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El gobierno de USA, señala GP, “exige que Irán resuelva “preocupaciones pasadas y actuales” sobre la “posible dimensión militar” de su programa nuclear como condición para firmar un amplio acuerdo que ponga fin al conflicto por el desarrollo atómico iraní”. Autoridades born in the USA indican que Irán debe dar respuesta a un informe de la Agencia Internacional de Energía Atómica “que acusa a Teherán de haber desarrollado en el pasado un programa encubierto de armas nucleares.”
Sin embargo, señala, “el registro de las negociaciones entre Irán y la AIEA muestra que en los últimos dos años Teherán estaba listo para brindar respuestas detalladas sobre todos los cargos, pero la AIEA se negó a mostrarle las pruebas documentales en las que basó esas acusaciones.” ¿Por qué? Por lo siguiente: “Lo que impide entregar esos documentos es, desde hace tiempo, la decisión estadounidense de negarse, aduciendo que Irán debe confesar que posee un programa armamentista.”
“Primero debería probarse la autenticidad de cada acusación, luego la persona que la presentó a la agencia debería darnos el documento original. Cuando nos garanticen la autenticidad, entonces podremos hablar con la AIEA”, manifestó el 12 de febrero de 2014 el presidente de la Organización de Energía Atómica de Irán, Ali Akbar Salehi. No parece una exigencia alocada. “Ni la AIEA ni el gobierno de Obama respondieron públicamente a Salehi…la portavoz del Consejo de Seguridad Nacional, Bernadette Meehan, dijo que los funcionarios de ese órgano no formularían declaraciones sobre la demanda iraní de acceso a los documentos.” Tampoco respondió el actual director de la AIEA, Yukiya Amano. El borrador del acuerdo que se negocia, fechado el 20 de febrero de 2012, “muestra que la única diferencia entre las partes para resolver las acusaciones de fabricación de armas nucleares fue la demanda iraní de ver los papeles en los que se basan esos cargos. El texto, publicado en el sitio web de la Asociación para el Control de las Armas, refleja todo lo que Irán quitó y agregó a la propuesta original de la AIEA. Solicita que Irán entregue una “evaluación técnica concluyente” de una serie de seis “asuntos”, que incluyen 12 cargos distintos contenidos en el informe en un orden particular que la AIEA deseaba.”
El ex director general de la AIEA, Mohammad El Baradei, se refirió a una serie de documentos aportados por Israel en sus memorias publicadas en 2012. Irán accedió a responder en detalle también a “las denuncias de que había intentado integrar un arma nuclear al vehículo de reentrada del misil Shahab-3, y de que había desarrollado explosivos como “detonadores” para un proyectil atómico”. Esas dos presuntas actividades fueron descritas en documentos divulgados en los medios de Estados Unidos entre 2005 y 2006. Ahora se sabe que esos documentos, sobre los que El Baradei y otros altos funcionarios de la AIEA expresaron sus dudas, “fueron entregados a la inteligencia de Occidente por una organización terrorista iraní contraria al régimen”. Karsten Voigt, ex alto funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania, reveló el año pasado en una entrevista “que personal de la agencia de inteligencia alemana BND le había dicho en noviembre de 2004 que la colección completa de documentos procedía de un miembro del Muyahedin-e-Jalq (MEK, una organización terrorista para Estados Unidos y la Unión Europea) al que no consideraba una fuente confiable”.
Volvamos a Fukushima. Hay muchos motivos para no estar tranquilos. En “50 razones para temernos lo peor de Fukushima” [3], Harvey Wasserman -periodista, escritor, activista por la democracia y defensor de las energías renovables, uno de los estrategas y organizadores del movimiento antinuclear en Estados Unidos- recuerda algunas de ellas.
HW observa que “en Fukushima han desaparecido los núcleos derretidos pero las emisiones radioactivas siguen secretamente supurando. La dura censura dictatorial de Japón ha ido acompañada de un apagón –exitoso- en los medios corporativos globales a fin de que Fukushima permanezca lejos de la mirada pública.” Pero la realidad básica es, en su opinión, muy simple: “a lo largo de siete décadas, las fábricas de bombas del gobierno [EEUU] y los reactores de propiedad privada han estado arrojando a la biosfera cantidades masivas de radiación. Se desconocen fundamentalmente los impactos de estas emisiones en la salud ecológica y humana porque la industria nuclear se ha negado rotundamente a estudiarlos.”
