de marzo, y el niño viajaría abrazado a su tía para cruzar el Estrecho. Ella se quedó en Marruecos, ahorrando dinero para su billete, con la promesa de cruzar ella también tan pronto pudiera y reunirse con ellos.
La patera de Abderramán y Malado salió de la costa marroquí en dirección a España. Su hermana estuvo a punto de morir tras caer al agua cuando fue interceptada por la Guardia Civil. O tal vez se tiró, como hacen muchos, al interpretar, cuando ven la embarcación de Salvamento Marítimo, que no lo han conseguido. Prefieren huir olvidando que no saben nadar, cuando lo que pueden lograr quedándose es simplemente salvar la vida. Malado y el pequeño Abderramán fueron trasladados a Melilla, pero los separaron, ya que ella no era su madre. La mujer ingresó en el hospital y luego en el Centro de Estancia Temporal para Inmigrantes de Melilla. El pequeño de tres años fue directamente a un centro de acogida de menores.
Un mes más tarde, en abril, y sabiendo que su hermana y su hijo estaban bien, Oumo miró el mar. Ya había pagado su billete y sabía que su hijo y su hermana estaban en Melilla, separados, pero bien. Quizá el día fuera claro, uno de esos que permiten ver la costa frente a África. Pensó que la siguiente vez que tocase tierra sería para abrazar pronto a su hijo. Levantó una pierna, y luego otra, y embarcó en la patera. Cruzó el mar pensando en él y en una vida mejor. «Un viaje horrible, tremendamente peligroso», repite. Tras ser interceptados por la Guardia Civil, la llevaron a Algeciras, donde quedó en el Centro de Internamiento de Extranjeros. Posteriormente la trasladaron a Jerez de la Frontera. «Yo viajé y siempre pensé que llegaría a Melilla», traduce Malik a la doliente Oumo.
Lleva sin ver a su hijo seis meses. Los 500 kilómetros de distancia que la separan hoy de él son mucho más duros e insalvables que los recorridos hasta ahora. A primeros de junio, coincidiendo con su cuarto cumpleaños, Oumo solicitó poder llamarlo. No se lo permitieron. Ha aportado los pasaportes, fotos, documentación, que certifican que ese niño de cuatro años que está solo en Melilla es suyo. E incluso pruebas de ADN.
La primera se la hizo el 13 de julio. La pagó de su bolsillo y fue desechada un mes más tarde, según la abogada de Oumo, al estimar la administración «que la prueba no era fiable al haber podido fallar la cadena de custodia».

La segunda prueba de ADN, consistente en una prueba de saliva, llegó a Melilla el 13 de septiembre. Actualmente las de ambos, madre e hijo, están en un laboratorio de Granada, a la espera de resultados.
Para la Corte Europea de Derechos Humanos la relación entre el espacio y tiempo, y entre la línea insondable que une a una madre con su hijo, son como la entiende Oumo: tiene que estar con su hijo, o al menos, hay que asegurar entre ellos algún tipo de contacto para salvaguardarlos a ambos de daños irreparables. En su caso, de la separación de un hijo y una madre cuando hay indicios solventes de relación filial, y del dolor, desarraigo y otros daños psicológicos, sobre todo, en el menor.
El pasado 19 de octubre, Estrasburgo dictaminó medidas cautelares contra España, después de que la ONG Women's Link apelara a la regla 39 del Reglamento del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. La corte ha instado al Gobierno español a que explique «exactamente» las medidas que ha tomado o tomará para determinar el parentesco de Oumo y de ese niño de cuatro años que está en un centro de menores de Melilla, para poder hacer efectiva la reunificación familiaren caso de que las pruebas de parentesco arrojen un resultado positivo. Y exige además que detalle las medidas que ya ha puesto en marcha en cuanto a visitas, llamadas telefónicas y su frecuencia, para proteger a los dos mientras las pruebas de ADN no sean definitivas.

