Por Jean Georges Almendras-Enviado Especial al Paraguay-20 de octubre de 2016
La ciudad de Curugutay vive su cotidianidad. Una ciudad de casi 53.000 habitantes, distante unos 250 kilómetros de Asunción. Una ciudad típica del Paraguay. Una ciudad de calles empedradas y de tierra colorada, y arboledas múltiples, que conforman una suerte de paisaje tropical, atractivo y casi turístico, aunque al turista es al que menos se lo ve. Una ciudad donde el calor agobia. Donde se entrecruzan medios de transporte de alta gama con caminantes y motociclistas a granel, serpenteando por calles y caminos rurales, sorprendentemente llevando hasta tres y cuatro pasajeros, como si tal cosa. Una ciudad donde abundan los puestos de venta de comestibles, de artículos del hogar, de ropas, y de frutas. Una ciudad donde abundan, por sobremanera, casas de cambio y bancos. Muchos bancos. Muchas financieras. Muchas oficinas de envíos y recepción de dinero al exterior. Una ciudad donde no faltan las plazas, las oficinas públicas, los centros de enseñanza, las dependencias policiales y los juzgados. Una ciudad donde tampoco faltan las radios. Una ciudad donde una gran iglesia y su parroquia ocupan la plaza central “34 Curuguateños”. Una ciudad en la que además, y todos los saben, se convive con narcos, allegados a ellos y trabajadores de ellos.
Y saliendo de Curuguaty, en los confines de la región circundante, rumbo a la frontera con el Brasil, en campos y terrenos, abundan los establecimientos ganaderos, las plantaciones sojeras y también los marihuanales, estratégicamente ubicados, para que la “autoridad” no los pille.
¿Es una ciudad o una región que vive del narcotráfico?. Si, lo es. Todos lo comentan y lo dicen. Es un secreto a voces. Es como una carga pesada para todos, que forma parte de un flagelo nacional, con tentáculos extendidos en diferentes direcciones. Una ciudad que forma parte de un anillo regional donde la economía tiene sus cimientos en el narcotráfico y en el contrabando, aunque se dice por ahí, que también en la ganadería y la soja ¿Será tan así?
En medio de ese Curuguaty del 2016, una mañana calurosa de octubre –el domingo 16- un grupo de personas levantamos un tinglado (casi artesanal, casi improvisado) para homenajear a dos mártires: Pablo Medina y Antonia Almada.
Un tinglado con carteles y pancartas reclamando justicia y ventilando a los cuatro vientos que los narcos y los políticos fueron los autores del doble crimen. Un tinglado incómodo, para los que lo miraban de afuera. Un tinglado ocupado por personas que pensamos de otra manera, en la tierra del narcotráfico y que remamos contra la corriente, como poseídos por valores de justicia y una ética extrañas.
Personas extrañas irrumpimos en la ciudad, con ideas movilizadoras. Ideas revolucionarias, que en definitiva son incómodas, son dañinas porque quiebran rutinas y hábitos. O mejor dicho, porque saca a relucir los males de una sociedad que transcurre día a día, en línea recta. Hombres y mujeres, y autoridades locales transcurriendo día a día, haciéndose los ñembotavy ( los desentendidos). Porque así conviene. Porque así es mejor. Porque así debe ser y porque así siempre fue.
Como fue, que al finalizar el homenaje en la plaza, todas esas personas extrañas (junto a los lugareños que osaron acompañarnos) continuamos mancillando la ciudad marchando por sus calles portando pancartas y clamando por justicia.
Una marcha que culminaría en la plaza denominada “Pablo Medina”, en el barrio Industrial de Curuguaty.
Una marcha bajo el sol. Una marcha iluminada por el sol. Una marcha atrevida, que era observada tras las puertas y las ventanas de las casas de las ocho cuadras que demandó el trayecto.
