PALERMO, 18 DE JULIO DE 2005.PALAZZO STERI, PIAZZA MARINA.
Quiero comenzar con un saludo a todos los participantes de este evento, en especial a Giorgio Bongiovanni, amico del cuore, a Manfredi y a Agnese Borsellino, a los invitados especiales, Giuseppe Lumia, Juan alberto Rambaldo, Guido Lo Forte, Luca Tescaroli, Antonio Ingroia, Giuseppe Lo Bianco.
A todas las autoridades presentes, al representante de la Universidad de Palermo, de la Facultad de Letras y Filosofía, a la familia Falcone, y a todos aquellos a los que nos mueve el amor a la Justicia.
También quiero hacerles presente el saludo de la Suprema Corte de Justicia del Uruguay en la persona de su Presidente, el Doctor Daniel Gutiérrez.
Para comenzar, quiero citar lo que nuestro libro Sagrado dice:
“Y El le dijo: ¿qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra.” (Génesis, capítulo 4 versículo 10).
Los recordamos con profunda emoción ya que ambos son mártires en la lucha contra la opresión de los pueblos y en especial en la lucha contra las organizaciones mafiosas.
Recordamos esa frase célebre la cual decía: “la historia es la historia del crimen”. Ya cuando citábamos el libro del génesis, al comienzo de la Escritura Sagrada, recordamos cómo la mano del hermano se levanta contra la vida del hermano y así continuó aconteciendo en la historia.
Porque no podemos olvidar que el Hijo del Hombre fue un hombre torturado, muerto en la cruz en casi completa soledad, abandonado por todos, vilipendiado por todos, renegado por todos.
Y más adelante, resuenan las palabras de Calpurnia, cuando le dice a Julio César, antes de ir al senado: “César, acuérdate de los idus de Marzo”. Cuando el César se sienta en la sala magna del senado, los conspiradores se apretujan contra él, lo rodean por todas partes, él se envuelve en su toga, recubriendo todo su ser, quizás para morir decorosamente, y así fue que lo apuñalaron veintitrés veces.
Llegamos entonces a recordar que ésta ha sido la historia del hombre.
Es por esto que hoy con profundo recogimiento y admiración nos encontramos reunidos para honrar la memoria de quienes siempre están presentes; de aquellos que no pasan por la vida en forma gris y silenciosa.
Sí, son ellos los inmortales, los que trascienden la historia y los tiempos, los que nos guían y aún nos aconsejan. Su honor, su bonomía, su amor por la humanidad, por sus hijos, como recuerda Manfredi Borsellino, ha sido de una magnitud enorme y llega a entrelazarse por el amor supremo de equidad y de justicia entre los hombres.
Nosotros desde el Uruguay, pequeño país al sur de América, vecino a Brasil y Argentina, sobre el Río de la Plata, vivimos con horror y con angustia los hechos acontecidos en Palermo en el año 92. Fuimos simples espectadores de acontecimientos quizás lejanos pero que trascendían el ser íntimo de lo humano y atentaban directamente contra los valores fundamentales del Estado democrático y de justicia.
El hombre ha querido dominar mediante el miedo, generación tras generación, pero es indudable que una vez que se dice basta y se hecha a andar, el paso de los pueblos se vuelve irreductible. Cuando el hombre ama la verdad, siempre ha de llegar a ella, y éstos enormes sacrificios son la semilla duradera que germina en todos nuestros corazones y nos hacen cada día más nobles, más fuertes, y quizás y sin quizás, irreductibles. Es que no podemos pensar que pueda existir un juez que tenga miedo. Cuando se abraza el amor a la justicia, podremos ser muy corteses, pero también implacables, como lo es el buen acero.
Es indudable que la unión de todos los hombres de buena fe en estos eventos y en el día a día, hace que seamos cada día más fuertes. Como dijimos cuando celebramos junto a Giorgio Bongiovani, los amigos Erica y George Almendras, el Jefe de Policía de Montevideo, Ricardo Bernal y todos aquellos que participamos en el evento, nos sentimos traspasados por un profundo sentimiento de conmoción, tristeza y también de alegría. Tristeza por la barbarie, ausencia de dignidad, la sorpresa y la bajeza que atentan contra el ser humano. Alegría, porque creemos que desde este lado oscuro del ser humano, surge la luz, esa luz que hace que nosotros nos revelemos y nos reencontremos codo a codo en una lucha contra la injusticia, contra el atropello, contra la infamia.