La presunción oficial, recuerda HW con toda razón, ha sido siempre señalar que las pruebas de los daños causados por las bombas atómicas y los reactores comerciales eran asunto de las víctimas y no de quienes los perpetran. Obviamente falso e incorrecto. “Esa mentalidad de “no ver el mal y no pagar el daño” data de los bombardeos de Hiroshima hasta llegar a Fukushima y al próximo desastre… que podría estar sucediendo mientras leen estas líneas.”
Las cincuenta razones preliminares (seleccionamos sólo una parte de ellas) de por qué ese legado radioactivo exige que nos preparemos para lo peor respecto a nuestros océanos, nuestro planeta, nuestra economía y también sobre nosotros mismos serían, en opinión de HW, las siguientes:
1. “Durante y después de las pruebas con bombas nucleares (1946-1963), a las personas que vivían al alcance de los vientos en el Pacífico Sur y en el oeste de EEUU, además de los miles de “veteranos atómicos” de EEUU, se les dijo que sus problemas de salud provocados por la radiación eran imaginarios… hasta que resultaron completamente irrefutables.”
2. ”Cuando la doctora británica Alice Stewart demostró (1956) que incluso dosis mínimas de rayos X en mujeres embarazadas podrían duplicar las tasas de leucemia infantil, desde elestablishment médico y el nuclear estuvieron atacándola durante treinta años, para lo cual dispusieron de amplia financiación. Se demostró que los hallazgos de Stewart eran trágicamente exactos y eso ayudó a alcanzar un consenso en física sanitaria médica de que no hay “dosis segura” respecto a la radiación… y que las mujeres embarazadas no deberán ser expuestas a rayos X ni a una radiación equivalente.”
3. ”En nuestra ecosfera hay inyectados más de 400 reactores nucleares comerciales sin haber contado con datos significativos que midan su potencial impacto en la salud y en el medio ambiente, y sin establecer ni mantener una base sistemática de datos globales. Fue a partir los incorrectos estudios de la bomba A, iniciados cinco años después de Hiroshima, cuando se conjuraron los niveles de “dosis aceptables” para los reactores comerciales, y en Fukushima, y en más lugares, se ha sido todo lo laxo que se ha podido a fin de salvaguardar el dinero de la industria.”
4. ”Al negarse a evaluar las consecuencias a largo plazo de las emisiones, la industria está ocultando sistemáticamente los impactos sobre la salud de los accidentes de Three Mile Island, Chernobil, Fukushima, etc., obligando a las víctimas a depender de aislados estudios independientes que automáticamente se consideran “desacreditados”.
5. ”Al menos 300 Tm de agua radiactiva están vertiéndose cada día en el océano Pacífico, en Fukushima, de acuerdo con las estimaciones oficiales hechas antes de que esos datos se convirtieran en secreto de estado. Hasta donde puede saberse, las cantidades y composición de la radiación que sale de la central constituyen también ahora un secreto de Estado, y las mediciones independientes o las especulaciones públicas se castigan hasta con diez años de prisión. Muchos isótopos tienden a concentrarse a medida que se vierten al aire y al agua, por tanto masas letales de radiación de Fukushima pueden estar emigrando a través de los océanos durante los próximos siglos antes de esparcirse, cuando eso ocurra no será de forma inofensiva. El impacto mundial real de la radiación será aún más difícil de medir en una biosfera cada vez más contaminada,
Mientras Fukushima se deteriora tras una cortina de hierro de secretismo y engaños, necesitamos saber desesperadamente qué están haciendo con nosotros y con nuestro planeta, señala Harvey Wasserman . En su opinión, “la verdad se encuentra en algún punto intermedio entre las mentiras de la industria nuclear y el creciente temor a un Apocalipsis tangible… Fukushima derrama cada día inconmensurables cantidades masivas de radiación letal en nuestra frágil ecosfera y lo seguirá haciendo en las próximas décadas. Cinco reactores nucleares han explotado ya en este planeta pero hay más de 400 que siguen en funcionamiento”.
