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lapidas200Las lápidas no dicen todo
Por Saverio Lodato – 31 de Agosto de 2015
¿Carlo Alberto Dalla Chiesa? ¿Quién era? ¿Por qué fue asesinado? ¿Qué representó realmente su sacrificio? ¿Valió la pena? ¿Quién ordenó su muerte? ¿Los italianos atesoraron su enseñanza? Las lápidas se deterioran. Y no pueden decir mucho más.
 Las lápidas, por su naturaleza, son avaras en palabras y de atmósferas, lacónicas, son casi reticentes a dar apenas con un nombre o una fecha.
El tiempo pasa.

Sicilia e Italia están demasiado lejos de lo que eran en aquel tiempo.
Y hace algunos días Rita, una de los tres hijos de Dalla Chiesa, se quejó a través de Facebook del hecho que la lápida que recuerda el sacrificio de su padre se encontraba en un estado de abandono total. Inmediatamente el Alcalde de la ciudad, Leoluca Orlando, la hizo limpiar y arreglar, dándole una apariencia más decorosa a un lugar de paso obligado en el centro de Palermo pero que, éste es el punto, nunca llegó a convertirse en lugar de recogimiento y de memoria.
En Palermo de Carlo Alberto Dalla Chiesa lo que queda es apenas un pálido recuerdo.
Los jóvenes no conocen su historia, no saben que con ese atentado perpetrado en calle Carini se alcanzó por primera vez el pico máximo de una escalada de violencia criminal que en los años siguientes tuvo innumerables réplicas; creen, principalmente, que el verdadero inicio de la lucha en contra de la mafia hay que situarlo diez años más tarde, con los sacrificios de los jueces Falcone y Borsellino con los respectivos atentados que causaron su muerte. De lo contrario no se podría comprender por qué los aniversarios de la emboscada en la que el 3 de Septiembre de 1982 le costó la vida al “carabiniere” Dalla Chiesa y a su joven mujer, Emanuela Setti Carraro (asistente de la cruz roja), sigan siendo tristes, con poca participación de la sociedad, poco apetecibles para los medios de comunicación masiva que a esta altura, 33 años más tarde, tiene otras cosas en qué pensar.
Sin embargo algo especialmente siniestro nos une a los atentados de calle Carini y al de Capaci, y es el hecho de que en ambos casos el fuego se abrió incluso contra las mujeres de un carabiniere y de un magistrado, sin tener en cuenta el viejo precepto mafioso que imponía el hecho de no involucrar a mujeres y niños en los ajustes de cuentas: de hecho el binomio Dalla Chiesa - Setti Carraro ocurrió exactamente diez años antes que el binomio Falcone - Morvillo binomio, este último, que permanece no obstante  los pobres restos de ambos hayan sido separados de cementerio, una decisión dictada del deseo irrefrenable de “la imagen que dar al mundo” de María, una de las hermanas del Juez Falcone.
Si bien, después de estos acontecimientos, una montaña de cadáveres, igualmente “ilustres”, de alto nivel, puso de rodillas a toda Sicilia, esa modalidad de ejecución no volvió a repetirse, nunca más.  
¿Acaso fue una casualidad? ¿Acaso dependió de las coincidencias de la historia? ¿Dalla Chiesa no podía haber sido asesinado solo? ¿Falcone no podía haber sido asesinado solo?
Décadas de investigaciones, y de opiniones, nos han explicado que no, no podían ser asesinados solos, porque la advertencia tenía que ser gigantesca, asumir un calibre bíblico, para que los vivos nunca más volvieran a tomar como ejemplo a Dalla Chiesa y a Falcone. Siempre nos pareció una hipótesis muy cercana a la siguiente afirmación: “ya está hecho”. En otras palabras, no nos ayuda a comprender quién fue el ideólogo. Y por qué se rompió la “regla”?
