12periodismosilencioLos colegas del periodista Javier Valdez, gran cronista de la violencia en Sinaloa asesinado hace ahora un año, reviven los riesgos que enfrentan en uno de los Estados más peligrosos de México

ZORAYDA GALLEGOS

Culiacán 12 MAY 2018 - 16:45 CEST

En la calle iluminada por el incesante sol de mayo dos policías caminan de un lado a otro. Están a las afueras de las oficinas del semanario Ríodoce, ubicadas en la tercera planta de un edificio de fachada gris en una céntrica colonia de Culiacán, la capital de Sinaloa. Frente al inmueble, bajo la abundante sombra de unos árboles, hay una patrulla estacionada que lleva casi un año ahí. Desde que mataron al periodista Javier Valdez Cárdenas. Los cristales y el cofre del coche lucen cubiertos de polvo. En la acera de enfrente, los uniformados caminan agobiados intentando consumir las horas que parecen interminables por el calor.

Para entrar a las oficinas del semanario hay que subir unas escaleras y tocar un timbre. En la pequeña recepción una pantalla muestra las imágenes que captan las cámaras de vigilancia instaladas alrededor del edificio durante las 24 horas del día. A un lado del monitor hay un teléfono y un ejemplar de Ríodoce que se titula: “Querido Javier, ellos te mataron”. En la redacción uno de los reporteros realiza una llamada telefónica y otro de ellos revisa su correo en la computadora.

En esta redacción con la alegría consumida desde el 15 de mayo de 2017, los reporteros intentan realizar sus actividades con normalidad. Estos primeros días de mayo les han reforzado la seguridad. Tras la detención de uno de los supuestos homicidas del periodista, se instaló una patrulla más en la entrada del edificio y sumaron personal a la vigilancia. Pese al acecho policial, los integrantes de Ríodoce parecen recobrar el optimismo con los primeros avances en la investigación del crimen que ha presentado la Fiscalía.

Desde hace 15 años Ríodoce se ha caracterizado por ser un semanario con contenido crítico y portadas audaces. Ismael Bojórquez, director de la publicación, cuenta que en el último año han reflexionado qué se hizo mal o qué falló en la cobertura, pero siguen apostándole al mismo contenido. “La línea editorial es sustancialmente la misma, no hemos cambiado prácticamente nada. Los temas son los mismos, las portadas siguen teniendo el mismo sentido, no nos inhibimos, pero sí tenemos más cuidado a la hora de tomar una decisión editorial”, reafirma.

En la redacción que comanda siempre ha habido una batalla constante contra la autocensura, dice Bojórquez, pero han buscado tener claro hasta qué punto se puede ajustar una línea editorial para no caer en el silencio. “Si tú antes de pensar en el lector piensas en el narco o el criminal que va a leer la noticia, ya perdiste la batalla porque ellos ya se metieron a tu redacción”, acota. La portada de la última edición de abril, donde aparecen las fotos de los tres asesinos materiales de Valdez, fue complicada, dice Bojórquez. "No somos nosotros los que estamos diciendo que ellos lo mataron, fue la Fiscalía", reitera con severidad.

El objetivo de la publicación era señalar a los atacantes de Javier, dice Andrés Villarreal, jefe de información del semanario. "Creo que logramos un equilibrio: entre ser duros y sentimentales", añade. Villarreal, un hombre de temple sereno, ha tenido que coordinar a un convulsionado equipo de reporteros en el último año. Se han seguido tocando los temas de narcotráfico y se han intensificado los reportajes sobre corrupción, explica. "Pero mentiríamos si dijéramos que todo sigue igual. A la hora de revisar las piezas, ahora hay que tener más cuidado y ver qué posibles repercusiones pueden tener", expone.

Javier Valdez fue ejecutado de 12 disparos el pasado 15 de mayo en Culiacán. Según la Fiscalía tres hombres lo persiguieron desde que salió del semanario y le cerraron el paso metros más adelante para bajarlo del coche y dispararle en medio de la calle, a plena luz del día. El asesinato de Valdez, conocido internacionalmente por sus crónicas y reportajes donde contaba la violencia del narcotráfico que azota a Sinaloa, conmocionó al gremio periodístico en México. Los primeros avances en la investigación apuntan a que su homicidio tiene que ver con sus artículos publicados.

Una lucha contra el silencio

Ernesto Martínez Cervantes ha pasado los últimos 15 años de su vida dedicado a las coberturas policiales en Sinaloa, cuna del narcotráfico en México y bastión de una de las organizaciones criminales más peligrosas: el Cartel de Sinaloa. El Pepis, como le llaman, cuenta que tras la muerte de Valdez reforzaron la protección personal en las coberturas diarias. "Nos fijamos bien en no adjetivar ni recargarse a un solo lado", explica. Tampoco publica nombres de criminales ni grupos a los que pertenecen. "No damos nuestros números de teléfono, cambiamos de rutas todos los días y le prohibimos a nuestra familia dar información personal", agrega.