Otro punto central merece ser destacado y denunciado: la explotación salvaje antiobrera y la hecatombe atómica en Fukushima no están distanciadas .
Los ciudadanos/as y colectivos de buena voluntad, todavía partidarios de la industria nuclear y de la energía atómica, no por pueril cientificismo, tecnofilia desinformada o por intereses ocultados sino por creencia (inadecuada) de que no hay otra solución factible, por pensar que es la única fuente de energía viable a corto y medio plazo, que el tema de los desechos radiactivos podrá solucionarse en un tiempo razonable y que la seguridad de lo atómico ganará y está ganando muchos enteros tras los últimos desastres (los errores enseñan incluso a las corporaciones núcleo-eléctricas), deberían tal vez fijar su atención en una cara poco comentada que rodea a uno de nuestros mayores desastres industriales. La siguiente:
Nuevas aristas de la tragedia van saliendo a la luz. Tomamos pie en un artículo de David Jiménez y Makiko Segawa [4] y recordemos el marco global de la situación: TEPCO y el gobierno japonés están llevando a cabo la mayor operación de limpieza radiactiva jamás emprendida en la Historia de la Humanidad, realizando tareas nunca efectuadas hasta el momento. Intentan descontaminar un terreno equivalente a dos veces la extensión de la ciudad de Madrid. “Parques, fachadas, viviendas, plantas, vehículos abandonados y cada centímetro de tierra están siendo descontaminados con el objetivo de hacer habitables ciudades de las que fueron evacuadas cerca de 150.000 personas”. A la vez, centenares de trabajadores siguen luchando por detener las fugas radiactivas de la central, que no ha dejado de verter agua radiactiva al Pacífico. Empero, Fukushima ha dejado de ocupar titulares. Pero sigue estando descontrolada.
Sin ingresos y durmiendo en la calle, Tsuyoshi Kaneko, 55 años, un trabajador en paro y muy empobrecido, recibió en 2012 la primera oferta de trabajo en mucho tiempo: 80 euros diarios por un puesto de limpieza que se encontraba en una zona altamente radiactiva de la Zona de Exclusión Nuclear. Empezó a trabajar, sin máscara ni traje de protección, “en las labores de descontaminación de la hoy desierta ciudad de Narra”. Tiempo después fue destinado en un puesto de control encargado de medir los niveles de radiactividad de los vehículos que entran y salen de la central atómica accidentada (Recuérdese el caso de Shizuya Nishiyama, un indigente de 57 años. Después de una larga vida trabajando como peón de obra, las empresas constructoras habían dejado de contratarle. Viajó desde Hokkaido con la esperanza de ser contratado en las labores de reconstrucción. Tras un breve contrato temporal volvió a quedarse en la calle y terminó durmiendo entre cartones en la estación de Sendai. Pasó más tarde de reclutado a reclutador, utilizando sus contactos entre los vagabundos de la estación para captar mano de obra. Envió a algunos de sus amigos a trabajos que podían ser peligrosos. “Se llevan parte de tu salario y la situación allí es difícil”, pero, añade, “es mejor ser un trabajador nuclear que dormir en la calle en pleno invierno y sin comida”).
Y a Kaneko le pasó lo que tenía que pasar, la crónica de un desastre anunciado. Empezó a ver nublado, a perder la vista. Ya no puede trabajar y ha sido desechado. “Los médicos no encuentran la causa de mis problemas, pero yo sé que es la radiactividad”. No es el único que ha sufrido daños. “Muchos de los que estábamos allí padecen consecuencias”, asegura Kaneko.
Aquellos “héroes”, aquellos voluntarios de Fukushima que recibieron el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia por su ”valeroso y ejemplar comportamiento”, han sido reemplazados: el capitalismo nipón ha entrado en el puesto de mando y ha usado su ejército industrial de reserva. Los ha sustituido por “mendigos, desempleados sin recursos, jubilados en apuros, personas endeudadas o jóvenes sin formación”. Estos últimos trabajan en ocasiones por el equivalente a 5 euros a la hora (menos del salario mínimo en la prefectura de Fukushima). Aquella voluntariedad tiene además caras menos heroicas.