"Mamá, quiero verte"
Teresa Fernández Paredes, abogada del caso de Oumo en la ONG Women's Link, detalla que dos días más tarde de ese dictamen, «y sin haber aportado ni un papel nuevo desde los cinco meses que lleva pidiéndolo», Oumo ha podido ver y hablar por primera vez con el niño desde que éste embarcase en la patera.
-Mamá, quiero verte. Quiero estar contigo. ¿Por qué nos ha pasado esto? ¿Cuándo vamos a estar juntos?
Fue una videoconferencia de 25 minutos. «Mucho de lo que hablaba no le entendía. Está olvidando el bambará», cuenta entrecortadamente Oumo. Para su abogada, esos 25 minutos «sin duda formarán parte de la respuesta del Estado español a Europa, para poder alegar que madre e hijo sí han hablado por teléfono». También la Administración ha fijado esta semana, tras el requerimiento de Estrasburgo, que puedan hablar los lunes, miércoles y viernes a las 11 de la mañana.
Con 33 años, Oumo dice que no quiere una hora de videoconferencia. Desde su llegada a Jerez ocupa su tiempo, entre otras cosas, asistiendo a clases de español. «Pero no me entero de nada. Sólo quiero verlo», dice. Hoy no es la misma de las fotos que nos muestra con su hijo, cuando trabajaba como empleada doméstica en Marruecos. Allí era una Oumo guapa, feliz. Sonreía. «Yo nunca me había separado de mi hijo».
La mujer que es hoy ha engordado, por la ansiedad. Su cara está llena de marcas y cicatrices que antes no existían. Ni rastro de sonrisa. No tiene nada que ver, ni física ni psíquicamente, con la mujer que era antes de subir a esa patera.
Nasiha y la nigeriana con su niño en proceso de preadopción
El caso de Oumo no es el único. Según la ONG Women's Link, los derechos de las madres, normalmente subsaharianas, y sus hijos a estar juntos, son menoscabados de manera recurrente. Amnistía Internacional ya denunció en noviembre de 2016 en su informe sobre la situación de migrantes en la frontera de Ceuta y Melilla el caso de Nasiha, una argelina que fue detenida en septiembre al cruzar la frontera de Melilla con documentación marroquí. Embarazada de tres meses, pasó dos días en el calabozo por falsedad documental, siendo separada de su hijo de tres años, que quedó en manos de los servicios sociales de la ciudad autónoma. A los dos días trató de recuperar a su hijo: se lo denegaron hasta que la filiación no se comprobase mediante la prueba de ADN, ya que no dieron por válido ni el certificado de nacimiento ni los indicios claros de afecto entre ambos. «Los servicios sociales de la ciudad de Melilla impidieron todo tipo de contacto entre madre e hijo durante las más de tres semanas que tardaron en llegar los resultados de la prueba de ADN practicada». Cuando Amnistía Internacional se entrevistó con la mujer, pudo comprobar el impacto que dicha separación había causado en ambos: el niño no se separaba de ella y tampoco permitía que nadie se acercase a él, ante el temor a que le volviesen a separar de su madre.
Otro caso ha requerido la intervención del Defensor del Menor en Andalucía. Se trata de una joven madre procedente de Nigeria. Víctima de trata, «además de sufrir múltiples penalidades, vejaciones, y malos tratos» en su periplo para llegar a España. Estando en Marruecos dio a luz a un niño, y una tía abuela se lo llevó para cruzar a España en patera. Al llegar, la mujer continuó su viaje y dejó al niño, que quedó bajo la tutela de la Junta de Andalucía. Tras no localizar a la madre, la Administración decidió darlo en acogimiento familiar preadoptivo. En este espacio de tiempo su madre cruza el Estrecho y llega a Algeciras. Desde ese mismo momento inició la búsqueda de su hijo. Al saber que se encontraba en situación de preadopción, presentó un recurso para oponerse a un proceso que continúa a la espera de que el juzgado se pronuncie sobre su recurso. La intervención del Defensor del Pueblo Andaluz logró que la Junta se comprometa, estudie y fije «por motivos humanitarios» que la mujer pueda tener contacto con su hijo, un pequeño al que todavía no ha podido ver desde su llegada a España.

http://www.elmundo.es/cronica/2017/11/02/59f602ae46163f68198b4577.html?cid=MNOT23801&s_kw=2

 

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