MOGADISCIO, ÚLTIMO REFUGIO ABIERTO
J. M. CALATAYUD (ENVIADO ESPECIAL) - Mogadiscio - 08/08/2011
Más de un millar de somalíes llegan cada día a la capital empujados por el hambre - El Gobierno toma el control tras la retirada de la milicia islamista
"¿Habéis visto a esos?", pregunta Nuno señalando a dos de sus cinco hijos supervivientes, una niña que se ha quedado ciega y un niño con unas piernas tan finas que apenas pueden sostenerlo.
J. M. CALATAYUD (ENVIADO ESPECIAL) - Mogadiscio - 08/08/2011
Más de un millar de somalíes llegan cada día a la capital empujados por el hambre - El Gobierno toma el control tras la retirada de la milicia islamista
"¿Habéis visto a esos?", pregunta Nuno señalando a dos de sus cinco hijos supervivientes, una niña que se ha quedado ciega y un niño con unas piernas tan finas que apenas pueden sostenerlo.
"Mis otros hijos tenían ese aspecto justo antes de morir". Nuno y su familia son algunos de los 30.000 somalíes que se han instalado en el campo de Badbado, que significa seguridad y es el mayor de Mogadiscio. Cientos de tiendas hechas con ramas y pedazos de plástico se agolpan en un amplio descampado de tierra cercano a las afueras de la capital.
"Pasamos cuatro meses sin comida, solo teníamos lo que encontrábamos por la calle", continúa echado en el suelo de su tienda y entre toses Iman Abdi Nuno, que dice tener 60 años aunque aparenta bastantes más. Nuno, sus dos mujeres y sus 10 hijos emprendieron viaje a Mogadiscio desde el noroeste, a 220 kilómetros de distancia. Anduvieron durante 11 días hasta que un vehículo accedió a llevarlos. Cuatro de sus hijos, dos niños y dos niñas de entre 5 y 10 años, murieron exhaustos por el camino. Otra hija murió ya llegados a Mogadiscio.
Un fuerte viento, calor y las olas del océano Índico que rompen a pocos metros y los buenos deseos de la azafata reciben a los recién llegados al aeropuerto de la capital de Somalia. En la pista, otro avión comercial, uno de la Cruz Roja, uno del Programa Mundial de Alimentos (PMA) y un enorme avión accidentado que lleva cuatro años abandonado. Para los más de mil somalíes que llegan cada día a Mogadiscio, empujados por el hambre y por un conflicto que dura ya 20 años, no hay bienvenida.
El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados calcula que son ya unos 100.000 los somalíes que han huido a la capital desde otras partes del país. Cinco de las regiones de Somalia están en situación de hambruna, incluida Mogadiscio, según la ONU. Son demasiados años de catástrofe tras catástrofe. En la actualidad, el Gobierno se enfrenta a la milicia islamista radical Al Shabab, que se autodeclaró la rama de Al Qaeda en África oriental y que controla gran parte del país. Pero Mogadiscio tal vez sea algo más segura desde hace dos días. Representantes del Gobierno y Ali Mohamed Rage, portavoz de Al Shabab, aseguraron el sábado que la milicia islamista había abandonado sus posiciones en la capital. Seguramente, los hacinados en Badbado se beneficiarán de la estampida de los milicianos.
Fue en el campo de Badbado donde diez personas murieron y varias resultaron heridas el viernes cuando una entrega de comida del PMA acabó en peleas entre los desplazados y un tiroteo entre soldados del Gobierno y un grupo armado que intentaba robar las 290 toneladas de alimentos. Abundan las quejas en el campo.
"Eso es lo que hace la comunidad internacional, pasar de largo en los vehículos de AMISOM [la fuerza de paz de la Unión Africana en Somalia] y no poner un pie en Mogadiscio", se lamenta Abdulkadir Moallin Noor -líder de Al Sunna, milicia aliada con el Gobierno contra Al Shabab- mientras señala un convoy de AMISOM que se aleja por la carretera.
"Mogadiscio es segura, la ONU y las ONG deberían estar aquí, en el terreno", dice Noor, que recorre Badbado a pie rodeado de sus milicianos. Estos llevan rifles y armas automáticas, visten impecables uniformes militares y ristras de balas les recorren la espalda. "Es un alivio, ahora que Al Shabab se ha ido, Mogadiscio vuelve a ser nuestra", dice Hasan Abdul, de la Oficina de la Presidencia, mientras sonríe y abre los brazos paseando por la ciudad.
