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carvalho gleydsonbrasil200 Por Jean Georges Almendras. Agosto 7 de 2015

La historia se vuelve a repetir. Como un terremoto sucediéndose en cadena. En el correr de una semana las bajas en el periodismo sudamericano se han hecho sentir. Primero fue el reportero gráfico Rubén Espinosa. La muerte lo sorprendió en circunstancias horribles, en un apartamento de la ciudad de México, en el barrio Narvarte, el día 31 de julio. Junto a él corrieron igual suerte, la empleada doméstica de la casa, Alejandra Negrete, de 40 años; la joven activista mexicana  Nadia Vera, de 32  años; una amiga suya, Yesenia Quiroz, de 18 años y una mujer colombiana identificada como Mile Virginia Martín, de 31 años. Cinco días después, el jueves 6 de agosto de 2015, en una ciudad del nordeste del Brasil, en el Estado de Ceará, es asesinado  a balazos, cuando estaba transmitiendo su programa de radio, en los estudios de Radio Liberdade FM,  el periodista y locutor, Gleydson Carvalho.

Conocida la tragedia, de la cual son autores dos hombres que irrumpieron en el estudio disparándole con armas de fuego en tres oportunidades, cuando Carvalho estaba saliendo al aire, los medios locales se hicieron eco de la noticia y muy pronto la conmoción ganó las calles de la ciudad y de la región. Y mientras todavía se estaban hilvanando los hechos, y aún las autoridades policiales trabajaban en la escena del crimen, pobladores y colegas  comenzaron a decir sin restricciones ni tapujos que los criminales habían silenciado “a una de las voces más importantes de la región de una manera trágica e innecesaria”. Y hasta el mismo ayuntamiento de la ciudad de Camocín , en un comunicado expreso a través del sitio web, se hizo eco y reafirmó este sentimiento.

Según lo aportado por la agencia EFE, a propósito del hecho, el locutor y periodista Carvalho era ampliamente conocido en la zona por ser el conductor –y el alma mater- de un programa en el que denunciaba prácticas corruptas de diversos políticos, de ahí que ya había recibido amenazas en su perfil de facebook.

Mientras redactamos estas líneas nos hallamos ubicados a bastante a distancia del punto exacto donde la vida de este comunicador fue zegada cobardemente. Pero de todas maneras, nos imaginamos el impacto que causó este ataque a todos quienes se encontraban en los estudios de la radio y en la emisora misma en ese instante. Nos imaginamos a los oyentes escuchándolo y advirtiendo que a las palabras del periodista sorpresivamente siguieron disparos de armas de fuego. Nos imaginamos  a los asesinos apretando los gatillos de sus armas tras apuntar certeramente sobre el cuerpo de nuestro colega. Nos imaginamos a los asesinos, tras el fogonazo de los disparos, dejando prácticamente petrificados a todos los presentes. Y nos imaginamos la forma en que Gleydson Carvalho caía sobre la mesa de trabajo teñido en sangre y agonizante. Y nos imaginamos a los asesinos retirándose del lugar con la misma impunidad con la que ingresaron al estudio y con la misma sangre fría con la que sacaron a relucir sus armas para concretar su mortal  ataque. Nos imaginamos todo esto y nos da rabia. Mucha rabia. Pero al mismo tiempo nos da mucha fuerza para escribir y para denunciar todas estas acciones propias de la corrupción y del deterioro, de quienes sentados en las sillas del sistema político, saboreando corruptelas, fraudes y mala gestión de fondos, no hacen otra cosa que empañar una convivencia y la paz, y la democracia, de la que tanto hablan y pregonan cuando viven las horas de las campañas políticas o de las promesas electorales.

Fueron dos asesinos pagados y enviados a matar, por alguien. Por una persona con nombre y apellido. No se trató de una muerte circunstancial. Se trató de una acción criminal con autores ideológicos muy definidos, que apelaron al uso de los asesinos a sueldo de turno, o de los alcahuetes de turno. Fue una muerte planificada. Fue una muerte propia del terrorismo impuesto por los corruptos y los criminales que dominan las comunidades a punta de armas de fuego, amenazas, amedrentamientos y discursos bonitos, bien populares y bien democráticos, para disimular sus prácticas criminales.
Ese día, jueves 6 de agosto de 2015, el periodista brasileño Gleydson Carvalho, uno de los nuestros, caía bajo las balas asesinas de las alimañas de siempre. Y aunque lo llevaron urgentemente y desangrándose al hospital  Murilo Aguiar, su corazón dejó de latir y la nómina de mártires de la información sumó un mártir más, para homenajear eternamente.
No por casualidad, en la información de la Agencia EFE a propósito de la muerte de Carvalho se consigna que ya el pasado mes de mayo, después del asesinato de dos periodistas en menos de una semana, la Asociación Nacional de Diarios, ya había denunciado el “clima de impunidad” que se da en relación a los homicidios de los profesionales de la información en territorio brasileño, lo que, según la patronal contribuye a que “se repitan las violaciones a la libertad de expresión”,
Y la violación a  esa libertad de expresión se repitió en los estudios de radio Liberdade FM, a la vista de todos, y a micrófono abierto. Como si el crimen debiera ser difundido a toda la audiencia, para que sirviera de “lección” y para la comunidad sepa muy bien  de que con los intereses mafiosos no hay que meterse, ni mucho menos denunciarlos.  

“¡Basta ¡Basta! En un mundo destrozado por las guerras, por la corrupción, por las mafias, en el que las criminalidades organizadas mundiales son cada vez más aguerridas, son los testigos los que molestan cada vez más….Las señales son claras. El crimen organizado a nivel mundial no quiere ser molestado por los periodistas y cronistas que actúan para sensibilizar a la población para que luche en contra de la criminalidad” fueron las palabras medulares a las que apeló nuestro colega y director de Antimafia Duemila Giorgio Bongiovanni, aludiendo al crimen de Gleydson Carvalho, en un artículo reciente.
Palabras que resumen, muy certeramente, el actual panorama en el que vivimos, en cuanto a la tarea de informar independientemente, sin los condicionamientos de la prensa que opta por servir servil y complacientemente al poder corrupto de turno, al  poder político de turno y al poder mafioso de turno. Porque lamentablemente no todos los profesionales de la información de nuestra AméricaLatina  “aún de venas abiertas”, y  de Europa misma, no siguieron ni siguen los caminos de coraje, coherencia y de libertad por los que transitaron hombres como los paraguayos Santiago Leguizamón y Pablo Medina; el fotógrafo argentino José Luis Cabezas; el escritor y periodista italiano (palestino) Vittorio Arrigoni, activista por la causa palestina; y obviamente, el mexicano Rubén Espinosa, por nombrar solo a algunos de los que perdieron sus vidas engrosando la lista del martirologio de la prensa mundial.

El ciudadano común es un luchador en potencia. Su conciencia debe estar despierta y abierta a la reflexión y primordialmente al pensamiento libre. El periodista en cambio, debe ser un protagonista de la sociedad, un protagonista de la libertad de conciencia, un protagonista de la búsqueda de la verdad. En definitiva un luchador. Un revolucionario. De hecho, un hombre incómodo para algunos sectores de la sociedad, y para algunos intereses.
Gleydson Carvalho incomodó. Y mucho. Su muerte y la saña con la que se llevó a cabo lo demuestran. Ahora nos toca a nosotros seguir con su trabajoy decirle a sus asesinos,  y a los ideólogos, que las denuncias de nuestro colega no se silenciaron

*Foto de portada EFE Río De Janeiro

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