El Príncipe de Asturias de la Concordia de 2011 ha sido uno de los más anónimos. Aunque Japón mandó una representación a recogerlo, la mayoría de los trabajadores que salvaron Fukushima de un desastre mayor no viajaron, no querían desvelar sus nombres. El jurado del Premio los describió como un representantes “de los valores más elevados de la condición humana, al tratar de evitar que el desastre nuclear provocado por el tsunami multiplicara sus efectos devastadores, olvidando las graves consecuencias que esta decisión tendría sobre sus vidas”. Retórica peligrosa ocultista. Algunos de los premiados llegarían a declararse “pilotos kamikazes”, dispuestos a morir por salvar a la patria del peligro. Un momento crítico de la situación se produjo cuando Yoshida, el director de la central ya fallecido, rompió la cultura corporativa de “obedece, trabaja y calla” y disintió de sus “superiores” que desde Tokio le pidieron que dejara de enfriar los reactores con agua del mar porque temían que produjera más pérdidas económicas. ¡Más pérdidas en esos momentos! “Su decisión de ignorarles fue crucial para evitar una fuga radiactiva que habría puesto en riesgo a cientos de poblaciones, desde Fukushima a la capital”.
Hay más nudos, ninguno de ellos afable. La obligación de deshacerse de quienes han recibido el tope de radiactividad permitida obliga a renovar las plantillas; constantemente, sin fin. Las empresas de reclutamiento contratadas por la corporación, subcontratas pues, subcontratan a su vez y “han delegado la captación de mano de obra barata”, el negocio siempre es el negocio, en la que dicen que es la única corporación japonesa capaz de facilitarla: los yakuza. La mafia, dicen, “más adinerada y secreta del mundo, han pasado a controlar el suministro de empleados, beneficiándose de parte de los 75.000 millones de euros que serán invertidos en recuperar la zona en los próximos años”. ¿Ignoran la situación TEPCO y el gobierno japonés? ¿No saben nada? ¿La vida de un trabajador indigente vale lo mismo que la de un ciudadano cualquiera?
No es un caso único en la historia reciente nipona. “El hampa controla desde hace décadas el mercado laboral clandestino en Japón. Las familias yakuza tienen la capacidad de movilizar a muchos trabajadores en poco tiempo y a menudo se convierten en la solución para empresas que emprenden grandes proyectos. Las redes criminales se encargan de cobrar los salarios y dan una pequeña parte a los empleados”. En el caso de Fukushima pierden hasta el 80% del extra de peligrosidad que les corresponde. Los trabajadores sin techo sólo cobran los días que trabajan. No tienen seguro médico. Son obligados a pagar su propia comida. No reciben formación. Una vez enferman, como en el caso de Kaneko, son desechados, sin ninguna compensación. El sueldo de Takashi ha caído a la mitad después de que “sus amos mafiosos” decidieran cobrarle hasta su máscara de protección. ¿Libertad de la ciudadanía trabajadora nipona? ¿De qué libertad estamos hablando?
Los indigentes son conducidos a los reactores y otras zonas sensibles de la planta con engaños. Recibían dosis de radiactividad superiores a las permitidas sin llegar a saber siquiera que se encontraban en una instalación nuclear. Varios de ellos han muerto o enfermado de cáncer. Las familias siguen esperando una compensación. No será fácil conseguirla: se enfrentan a algunas de las corporaciones más influyentes de Japón y del mundo. La explotación de los esclavos nucleares se ha agravado. Obsolescencia de los seres humanos. Según crecían las necesidades de Fukushima, la explotación ha aumentado. Más de 50.000 empleados han pasado ya por la ZEN, la zona de Exclusión Nuclear. Las previsiones apuntan a otros once mil anuales. Muchos trabajadores nipones están desesperados. “Carteles en las ciudades cercanas solicitan empleados, ofreciendo “ingresos adicionales” en comunidades que desde el tsunami ha visto como el desempleo se disparaba”. Tepco, a pesar de la situación, solo consigue cubrir dos tercios de sus necesidades. Ha anunciado que doblará la paga, hasta 140 euros la jornada, la ley de la oferta y la demanda, que construirá un complejo dedicado a mejorar la vida de los obreros. ¡Suena a risa trágica! La empresa, en todo caso, admite que el dinero extra seguirá yendo a las empresas de subcontratación e, indirectamente, a las redes criminales que las controlan [5].
