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victoria200Por Jean Georges Almendras desde Buenos Aires, Argentina -10 de abril de 2018

“Estar ahí adentro en la ESMA significaba estar en una dimensión extraña entre la vida y la no existencia. Estar encapuchado significaba, además de haber sido cosificado por un número, estar `paralizado, sin absolutamente relación con nada. Es decir, estar formando parte de un proceso absolutamente inhumano, en donde no teníamos ninguna capacidad de decisión.( ) Lo que nos quedaba era nuestro mundo interno que a su vez apuntaban ellos a destruirlo completamente, la condición de no enloquecer es muy compleja estando encapuchando, engrillado y secuestrado. Creo que teníamos una condición que todavía no está claramente definida, porque para la sociedad éramos desaparecidos, pero ahí dentro ¿qué éramos?”

(Testimonio de Fernando Kron, sobreviviente. Secuestrado desde el 14 de junio de 1977 al 11 de febrero de 1978.Testimonio Juicio ESMA.Causa 1270, 27/8/2010)

Para los jóvenes del Movimiento Cultural Our Voice, estar ahí, en el viejo edificio de la ESMA en este mes de abril 2018, significó revivir (entre comillas) lo que otros seres humanos vivieron. Para ellos estar ahí, significó sentir profundamente los indescriptibles sufrimientos, no solo de las 5.000 personas que pasaron por la entrañas de este edificio devorador de seres humanos, sino de los millones de personas que hoy viven en diferentes lugares del mundo: injusticias, persecuciones, tormentos, atropellos, violaciones, carencias educativas, carencias culturales y carencias económicas.

Se llamó “Victoria”, la historia íntegramente escrita por los jóvenes del Movimiento. Una historia que comprende varias historias.

Historias llevadas al escenario de la sala teatral del edificio del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, de la Ex ESMA, de la Avenida Libertador, en el marco del Primer Festival Internacional de Stop Motion, en el corazón de la capital Argentina.

Y se llamó “Victoria”, la niña protagonista de la historia. Una propuesta de teatro amateur con la fuerza de la juventud que busca alcanzar la cúspide de la comunicación y del compromiso, como modalidad de denuncia. Una propuesta que cautivó al espectador, por el valor escénico, por el valor actoral y por la sensibilidad demostrada en cada uno de los 60 minutos de la obra.

Matías Guffanti abrió el espectáculo, con la fuerza indispensable para que todos los minutos siguientes tengan el marco adecuado para que los mensajes de cada una de las historias hagan vibrar la fibra más intima de cada uno de los espectadores.

Tras semejante arranque sobrevinieron las historias, una a una, con fuerza indescriptible.

“Victoria”, una niña que no llegaba a los diez años –representada con magistral inocencia y entrega por Yasmín, una de las benjaminas de OurVoice- fue el hilo conductor para un viaje por los confines más desgarradores de la condición humana, en una puesta en escena y una ambientación acorde con el mensaje.

El espectador fue impactándose con cada una de las historias, en apariencia distantes entre sí. Pero en realidad fueron historias entrelazadas y cargadas de una sabiduría, de un mensaje, y de un lenguaje, más que acertados. Los textos sensibilizaban visiblemente al espectador.

Lo sensibilizaban porque los textos no eran banales. Eran textos de una profundidad admirable. Textos directos. Textos sin mordazas. Textos combativos. Textos que no pasaron inadvertidos.

Victoria habló de su padre desaparecido por el solo hecho de luchar por un cambio de la sociedad.

Y su padre, interpretado genialmente por Diego Grachot, marcó el sentido y el cometido de esa lucha, que fue la lucha de los 30.000 desaparecidos y de cada uno de los argentinos y sudamericanos que se enfrentaron a los represores, a los dictadores, padeciendo las letales consecuencias del terrorismo de Estado y del Plan Cóndor.

Tras el dramático y desesperado alegato, de ese padre desolado por el sufrimiento y por la represión, sobrevino una secuencia de canto y música que levantó la apuesta de la trayectoria escénica.

Fue Juan Manuel el artífice de este momento. Un Juan Manuel secundado prolijamente por Christian y por Agustín, en percusión y guitarra respectivamente. El trío interpretó un tema de alto nivel creativo: “¿Dónde están?”. Una excelente creación de un Juan Manuel que logró el texto ideal para trasmitir un mensaje directo a la sociedad y al poder.

El aporte musical fue la llave para entrar en otras historias.

Historias que hablaron de los dramas de nuestro mundo. De nuestro mundo intolerante y cruel. De nuestro mundo esquizofrénico y demencial. Del mundo en el que nos vemos inmersos usted y yo.

Leandro y Romina fueron los elegidos para trasmitir a la platea la tragedia y el dolor de los pueblos originarios. Y los resultados fueron excelentes. Cada segundo de su excelente interpretación marcó con creces la negra página de la historia argentina a la hora de avasallar a las comunidades, transformando a los represores en bestias y a los mapuches en víctimas, como lo fueron Santiago Maldonado y Rafael Nahuel. Víctimas de un odio y de un racismo ancestral, en complicidad con el poder subordinado a los intereses económicos de los argentinos y chilenos, y de los estadounidenses y de los europeos. Como fue ayer, es hoy.

El periodismo argentino pacato y servil a todos esos intereses estuvo interpretado, con el acierto de una genial comedia, donde el humor no estuvo ausente, por Patricio y Emilia. Juntos hicieron dinamita, transformando la escena en un enriquecedor trabajo actoral, que puso en evidencia -con perfección admirable- la perversidad mediática a lo largo de la historia de los pueblos. Una perversidad mediática, que hoy en argentina se torna macabra y letal. Como en el resto de América Latina.