Una marcha con proclamas repudiando el narcotráfico y vítores a los mártires de una ciudad apagada por el mal. Una marcha que se detuvo unos instantes frente a una comisaría policial, para gritar aún más fuerte, como si los gritos mágicamente pudieran exorcizar las malas ondas de las fuerzas policiales, muchas de las cuales (aunque porque por cierto que hay excepciones) no dudan en arrodillarse a las mieles de la corrupción, con todas consecuencias habidas y por haber.
¿Acaso vivimos una marcha del sub realismo fantástico en un mediodía de calor insoportable?
No. En absoluto. Vivimos una marcha de un presente difícil. Una marcha muy reconfortante. Muy inspiradora. Muy necesaria. Una marcha con aires revolucionarios. Con vientos de lucha y con vientos de cambio. Porque urgen los cambios en Curuguaty, que parece una ciudad extraída de los textos de Gabriel García Márquez. Una ciudad perdida en el tiempo, pero repleta de cibernética y de modernidades. Saturada de vicios y de miedos. De dineros que circulan y de dineros que compran. De dineros que corrompen. De almas que se venden y de dioses que se adoran, como si fueran santos. Los santos de los marihuanales : los narcos. Los santos arropados en actos de muerte y en silencios cómplices, intimidando, muy sutilmente.
Llegamos a a una plaza pequeña. Muy arbolada. Un reducto que se asemeja a un santuario de la libertad, destinado a los amantes de la justicia. A los amantes de la verdad. Un espacio físico de la tierra colorada de Curuguaty, que gracias al voto de la mayoría de los concejales de la ciudad (con excepción de dos que votaron en contra) oportunamente fue cedido para honrar (hasta la eternidad) la memoria de nuestro amigo y hermano Pablo Medina.
¿Algún día las autoridades locales (y de la capital) tomarán conciencia de los daños causados? ¿Algún día se tomará conciencia de la ignominia en la que incurrió el poder político de Curuguaty al dejarlo solo antes y después del crimen?¿Algún día se tomará conciencia que una plaza adjudicada no es suficiente para homenajear al periodista mártir?
Ríos de hipocresía se vertieron antes del doble asesinato. Y hasta la impunidad parecía sonreír burlona sobre nuestras cabezas, mientras amigos y familiares de nuestro querido Pablo Medina fueron expresándose sobre su vida y su lucha, en una ronda humana que se armó espontanea, como broche de oro en ese su espacio. En su plaza.
¿Su plaza? Es solo un puñado de tierra ¿Un puñado de tierra nada más?. De ninguna manera. Es un símbolo. Es una tea de libertad encendida hasta el fin de los tiempos. Y hasta que los hombres tomen conciencia que los mártires, además de tener nombre y apellido, son el alma de la historia de la humanidad. Son seres que nos ayudan a crecer y a tener memoria. A tener memoria para no repetir la historia. A tener memoria para no dejarnos devorar por la indiferencia y la cobardía.
¿Una marcha? Fue la marcha de ellos: de Pablo y Antonia. Fueron ellos recorriendo triunfantes, por las mismas calles por las que transitan sus asesinos junto a sus esbirros. Fueron ellos recorriendo triunfantes, por las mismas calles por las que transitan los desentendidos y los encubridores.
Fueron ellos: Pablo y Medina los que estuvieron (y están) caminando por esas calles de una ciudad de gente dormida, que habrá que seguir despertando, con paciencia, perseverancia y convicción, para que esa impunidad que nos quema y nos indigna , nos obligue a recuperar fuerzas y seguir adelante, para borrarla de la faz de esa tierra entrañable y sufriente.
Es lo menos que podemos hacer, a como están las cosas.
*Foto de portada: Una secuencia de la marcha-Antimafia Dos Mil
*Foto 2: La marcha a las puertas de una seccional policial- ABC COlor
PABLO MEDINA
CURUGUATY QUE SIGUES DURMIENDO, ELLOS ESTAN CAMINANDO POR SUS CALLES
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