Las dificultades para encontrar personal en un país con una tasa de paro del 4% son buenas noticias para los yakuza. A la capacidad de reclutar a miles de trabajadores suman lo sabido: la intimidación criminal para evitar que abandonen sus puestos. Ni siquiera la enfermedad sirve de excusa. “Empleados de una empresa subcontratada por la constructora Shimizu, una de las concesionarias, aseguran a Crónica que trabajan obligados y bajo la constante amenaza de Yamaguchi, la más poderosa familia de la mafia japonesa”. Sus jefes fijan horarios superiores a los permitidos, amenazan de muerte a los que tratan de escapar y en ocasiones agreden directamente a los empleados. “¡Estamos esclavizados, no recibimos comida o máscaras protectoras! El trabajo de descontaminación es como un gran campo de concentración”, asegura un empleado de la ciudad de Mito.
Las autoridades anunciaron poco después de la crisis nuclear que las labores de descontaminación serían completadas este año. La fecha se revisó hasta 2017 el pasado mes de diciembre. Antes deberán solucionarse problemas que incluyen qué hacer con la tierra, las plantas o el agua que ha sido removida y que todavía no tiene destino. “Incluso si se logra volver a hacer habitable las 12 ciudades de la Zona de Exclusión Nuclear, los trabajos de desmantelamiento de la central de Fukushima Daiichi llevarían todavía tres décadas más”.
Una obra para la que Japón ya no podrá contar con sus héroes. Muchos de ellos se sienten engañados después de que su sacrificio quedara en el olvido. Tepco, vale la pena recordarlo, “ha enviado cartas a algunos pidiéndoles que devuelvan las indemnizaciones que recibieron. Los jefes amenazan a los que tratan de escapar”. La mayoría ha tratado de ocultar su identidad: “viven en la zona devastada por el tsunami y temen ser discriminados por su asociación con la empresa a la que se culpa del hundimiento de la región.”
Nagi fue forzado a exponerse a la radiactividad para pagar una deuda que había contraído con un prestamista. Comparte un piso de dos habitaciones con otros ocho trabajadores nucleares en la ciudad de Iwaki, a una hora en coche de la planta. “El salario que debía recibir se ha reducido a la mitad después de que los yakuza decidieran cobrarle incluso el alquiler de la máscara de protección”. Los hay “que tras los recortes que se les aplican no cobran nada”, afirma el pastor Aoki. Los héroes de Fukushima han pasado a ser esclavos.
Noticias, negras noticias, del capitalismo atómico realmente existente. Y en Japón, la tercera economía del mundo. ¿Esta es la civilización capitalista, la aportación a la cultura y la sociedad humanas de la tercera potencia económica del mundo? ¿Una de las barbaries sociales más criminales que podamos imaginarnos? ¿Es eso?
Fue Hyman Rickover, el padre de la marina de guerra nuclear-atómica, quien ya advirtió que era una forma de suicidio elevar los niveles de radiación en los sistemas vitales de la Tierra, y que iba intentar "hundir" todos los reactores atómicos que él mismo había ayudado a desarrollar.
El operador-propietario de la planta nuclear de Fukushima, ha sido criticado, y desde diversas perspectivas y ubicaciones, por sus respuestas técnicas inadecuadas y arriesgadas, sus prácticas laborales salvajes y explotadoras y sus cálculos costes-beneficios siempre en el puesto de mando tras el desastre-hecatombe de marzo de 2011. Es ejemplo destacado del capitalismo neoliberal-atómico realmente existente. Un ejemplo reciente de esas “malas prácticas”.