Ramiro, pese a su juventud, dejó sobre el escenario un muy valioso aporte encarnando a un presidente. Un presidente de nuestros días. Un presidente emblema de las hipocresías y de las demagogias, y de los ajustes económicos para perjudicar a los sectores más vulnerables y para reprimir a los revoltosos. Un presidente de nuestros días. Un presidente no necesariamente argentino.

Leandro salió otra vez al escenario con una de sus especialidades: ser rapero. Y lo fue exitosamente, aludiendo a “Victoria”, la niña de nuestra historia.

Giorgio, un niño del Movimiento Our Voice de solo doce años, dejó sobre el espacio escénico un trabajo impecable y movilizador desde diversos ángulos. Su magistral interpretación permitió trasmitir al espectador cada instante de sufrimiento y dolor, que viven los niños del mundo, por el consumo de drogas y por el hambre. En cada palabra, en cada movimiento y en cada gesto el niño supo evidenciar el drama en toda su extensión. Fue una escena compartida con Renzo, cuyo inicial ingreso a escena llevándolo en brazos, impacto y emocionó a la platea. Una escena, que como todas las de la obra, sensibilizó al espectador y fue una denuncia mordaz del sistema en el que nos encontramos sumergidos. O lo que es peor, del sistema que permitimos que nos devore y que nos destruya.

De ahí en más, el espectáculo incursionó en la danza, de la mano de Victoria, Alina y Anubis. Una escena de danza y denuncia prolijamente desarrollada y que precedió a la incursión de Victoria, cuyos años de infancia quedaron atrás, dando paso a una joven que habló sobre su vida y sobre muchas vidas, en definitiva sobre un mundo alienante y cruel. Una Victoria interpretada por Guillermina Lembo, que al mismo tiempo fue asesora teatral y pilar del elenco, junto a Sonia Bongiovanni, de tan solo 16 años, en su papel de alma mater y fundadora del Movimiento.

Y fue precisamente Sonia Bongiovanni, junto a Matias Guffanti y Diego Grachot, quienes se hicieron cargo de los últimos tramos del espectáculo de denuncia. Tres jóvenes que fueron un solo joven. Tres jóvenes que fueron los 47 jóvenes que se estremecieron al visitar los escenarios de la tortura y de la muerte en la ex ESMA.

Tres jóvenes que son el emblema de un Movimiento que supo distribuirse y organizarse sobre el escenario. Los unos actuando y los otros en el apoyo entre bambalinas, para lograr un trabajo de alto nivel. Un trabajo que fue el resultado de horas y horas de ensayo. Horas y horas de agotadores esfuerzos para lograr un solo cometido: llevar a escena una idea y un mensaje dirigido a los jóvenes y al mundo. Una idea que es la idea de los jóvenes de hoy. Una idea que busca, a gritos, un cambio en el mundo. Un cambio no solo para los jóvenes. Un cambio para todas las generaciones. Un cambio urgente.

Sonia Bongiovanni habló de que cada uno de los jóvenes se expresó con palabras y con sentimientos verdaderos, porque hay que cambiar el mundo, y porque las injusticias fueron y son cada vez más, en este mundo. Y porque tanto ella como todos los jóvenes del Movimiento, creen en el mundo, creen en una esperanza, creen en la justicia y creen en lo que representaron.

Matias Guffanti, representando a los jóvenes de Sudamérica, agradeció a los organizadores del Festival Internacional Stop Motion, haberles dado la posibilidad de presentarse en el ex edificio de la ESMA. Porque hacerlo allí les marcó mucho sus vidas, como una suerte de legado para continuar con la lucha de quienes padecieron tormentos y perecieron dentro de las paredes de un edificio siniestro y del terrorismo de Estado.

Con el mismo ímpetu, con la misma sensibilidad y con el mismo compromiso que los jóvenes del Movimiento, habló finalmente Giorgio Bongiovanni, el director de Antimafia Duemila. No por casualidad, porque el Movimiento y en definitiva el arte, la música y la poesía, son una expresión genuina de una tarea de denuncia, propia de la Antimafia.

“Estoy muy emocionado y no sé qué decir. Ha sido un espectáculo extraordinario. Hoy visite el lugar donde se torturó y de privó de la libertad a miles de personas. Solo puedo decir nunca más. Nunca más a la violencia, nunca más a la dictadura, nunca más al fascismo, nunca más al nazismo, nunca más. Nunca más a los corruptos, nunca más a la persecución de los justos.

Ahora nosotros tenemos la oportunidad de aniquilar a ellos, pero no con la violencia como hicieron ellos. Estas personas enfermas de la mente, como Videla, como Massera. Ellos servían a un poder más arriba de ellos. Ahora nosotros los aniquilaremos, con el arte, con la música, con la solidaridad, con la hermandad. Este es el tiempo que nosotros podremos cambiar el mundo. Estos chicos nos hicieron ver lo que se hizo en este lugar, como se ha hecho y se hace en otros lugares del mundo. Entonces nunca más.”

La sala estalló en aplausos.

Los aplausos fueron un intenso soplo de aire y de oxígeno para los jóvenes del Movimiento Our Voice (Nuestra Voz). Para que sigan con su camino. Con su camino de teatro, música y danza. Con su camino de denuncia. Con su camino de sacrificios y de entregas, sorteando los obstáculos de los tiempos modernos. Sorteando las envidias y las maldades de los hombres que no quieren comprender y tolerar a los jóvenes. A los jóvenes que ya están hastiados de este mundo incoherente y perverso, colmado de sistemas económicos, que estrangulan vidas y esperanzas.

Un camino de compromiso que lo hacemos nuestro, aún sin ser jóvenes.

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*Foto de Gonzalo Leal.

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