¿Por qué – es la pregunta que uno se hace – este trato quedó reservado solo para ellos dos? Es una pregunta que tal vez puede ser útil hoy en día, a pocas horas del día del aniversario. Vamos a los hechos. Dalla Chiesa, mientras estaba con vida, en sus “cien días” de misión en el territorio siciliano,jamás fue amado por los palermitanos. Fue escarnecido, humillado, obstaculizado. No gozaba de buena prensa. Era considerado como el piamontés, el graduado de alto rango del Ejército, el castiga locos de las brigadas rojas, el que investigaba sobre la ejecución de Aldo Moro, el que hablaba en voz alta en la ciudad de los silencios atávicos, el que “iba directo al hombre”, como se diría en jerga futbolística, haciéndole la vida difícil a los representantes de los potentados económicos, empresariales, políticos e institucionales sicilianos, era considerado como decíamos, como un cuerpo extraño. Ninguna simpatía, o poco más que eso, hasta incluso por parte de la sociedad civil.
¿Por qué? Es suficiente con recordar que, en ese momento, las riendas del poder demócrata cristiano estaban en las manos de un señor elegantemente vestido de negro que respondía al nombre de Giulio Andreotti. Y que su corriente, esos buenos chicos a los que también se les llamaba como los “andreottianos de Sicilia”, tenía su casa madre en Palermo, la sede central de la empresa.
Y que en cambio la economía siciliana estaba representada por los primos Nino e Ignazio Salvo, por el potentado de los Cassina, por los cuatro “caballeros cataneses” del trabajo, los Costanzo, los Rendo, los Finocchiaro, los Graci, mientras que por encima de todos ellos dominaba la negra sombra de Vito Ciancimino, quien en aquel entonces estaba en todo el esplendor de sus años delictivos.
A todos ellos, sin excepción, desde el primer día de su ascenso al poder, Dalla Chiesa les había declarado una guerra abierta y sin miramientos. Con hechos, incluso antes de hacerlo con las palabras. Y no olvidemos que para completar el cuadro, el famoso “clan de los corleoneses”, viejos conocidos del General, que precisamente en Corleone había dado sus primeros pasos en el campo de las investigaciones.
Además, para empeorar las cosas, estaba todo lo que ya había ocurrido “antes” de su llegada. Habían sido asesinados el jefe de la policía de Palermo, Boris Giuliano, el juez Cesare Terranova, el presidente de la región siciliana, Pier Santi Mattarella, el capitán de la compañía de los carabinieri de Monreale, Emanuele Basile, el Fiscal en jefe de Palermo, Gaetano Costa, el cirujano vascular del “Hospital Civico” de Palermo, Sebastiano Bosio, el empresario Pietro Pisa, el secretario del PCI siciliano, Pio La Torre.
En fin, Dalla Chiesa, se encontró lanzado allí desde un paracaídas, por más que él mismo lo hubiera solicitado noblemente, en el cráter de un volcán en plena actividad. Y lo último que queda por recordar, pero que tiene una importancia inconmensurable si queremos comprender lo que ocurrió hace 33 años, es que Dalla Chiesa en Roma había sido distinguido con el título de “comisario”, pero los poderes efectivos correspondientes a dicho cargo bajo el cual tendría que haber hecho frente a la mafia en la cueva del lobo, jamás le fueron otorgados. A pesar de que los reivindicó hasta la muerte.
Hay otro, por así decirle, detalle: Dalla Chiesa no tuvo ningún miramiento al momento de hacerle saber al hombre de negro, Giulio Andreotti, que no se las habría hecho pasar fácil precisamente a su corriente siciliana ya que era ampliamente sospechada de connivencia con los clans mafiosos. Todo esto, negro sobre blanco, quedó transcrito en una carta enviada a Giovanni Spadolini, Presidente del Consejo en aquel momento. Así se llenó la copa.
Habló abiertamente de ello a primeros de Agosto de 1982, un mes antes de su muerte. Me encontré con él para realizarle una entrevista que publiqué en el periódico “L’Unità” en memoria del fiscal Gaetano Costa a quien había conocido en Villa Whitaker, la sede de la Comisaría de Palermo. En ese período del año, solo para recordarlo, las víctimas de la mafia en Palermo ya eran ochenta y dos.
Dalla Chiesa estaba solo. Hablaba como una persona que ya era consciente de su soledad. A su lado, por más que fuera el comisario de una Palermo en guerra, no tenía ningún secretario, ningún colaborador, ni siquiera un cadete.
¿Quién encarnaba, en ese momento, el Estado?