Con sus calles de piedras y edificios derruidos y agujereados por las balas, Mogadiscio ofrece una escena única. Minibuses con pasajeros agarrados por fuera a las puertas compiten en velocidad con furgonetas llenas de hombres armados. Las vespas delatan el pasado colonial italiano mientras los mercados callejeros bullen con clientes entre los escombros y casas abandonadas. Los niños corren, pisotean las balas en el suelo y curiosean entre mujeres vestidas con los coloridos trajes tradicionales somalíes. "Quién sabe", dice Abdul aún sonriendo, "quizá uno de estos niños sea el futuro presidente de Somalia".
"Pasamos cuatro meses sin comida, solo teníamos lo que encontrábamos por la calle", continúa echado en el suelo de su tienda y entre toses Iman Abdi Nuno, que dice tener 60 años aunque aparenta bastantes más. Nuno, sus dos mujeres y sus 10 hijos emprendieron viaje a Mogadiscio desde el noroeste, a 220 kilómetros de distancia. Anduvieron durante 11 días hasta que un vehículo accedió a llevarlos. Cuatro de sus hijos, dos niños y dos niñas de entre 5 y 10 años, murieron exhaustos por el camino. Otra hija murió ya llegados a Mogadiscio.
Un fuerte viento, calor y las olas del océano Índico que rompen a pocos metros y los buenos deseos de la azafata reciben a los recién llegados al aeropuerto de la capital de Somalia. En la pista, otro avión comercial, uno de la Cruz Roja, uno del Programa Mundial de Alimentos (PMA) y un enorme avión accidentado que lleva cuatro años abandonado. Para los más de mil somalíes que llegan cada día a Mogadiscio, empujados por el hambre y por un conflicto que dura ya 20 años, no hay bienvenida.
El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados calcula que son ya unos 100.000 los somalíes que han huido a la capital desde otras partes del país. Cinco de las regiones de Somalia están en situación de hambruna, incluida Mogadiscio, según la ONU. Son demasiados años de catástrofe tras catástrofe. En la actualidad, el Gobierno se enfrenta a la milicia islamista radical Al Shabab, que se autodeclaró la rama de Al Qaeda en África oriental y que controla gran parte del país. Pero Mogadiscio tal vez sea algo más segura desde hace dos días. Representantes del Gobierno y Ali Mohamed Rage, portavoz de Al Shabab, aseguraron el sábado que la milicia islamista había abandonado sus posiciones en la capital. Seguramente, los hacinados en Badbado se beneficiarán de la estampida de los milicianos.
Fue en el campo de Badbado donde diez personas murieron y varias resultaron heridas el viernes cuando una entrega de comida del PMA acabó en peleas entre los desplazados y un tiroteo entre soldados del Gobierno y un grupo armado que intentaba robar las 290 toneladas de alimentos. Abundan las quejas en el campo.
"Eso es lo que hace la comunidad internacional, pasar de largo en los vehículos de AMISOM [la fuerza de paz de la Unión Africana en Somalia] y no poner un pie en Mogadiscio", se lamenta Abdulkadir Moallin Noor -líder de Al Sunna, milicia aliada con el Gobierno contra Al Shabab- mientras señala un convoy de AMISOM que se aleja por la carretera.
"Mogadiscio es segura, la ONU y las ONG deberían estar aquí, en el terreno", dice Noor, que recorre Badbado a pie rodeado de sus milicianos. Estos llevan rifles y armas automáticas, visten impecables uniformes militares y ristras de balas les recorren la espalda. "Es un alivio, ahora que Al Shabab se ha ido, Mogadiscio vuelve a ser nuestra", dice Hasan Abdul, de la Oficina de la Presidencia, mientras sonríe y abre los brazos paseando por la ciudad.
Con sus calles de piedras y edificios derruidos y agujereados por las balas, Mogadiscio ofrece una escena única. Minibuses con pasajeros agarrados por fuera a las puertas compiten en velocidad con furgonetas llenas de hombres armados. Las vespas delatan el pasado colonial italiano mientras los mercados callejeros bullen con clientes entre los escombros y casas abandonadas. Los niños corren, pisotean las balas en el suelo y curiosean entre mujeres vestidas con los coloridos trajes tradicionales somalíes. "Quién sabe", dice Abdul aún sonriendo, "quizá uno de estos niños sea el futuro presidente de Somalia".