Martínez, que actualmente trabaja en la radio de mayor audiencia en Sinaloa: Línea Directa, fue raptado por hombres armados en una ocasión. El hecho no tuvo consecuencias porque a los minutos lo liberaron. "Nos tocó una etapa histórica que fue la narcoguerra. En ese inter nos acostumbramos a trabajar en medio de la violencia y tuvimos que autoprotegernos", cuenta. Tras vivir esa álgida etapa los periodistas pensaron que habían sobrevivido a lo peor, pero el homicidio de Valdez les dejó de enseñanza que siempre hay que estar alerta. "Cuando minimizamos el peligro de la pugna de Los Dámaso contra El Chapo, nos dimos cuenta que fue mucho peor porque nos mataron a un gran periodista", lamenta.

El sexenio de Enrique Peña Nieto pasará a la historia como el más violento para los periodistas. Los datos recabados sólo por la Fiscalía para la atención de delitos cometidos contra la Libertad de Expresión (Feadle) revelan que en lo que va de esta administración se han iniciado 729 expedientes por agresiones a periodistas y medios de comunicación. En el sexenio anterior de Felipe Calderón las indagatorias sumaron 344 en seis años. Este sexenio, que aún no termina, ha superado los hechos violentos.

La impunidad también ha prevalecido. Pese a que se han iniciado 729 investigaciones, sólo 96 casos han llegado ante un juez y sólo en dos expedientes se ha dictado sentencia, según datos de la Feadle. A la par de estas cifras, Artículo 19, una organización que defiende la libertad de expresión en el mundo, ha documentado el asesinato de 115 periodistas en México desde el año 2000. De estos, 42 se han registrado en el actual mandado de Peña Nieto. El estado con el mayor número de homicidios es Veracruz.

Miriam Ramírez tiene cuatro años y medio trabajando en el semanario Ríodoce. Sus coberturas van desde temas de finanzas públicas hasta reportajes de investigación sobre la corrupción en el Gobierno estatal. "Son funcionarios y rentan al Gobierno", se titula uno de los textos donde expone el conflicto de interés de los servidores públicos de la administración actual. A partir del crimen de su compañero y amigo, ha releído sus publicaciones. Los textos que ha escrito en el último año han implicado un proceso riguroso, donde cada línea está sustentada en un dato o un documento. "No podemos equivocarnos", sentencia.

La reportera ha pasado los últimos días realizando llamadas para terminar de cuadrar las actividades por el primer aniversario luctuoso de Javier, que reunirá a casi un centenar de periodistas de diversas partes del país en Culiacán. "Fue un año muy difícil, hubo momentos donde cualquier hecho violento ajeno a mí: una balacera o un asesinato, me afectaba demasiado", cuenta. Hubo que cambiar rutinas y combinar el periodismo con el activismo. "Estoy convencida que Sinaloa requiere que hagamos investigaciones para dar a conocer la situación que se vive. Es riesgoso, pero hay una convicción por hacer esto", afirma.

Hubo un cambio notable en el quehacer periodístico en Sinaloa, sentencia Alejandro Sicairos, un periodista veterano y líder de la organización de reporteros locales 7 de junio. "Sí hubo un amedrentamiento generalizado y un (alto) nivel de intimidación". El tema de la delincuencia organizada casi ha desaparecido de las portadas, excepto las noticias que provienen de agencias o notas elementales como la extradición de El Chapo Guzmán. "Se instaló en el gremio un sentimiento de pérdida, de impotencia, confusión y desamparo porque no sabemos en qué terreno estamos plantados. Sentimos que el narco, la corrupción y la política significan un riesgo", explica.

El narcotráfico se ha vuelto para el periodismo un tema que atrae y genera audiencia, pero también es una trampa. En Estados como Sinaloa, donde existe una relación del narco con la política, la autocensura se vuelve una cuestión de sobrevivencia, donde dejar de publicar no tiene nada que ver con el miedo o la cobardía, expone. "Es sobrevivencia porque tienes que saber en qué contexto estás haciendo periodismo y hasta que nivel tienes las libertades o las garantías para hacerlo", sostiene este hombre que también fue uno de los fundadores de Ríodoce.

Para Griselda Triana, viuda de Valdez, la mejor decisión que pudo haber tomado Ríodoce es seguir haciendo periodismo. Con sus publicaciones las personas que mandaron callar a Javier se han dado cuenta que perdieron la batalla para silenciarlo. “Es difícil cambiar la línea editorial cuando estás en la cuna del narcotráfico y cuando la violencia organizada impone las reglas de una forma de vida que nosotros no queremos ni buscamos”, asegura. La misión de su esposo, dice, era escribir, y la mejor forma de honrarlo es que el periodismo independiente y crítico siga vigente hasta en las regiones más complicadas del país.

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