Siempre me impresionó lo que cuenta Agnese Borsellino, cuando Paolo, dos días antes de su muerte, dice: “la mafia non m’ammazza. Cosa Nostra no. Lo fará se altri lo chiederanno”. Estas palabras me recuerdan a la lucha de Ghandi por la independencia de su pueblo del imperio Inglés cuando se ofrecían en holocausto uno tras otro, en aquella famosa marcha de la sal, y munidos solamente con la verdad, caían heridos ante el embate del agresor.
Qué cosa más importante que la convicción, que la unidad, que sentirse portador de la verdad, unidos por el espíritu, sin otra arma que la lucha por los valores superiores, predicando la paz, que en la unidad los convierte en verdaderos triunfadores. Y es ahora que recuerdo también como el Mahatma fue otra víctima de la intolerancia y del poder; una más en la historia de la humanidad, pero indudablemente un guía permanente para todos los hombres.
Nuestro país, la República Oriental del Uruguay, nació como Estado en el año 1830. Abarca aproximadamente 190.000 quilómetros cuadrados. El país más pequeño de Sudamérica ,tiene al sur, el océano Atlántico, limita al oeste con la Argentina por el Río de la Plata y al este con el Brasil. Integramos la cruda realidad de América Latina, donde la pobreza, la marginalidad de grandes sectores sociales, el analfabetismo, entre otros, nos flagelan día a día.
En el caso concreto del Uruguay, nuestra población se compone de sangre española e italiana, en su mayoría y de otros pueblos europeos. La población indígena fue prácticamente exterminada por los españoles a mediados del siglo XIX. Es así que, de acuerdo a la evolución de nuestras instituciones políticas, se nos llegó a llamar la Suiza de América. Tuvimos, antes que nadie, la primera ley de divorcio en el año 1907. La equiparación de los derechos civiles de la mujer, en el año 1946. La separación de la Iglesia del Estado en el año 1917. Es un país laico, en el cual se respetan todas las creencias religiosas, en el cual conviven en tolerancia, todos los credos e ideologías. Nos sentimos orgullosos de pertenecer a este pequeño país, que como se describe geográficamente, es una penillanura, cuya mayor altura es de quinientos y pocos metros. Nuestra producción, ha sido históricamente, la que proviene de los ganados ovinos y bovinos, de sus cueros y de sus carnes. Y tenemos como prócer a un gran derrotado, José Gervasio Artigas, que murió en el ostracismo en el año 1850. De él, aprendimos que todos los hombres sean iguales ante la ley, que no venderemos el rico patrimonio al bajo precio de la necesidad, y que seremos tan ilustrados como valientes. Este gran General y humanista, proclamó, cuando es vencedor de los españoles, su famosa frase, de clemencia para los vencidos, ya en el año 1811.
No provenimos de la nada. Tenemos un profundo amor a la justicia, a las instituciones democráticas, a la igualdad, a la libertad, a la fraternidad de todos los hombres, inspirados en aquellas máximas de la Revolución Francesa. Nuestros hermanos latinoamericanos nos hablaban de que éramos europeizantes.
También tuvimos la primer ley de 8 horas en los albores del siglo XX, el derecho de sindicalización de los obreros, y en definitiva, el respeto y la tolerancia por todos los integrantes de la sociedad bajo el principio de la solidaridad social.
Pero poco a poco nos vimos inmersos en la cruda realidad latinoamericana. Sufrimos el quebrantamiento de las instituciones democráticas, fuimos perseguidos por pensar, y supimos lo que era el totalitarismo y la falta de garantías. Instaurado el régimen democrático en 1985, después de doce años de gobierno militar, comenzamos a recuperar nuestros valores, pero ya inmersos en la nueva realidad. Aumentó la pobreza, la marginalidad y la falta de los elementos esenciales que toda sociedad debe tener para garantizar una vida digna.
Hoy por hoy, el año 2002, nos marcó a fuego. Existió un gran fraude bancario en los dos bancos nacionales más grandes del país. Uno, producido por el grupo Rhom en el Banco Comercial y otros producido por el grupo Peirano en el Banco de Montevideo. En este segundo nos tocó actuar en calidad de Juez y procesamos a todo el Directorio del Banco de Monevideo, al presidente del Banco Velox Argentina, a los gerentes más conspicuos de ese grupo; y sobre todo al pater familia que dirigía dicho grupo, el señor Jorge Peirano Facio, quien fuera catedrático de Derecho Civil de la Universidad de la República, ministro de Industria y Energía y ministro de Relaciones Exteriores de anteriores gobiernos del país.
