Por Margherita Furlan – 1º de julio del 2017
Roma, 30 de junio de 2017. El programa de trabajo para hoy incluye las noticias de pandoratv.it y la entrevista sobre Donbass, el este de Ucrania todavía bajo bombardeo. Antes de salir preparo, como de costumbre, algunas preguntas de tipo político, aunque tengo la sensación de que entrevistar a Anna Tuv y Viktoriya Shylova puede constituir una experiencia de tipo indeleble.
Anna tenía 31 años cuando sobre su casa cayó una bomba de 152 mm. Unos minutos antes un avión no tripulado (dron) de Ucrania había sobrevolado la casa. Los niños jugaban en el jardín. Era la tarde del 26 de mayo del 2015. La vida de su hija Katya se detuvo a los 11 años, en medio de los gritos de su hermano Zakhar, que a los tres años también ha perdido a su padre, Yura. Junto a Anna, protegida por su marido que muriendo se arrojó sobre ella, se quedó Milana, venida al mundo dos semanas antes, junto con los traumas de Zakhar, marcado en el cuerpo y en la mente. El cuerpo de Yura ya no estaba allí: sólo trozos de carne, los brazos de un lado, las piernas del otro, los órganos internos destruidos. El brazo derecho de Anna se encontró en la calle. Ahora lleva una prótesis, que fue construida para ella en Italia. Zackar ya no es capaz de hablar o de olvidar, vive en la muerte.
La cita es en el Hotel Quirinale. Sin siquiera una introducción Anna y Viktoria, junto con Marinella Mondaini que oficia de traductora, ponen sobre la mesa, una tras otra, las fotos de los niños, todos muertos. Tienen urgencia por contar, por gritarle al mundo la verdad que los medios de comunicación ocultan. Según la revista alemana Frankfurter Allegemeine Zeitung, en Donbass han muerto alrededor de 50 mil personas. Sólo en Donetsk, en la Avenida de los Ángeles, han sido enterrados 63 niños. Decenas de miles de viviendas fueron destruidas, una catástrofe humanitaria, un genocidio entre hermanos. Las acciones criminales de los batallones ucranianos Azov, Tornado y Aidar, inspirados en el nazismo hitleriano, han sido documentadas por Amnesty International y por Human Rights Watch.
Pero no fueron escuchadas. Sobre la población cayeron bombas de racimo, prohibidas por la Convención de Ginebra. El 20% de la infraestructura edilicia fue destruida: entre ellos, incluso hospitales. Los niños van a la escuela en lugares subterráneos. A partir del 2014 Viktoriya es la presidenta del movimiento contra la Guerra de Ucrania 'AntiVoyna'. Es de Kiev. A su regreso, no se puede predecir lo que le espera. El régimen de Poroshenko quiere unirse a la OTAN, pero la población está cansada, busca la paz. Las preguntas no sirven más. Viktoriya es un río desbordado. A causa de las bombas que siguen cayendo sobre la población, más los disparos que a diario atraviesan las calles, alrededor de 300 niños ya no se encuentran más. El objetivo de Kiev es 'liberar' el Donbass, la tierra que hoy valientemente los locales llaman Novorossija por los que siempre la habitaron y ya no son hermanos, ni seres dignos de la vida, "innecesarios" para los altos mandos del ejército ucraniano.
"Miren a los ojos de los niños y piensen en el terrible crimen cometido por nuestro gobierno, privando a estos chicos de un techo sobre sus cabezas, y a muchos de sus padres también". Con estas palabras Viktoriya mira a la cámara expresando su ira porque el horror de esta guerra ha superado toda ferocidad. De las bestias llamadas hombres, que han violado a niños de un año de vida. Que han bombardeado hogares con niños en la mira. Viktoriya muestra los dibujos de niños supervivientes: en algunos, emblemáticos, las bombas tienen la bandera de Ucrania, mientras que las casas tienen los colores de Rusia. Los niños saben lo que Europa no quiere ver. Danil, que asiste a la Escuela 65 Triumf di Gorlovka, escribe: "Cuando caían las bombas mis padres me escondían en el baño. Todo el tiempo le hacía la misma pregunta a mi madre: pero si somos ciudadanos de Ucrania ¿por qué nuestro ejército nos dispara? Mi madre aún no ha respondido a esa pregunta".
Polina, su compañera, continúa: "yo vivía, y no pensaba en nada. Me sentía desafortunada por el primer amor no correspondido, por discutir con los amigos, por los padres que no me entendían, por problemas en la escuela. Pensaba que todos los infortunios habían recaído sobre mí. Y también pensaba ¿por qué me pasa esto a mí? ¿Por qué no estoy bien? En medio de todos mis problemas no me daba cuenta de lo que estaba sucediendo a mi alrededor. Y de repente llegó la guerra. Llegó a mi ciudad y me obligó a ver el mundo con otros ojos. Horrible palabra, la 'guerra'. Creo que si fuese una persona sería una mujer muy cruel, que no siente lástima por nadie. Ni por los niños, ni por los ancianos, ni por ningún ser humano. Entonces tuve mi primera lección de la vida, me encontré con la verdadera desgracia, cuando las personas mueren, los niños pequeños no conocen la paz, y a todo lo demás le falta tanto sentido que le inventamos uno".
Yo, mujer europea, nunca había visto imágenes similares, nunca había oído tales horrores, nunca había sentido tantos escalofríos correr a través de mí. No había nada que preguntar, sólo podía quedarme quieta, como un reportero que está grabando la verdad, una verdad desconocida. Un hombre que escuchaba el relato, lloraba. Era casi imposible no hacerlo. Santiago, el operador que estaba conmigo, registró todo. Vamos a hacer un vídeo reportaje la próxima semana. Hoy no, porque aquí en Roma, es feriado. Ni siquiera sé cuáles imágenes voy a elegir primero, mientras estas mujeres, más jóvenes que yo, recorren Europa, con la espalda recta y con el corazón roto, mostrando las fotos, narrando sus trágicas vidas, para gritar la verdad que es pisoteada, o peor, ridiculizada.
Hoy en Roma no hace calor. Las gotas de lluvia han refrescado el aire contaminados de mentiras que matan, por ahora, sólo nuestras mentes.