El regulador nuclear de Japón, nada sospechoso de ningún radicalismo y tradicionalmente servil a los intereses de la industria atómica, ha criticado a la corporación nipona. ¿Por qué? “Por medir incorrectamente los niveles de radiación del agua subterránea contaminada en el lugar” [6]. Tres años después de las fusiones en el reactor en la planta, Tepco “no cuenta con una noción básica de las mediciones y el manejo de la radiación”. Son palabras del presidente de la Autoridad de Regulación Nuclear (ARN), Shunichi Tanaka. Tepco señaló que el agua subterránea obtenida de un pozo de vigilancia en julio de 2013 “contenía un récord de 5 millones de becquerelios/litro de la peligrosa sustancia radiactiva estroncio 90, más de cinco veces el total de lectura de radiación beta de 900.000 becquerelios/litro registrado en el pozo” (que está al lado del Pacífico, a unos 25 m del océano, de ahí las alarmas usamericanas). Había, señaló, un error de calibración en “una máquina que mide los niveles de estroncio del agua del pozo en la planta”. Hay más nudos: también halló un error en los dispositivos que descifran la radiación total beta. Aunque el error no supone un riesgo grave por el momento, señaló Tanaka, “algo como esto no puede ocurrir (...) Estos datos son los que se vuelven la base de varias decisiones, así que deben hacer todo lo posible para evitar errores en la medición de radiaciones". El límite legal para liberar estroncio 90 al mar –el estroncio tiene una vida media en torno a 29 años- es de 30 becquerelios/litro.
Algunas observaciones para situarnos que tomamos de nuestro libro de conversaciones sobre los efectos de la industria nuclear en el medio ambiente y en la salud humana [7].
Sobre el estroncio: “El estroncio 90, por ejemplo, que es uno de los elementos más importantes de la contaminación de Chernóbil, o el cesio 137, son radionúclidos que se incorporan al organismo. El primero actúa como el calcio y se incorpora a los huesos; el cesio 137 se incorpora a los músculos, como el potasio; el iodo radiactivo se incorpora al tiroides. Todos estos elementos consiguen incorporarse al cuerpo humano porque son equivalentes o iguales, como en el caso del iodo, a elementos no radiactivos que existen en la naturaleza y que son necesarios para la vida. El ininterrumpido aumento del uso industrial, militar, científico y médico de la energía atómica, de los radionúclidos y las ondas electromagnéticas de alta frecuencia, rayos X y gamma, está incrementando fuertemente, y de forma continua, el nivel de exposición que sufre la especie humana a las radiaciones ionizantes”.
En cuanto a los becquerelios: a unque la actividad radiactiva físicamente se expresa en unidades de desintegración por segundo, en becquerelios [8], “el efecto biológico no depende sólo del número de desintegraciones, lo que llamamos actividad, sino que depende también de la naturaleza de la desintegración. No es lo mismo una radiación gamma que, por no tener masa ni carga eléctrica, por ser muy energética, es muy penetrante, pudiendo atravesar grandes cantidades de materia como hacen los rayos X y en mayor extensión los gamma, y que, por tanto, es más peligrosa desde el exterior, que una radiación beta -que es un electrón negativo- o una radiación alfa, como la del uranio o la del plutonio, que es un núcleo de helio -dos protones y dos neutrones-, que tiene, pues, dos cargas positivas y una gran masa”.
La radiación alfa, aunque muy energética, es poco penetrante ciertamente. Ésta es una de las cuestiones que también se tergiversa. “Puedes parar una radiación alfa con una hoja de papel. Si aquí hubiera una fuente de uranio, pones un papel, media cuartilla del DIN A4 por ejemplo, y un contador no detectaría prácticamente nada. Acaso una débil radiación gamma secundaria. La cuartilla la ha parado, la partícula no la ha podido penetrar. Una radiación beta, sin duda, tiene más penetrabilidad pero no debe pasar de unos pocos milímetros, dependiendo de su energía”. En cambio, una radiación gamma tiene una penetrabilidad de metros. “Esta radiación, similar a una radiografía, es la que se usa en las fuentes de cobalto para mirar, por ejemplo, la textura interna de las vigas de acero, o en metalurgia para comprobar si están bien construidas las estructuras”. De este modo, concluye, “el efecto biológico va a variar enormemente según la naturaleza de esta radiación, no sólo por el número de desintegraciones.”

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