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fuku3aniosTRES AÑOS DESPUES
Fukushima, el rayo atómico que no cesa. La mayor hecatombe de la industria nuclear
Eduard Rodríguez Farré y Salvador López Arnal
Rebelión
A la memoria de seis admirables y no olvidados luchadores antinucleares: Manuel Sacristán, Ramón Fernández Durán, Francisco Fernández Buey, Pere de la Fuente, Josep Maria Domingo y Carlos París. Tres años después de la hecatombe nuclear nipona es necesario hablar de nuevo de Fukushima. No es fácil. Ni la más que influyente corporación propietaria, TEPCO, ni el gobierno japonés de derecha más que nacionalista facilitan las cosas. Nos movemos, por tanto, en una aproximación que intenta acercarse a la situación real en la medida de nuestras fuerzas.
Recordemos brevemente lo sucedido.  El accidente se produjo el 11 de marzo de 2011. Un terremoto de grado 9 en la escala Ritcher, al que siguió un tsunami una hora después, generó la destrucción de los sistemas auxiliares de los seis reactores de la central de Fukushima. Se produjo un gravísimo accidente con la fusión de los núcleos de los reactores 1, 2 y 3 (que estaban entonces en funcionamiento) y con severos daños en los otros tres (que estaban en paradas de recarga o de mantenimiento). Se calcula que las emisiones radiactivas alcanzaron el 40% de las que se produjeron en Chernóbil. Se extendieron por el interior de la principal isla japonesa y también por el mar. Además de los seis reactores de la central número 1 se accidentaron los cuatro de Fukushima 2 y los cuatro también de Onagawa.
“Ecologistas en acción” ha hablado de la situación actual del mayor desastre de la industria nuclear hasta el momento en los siguientes términos [1].
La realidad desafía en ocasiones a la estadística, señalan. “Con consecuencias desastrosas en el caso del sector nuclear”. Los cálculos de probabilidades apuntaban “a un accidente grave en el mundo con fusión del núcleo cada 200 años”. Han pasado muchos menos entre los últimos siniestros. El de Fukushima, ha demostrado que “los fenómenos sísmicos y los errores humanos pueden echar por tierra los cómputos teóricos”. Eso sí, tras cada accidente, la industria nuclear, también la española, proclama a los cuatro vientos radiactivos que ha aprendido las lecciones y que las incorporará a los nuevos diseños. Humo, mucho humo publicitario. En el caso de España, el riesgo es aún mayor, con la posible reapertura, se habla estas semanas de ello, de una central vieja y peligrosa, la de Santa María de Garoña, al igual que la instalación de un cementerio nuclear de residuos radiactivos en una zona inestable.
Entre el accidente de Harrisburg (1979) y el de Chernóbil (1986), recuerdan nuestros amigos ecologistas, pasaron 7 años; de este último al de Fukushima 25. Todo indica “que la probabilidad real de accidente es diez veces mayor que la calculada. No hay garantías de seguridad suficientes para controlar lo incontrolable”, ni siquiera cuando las centrales funcionan normalmente y los organismos reguladores (el CSN en el caso español) hacen, si es el caso que no siempre lo es, su trabajo de forma rigurosa.
Transcurridos tres años del accidente, la situación sigue siendo catastrófica, “a pesar del tiempo transcurrido y de los medios tecnológicos y económicos de un país como Japón”, la tercera economía del mundo, acaso el segundo o tercer país más avanzado tecnológicamente del mundo. “La gestión en un primer momento fue muy deficiente y siguen registrándose errores de peso. Está siendo necesario recurrir a procedimientos totalmente nuevos para esta lucha desigual contra la radiactividad, lo que muestra lo lejos que estamos de controlar técnicamente la energía nuclear.”
Unas 50 mil personas no han podido volver a sus hogares porque los altos niveles de radiactividad. “Muchos niños se ven forzados a restringir el tiempo que pasan al aire libre para reducir el tiempo de exposición a la radiactividad. Algunos peces y cultivos presentan niveles de radiactividad por encima de los permitidos y deben ser sometidos a controles”. Ya se ha registrado un aumento de cánceres de tiroides en los niños. Hay más elementos en el cuadro dantesco. “La generación de miles de toneladas de agua contaminada, y las frecuentes fugas al mar han motivado que las aguas pesqueras y los ecosistemas marinos se contaminen. Ha sido incluso necesario forrar de cemento el suelo marino cerca de la central”.
Las últimas fugas más graves, como se recuerda, se han localizado en los tanques de almacenaje del agua procedente de los reactores. TEPCO se ha visto obligada a fabricar “almacenamiento para 800.000 toneladas de agua.” Cuando la radiactividad esté más controlada en el territorio, “será necesario plantearse el futuro de los seis reactores accidentados, especialmente de los números 1, 2 y 3, que sufrieron la fusión parcial o total del núcleo. El combustible gastado, los materiales más radiactivos, está al descubierto dentro de la vasija y su extracción será extremadamente difícil”. Es posible, como algunas voces señalaron desde el primer momento, “que sea necesario sepultar los reactores bajo un sarcófago de hormigón para evitar las enormes dosis radiactivas y el aumento de radiactividad ambiental que implicaría su desmantelamiento”. Solución que, como es sabido, no es definitiva y hay que cuidar y mantener.
Fukushima ha tenido un impacto importante sobre la industria nuclear que ha visto, no sólo, “como se truncaban sus planes de expansión en muchos países y como se ha reducido su contribución al mix energético mundial (en estos momentos la producción eólica supera con creces a la nuclear)”. Algunos países han anunciado su baja de la industria atómica. Alemania es el ejemplo más destacado. En España (también Cataluña por supuesto, el gobierno de la Generalitat está dirigido y formado por partidos atómicos), la industria nuclear sigue ejerciendo su enorme poder con voz de mando en toda la plaza. Empero, señalan con razón Ecologistas en acción, “la energía nuclear es una tecnología inmadura, a pesar de sus 60 años de existencia”, una tecnología “que todavía no ha resuelto sus problemas técnicos: riesgo de accidente, gestión de los residuos de alta actividad, proliferación nuclear y escasez del combustible.”
  Gareth Porter -historiador y periodista de investigación especializado en seguridad nacional de Estados Unidos; recibió el Premio Gellhorn al periodismo en 2011 por sus artículos sobre la guerra en Afganistán- ha escrito sobre otro escenario que no debe olvidarse en un día como hoy. Hablamos de la cuestión nuclear iraní y su dependencia de pruebas que EEUU no quiere mostrar [2].

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