Como me comprenden las generales de la ley al ser el magistrado de la causa, poca cosa puedo decir para no prejuzgar. Sí que el daño al Estado causado por el grupo Peirano se calcula entre 350 y 400 millones de dólares, que es aproximadamente la sexta parte de lo que produce el país. El pánico generado por ese fraude, que implicó la quiebra simultánea de cuatro bancos, desató una fuga de capitales con corridas bancarias en todas las instituciones financieras públicas y privadas, dejando al país únicamente con un cuarto de sus depósitos en el sistema financiero. Quiero aclarar que en realidad el fraude se cometió en Chile, Brasil, Paraguay y Uruguay, el conjunto de países donde operaba el grupo Peirano, calculándose el monto global del fraude en más de 700 millones de dólares. La operativa, de acuerdo a lo que se pudo determinar, constaba de un aparato financiero ubicado en el Banco Alemán de Paraguay, Banco Velox de Argentina, Banco Montevideo-Banco de Crédito en Uruguay y entidades financieras colaterales por las cuales se tomaban los depósitos de los ciudadanos y se transferían al Trade and Comercial Bank (TCB) de Islas Caimán. Allí existía una cuenta negra llamada “5000” en la cual el grupo se hacía de los dineros para acrecentar su patrimonio en cadenas de supermercados como Disco Ahold en Argentina, Supermercados Santa Isabel en Chile, casas cambiarias, posesiones de tierras, empresas de transporte, y la más variada gama de empresas comerciales e industriales imaginables.
Nos tocó actuar de acuerdo a nuestra convicción y no hemos hecho más que cualquier otro magistrado hubiera realizado. Munidos de una profunda fe en la justicia y en el sentido de la igualdad de todos los hombres ante la ley.
También tenemos que decir que nuestra profesión de magistrado, nos ha hecho ver a nuestro país en forma distinta. Habiendo recorrido los más variados rincones del país, hemos podido aquilatar sus distintas y peculiares realidades. Hemos sido amenazados, según nos ha informado la inteligencia del Estado y nos han propuesto custodias, a lo que contestamos que no aceptábamos tal, que el día que nos tuviéramos que irnos, nos iríamos tranquilos con nuestra conciencia y en paz de espíritu. Nada es más grato para un magistrado que tener la sensación del deber cumplido. Somos servidores públicos y al pueblo nos debemos. No hay otra manera de afianzar las instituciones democráticas que tener una justicia independiente y proba. Es por esto que siento cómo nos duele la injusticia, cómo nos vulnera, cómo nos rebela, porque en el pequeño mundo en que convivimos, sólo es posible la igualdad y la equidad entre los hombres, cuando el bien superior Justicia, se hace realidad.
Cómo no entender a Giovanni y a Paolo, cuando ofrendaron toda su existencia en pro de los valores más sagrados del ser humano. Cómo no comprender su dolor y el de sus familiares ante la impunidad orquestada desde el propio aparato del Estado que atenta contra lo más sagrado de los seres humanos que son sus derechos, que se resumen en la igualdad entre todos los hombres. ¿Acaso existe el bienestar en la sociedad sin un Estado con organizaciones prontas para luchar contra la iniquidad, la inmoralidad, de algunos seres humanos que han cambiado su alma por adorar el vellocino de oro?
Siempre recuerdo el poema de aquel mártir de la revolución española, entre otros, Miguel Hernández, que en su poema “Elegía”, nos habla de cómo se ha ido su amigo, Ramón Sijé, y dice: “Tanto dolor se agrupa en mi costado, que por doler me duele hasta el aliento” /.../. Sí, me duele hasta el aliento, la injusticia, el atropello, todo lo que nos sucede.
El mundo es uno solo, los hombres, uno solo. Cuando nos arrebatan un ser como Paolo Borsellini o como Giovanni Falcone, recuerdo la parte de ese poema que dice: “Un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado”. Todas las almas lloran su partida de estos seres que son, hoy más que nunca, estrellas flamígeras en el universo. Pero pienso siempre que existirá el día en que nos reencontremos con esa sensación de labor cumplida y les digo, como dice el poeta, “a las aladas almas de las rosas, del almendro de nata te requiero, que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero.”
Pablo Eguren Casal.-
