Por Giorgio Bongiovanni - 24 de Abril de 2015
Durante décadas el mundo occidental, Europa y los Estados Unidos, al igual que sanguijuelas han usurpado literalmente las tierras del así llamado “Tercer Mundo”, especialmente de África. Durante décadas hemos extraído enormes cantidades de materias primas para nuestras multinacionales y para nuestro bienestar, en perjuicio del suyo. Hemos exportado tanques de guerra y kalashnikov, abasteciendo a las tribus autóctonas y alimentando las guerras civiles y las rivalidades seculares que ensangrientan sus países, pero que llenan los bolsillos de nuestros productores de armas. En su casa hemos instaurado verdaderas dictaduras con elecciones ficticias (gracias a la dirección, especialmente, de los Estados Unidos y de Inglaterra) e infiltrado nuestros Servicios Secretos para controlar a las masas populares.
Si pensamos en la dictadura de Mobutu Sese Seko en el Congo, quien llegó al poder apoyado y sostenido sobre todo por Bélgica y Estados Unidos, en Omar Hassan Ahmad al-Bashir, Presidente de Sudán, un país ensangrentado por una guerra civil que duró casi veinte años, Robert Mugabe (Zimbabwe), Sani Abacha (en Nigeria), André Kolingba (en la República Centroafricana), o en la dictadura Moi (en Kenia).
El cobre, los diamantes, el oro, el petróleo, que les hemos quitado a esos países los habrían convertido en los más ricos del mundo y, si las cosas hubieran sido diferentes, hoy sus habitantes no vendrían a nuestras costas en busca de una vida digna, porque gozarían del mismo bienestar de los países occidentales, o hasta incluso mayor.
De la política de masacres y abusos que hemos aplicado, al “éxodo bíblico” de las barcazas de inmigrantes con las que hoy tenemos que lidiar, el paso es breve.
Y ¿qué hacen los países occidentales “civilizados”? Los tiran al mar o ponen en escena un sistema de acogida escaso e inadecuado. Mientras que Italia podría hacer mucho si decidiera recuperar al menos esos 150.000 millones de euros que ganan las mafias y los más de 100.000 que van a parar a la corrupción, que cada año se le quita del bolsillo a todos los italianos (por no hablar de la reducción de la inversión militar). De esta forma Italia podría, no solo recibir a los inmigrantes, sino también darles una salida laboral, ya que representan una fuerza productiva que para nosotros es extraordinaria. Basta con pensar en las grandes industrias textiles, o automovilísticas, del Norte, donde la gran mayoría de la mano de obra es la suya.
En cambio ¿por qué no ocurre todo esto? ¿Por qué se habla de tirar al mar a los nuevos seres humanos que escapan de sus tierras, que nosotros hemos arruinado? Y ¿se sigue alimentando un tráfico, el de seres humanos, que gana más de 600 millones de euros? La verdad es que somos un país mafioso y profundamente basado en la corrupción, que por su idiosincrasia que no quiere llegar a la legalidad, ni a la Democracia. Porque continuar con una política altamente racista es mucho más cómodo que arriesgar nuestro estilo de vida. Que, en realidad, ya ha comenzado a tambalearse.
Es por ello que somos nosotros los culpables del naufragio de los inmigrantes en el Canal de Sicilia. Somos nosotros quienes los hemos obligado a embarcarse hacia la nada. Y mientras cientos de ellos llegan a nuestras costas los demás países europeos, en lugar de aplicar una política de solidaridad y cooperación, se atrincheran detrás de sus falsas democracias progresistas. Por más que tengan los medios económicos, y no cuentan con un sistema corrupto y corruptor como el de Italia, miran para el otro lado en nombre de una ideología profundamente racista y nacionalista.
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