¿Él, con toda su soledad? ¿Con toda su determinación, con su tenacidad, su lucidez de análisis y juicio que lo llevaron incluso hasta a intuir, en aquella entrevista, que se estaba a punto de manifestar el “fenómeno de los arrepentidos” entre las filas de los mafiosos? ¿O la plétora de todos los que deseaban su fin y que ese día optaron por quedarse a la sombra, que estudiaban silenciosamente sus movimientos, para transmitirlos diligentemente y al instante a los interlocutores de aquellos “poderes romanos” que hacían un doble juego?
Dalla Chiesa – esto es lo que queremos decir – sentía que era el Estado, que lo representaba, que lo servía. En este sentido, era igual que Falcone. Y tenía con qué, ya que contaba con un impresionante currículum de hombre al servicio de la ley. Pero existía el pequeño detalle de que el Estado (el auténtico) que lo había enviado a Sicilia con bombos y platillos, cuando la temperatura criminal se elevó excesivamente en lo profundo de su corazón lo quería ver muerto.
En este sentido, al igual que Falcone y Borsellino.
No fue una casualidad que mientras las fuerzas del orden se precipitaron entre el sonido de las sirenas y las luces intermitentes en el lugar del atentado, en calle Carini, donde además de Dalla Chiesa y Emanuela murió  también su fiel chófer, el agente Domenico Russo, sombras furtivas entraron en la Comisaría, violaron la caja fuerte del General, hicieron desaparecer para siempre los documentos más comprometedores que él mismo había recopilado durante sus “cien días” en Palermo. Y en los que figuraban nombres, apellidos y direcciones de la Sicilia criminal de aquel entonces.
Esta es una historia, cabe mencionar, que se repetiría con los diarios de Falcone y la agenda roja de Paolo Borsellino. Posteriormente, en el lugar de la emboscada, apareció la inscripción: “aquí murió la esperanza de los sicilianos honestos”. Palabras proféticas de lo que ocurriría posteriormente.
Ahora quizás, 33 años después, podría haber llegado el momento de decir que Carlo Alberto Dalla Chiesa fue asesinado por la tenaza de la yunta Estado-Mafia y de la Mafia-Estado que tenían todo el interés, tanto en Roma como en Palermo, de verlo muerto.
De hecho, duró demasiado la empalagosa cantinela que sirvió de banda sonora a lo largo de estas décadas que habla de un Carlo Alberto Dalla Chiesa “asesinado por la mafia”.  
La mafia, claro está, hizo su parte. Pero dicho atentado representó mucho más.  
Fue el desesperado intento de restablecer un orden de cosas en el que todos los poderosos iban del brazo, y que por eso era intolerable la presencia de figuras ejemplares, esquirlas enloquecidas, personalidades institucionales “fuera de su ruta” y que inevitablemente se metían en la ruta de colisión con las instituciones romanas.
El director colectivo de la masacre de calle Carini además incluyó en el guión la eliminación de Emanuela Setti Carraro para dar a entender que no se tolerarían nuevos amotinamientos. Es por ello que no se respetó el viejo precepto mafioso. Eran otros los que se convirtieron en los actores secundarios.   
¿Diez años después la historia se repitió?  
El director colectivo de Capaci y via D’Amelio se vio obligado a repetir su trabajo.  
Matando a Francesca Morvillo y perpetrando el atentado de via D’Amelio.  
Es justo y legítimo sacarle brillo a las lápidas.
Pero quizás no sea suficiente para nuestra conciencia de hoy en día. Sería mucho mejor, por ejemplo, tratar de entender por qué al Estado de hoy, 33 años después de calle Carini, o 23 años después Capaci y de via D’Amelio, siga molestando tan profundament el proceso judicial que se está celebrando en Palermo sobre la Negociación Estado-mafia.
Y sería conveniente que quienes saben estas cosas, habiendo tenido la desgracia humana de tener que atravesar por ellas, dijera alguna palabra de apoyo en favor de todos esos magistrados palermitanos que están en primera fila, en profundo aislamiento, precisamente porque ya han comprendido todo lo que tenían que entender. Y que, en forma sacrosanta, querrían poder probar en el juicio.  
Sobre todo para evitar que nuevas lápidas, con el paso del tiempo, necesiten luego una apresurada restauración.
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