Por José Guzmán- 28 de Octubre 2018
¿Acaso no hemos aprendido nada en Latinoamérica, y la historia pareciera repetirse como un bucle mientras cometemos los mismos errores una y otra vez?
En Brasil la siniestra mano de Steve Bannon -el ultra reaccionario asesor de campaña de Donald Trump y cuyo equipo hace meses se instaló en Brasil- apareció de manera inconfundible en toda la campaña del nuevo presidente de Brasil. El slogan del “gigante” es una copia al portugués del empleado en la campaña de Donald Trump: “Hagamos que América sea grande otra vez”, así decía el estadounidense en su campaña.
El Mesías -Jair Mesías Bolsonaro gano, aquel que adoptó su segundo nombre “Mesías” luego de un fantástico bautismo en las aguas del Jordán en medio de una amplia cobertura mediática- aquel hombre que proyectaría al Brasil al lugar que le corresponde en el mundo.
“Dieciséis años de gobierno de los bandidos” se escuchaba en las calles de Brasil luego de que se anunciara la victoria de Jair; casi un calco de un argumento ya muchas veces escuchado en Argentina.
La inédita eficacia de las nuevas técnicas de la propaganda política utilizadas en la campaña de Jair Bolsonaro horrorizan, pero campañas de terrorismo mediático no son algo nuevo en Latinoamérica. En 1970 la candidatura de Salvador Allende en Chile fue combatida con un torrente cotidiano de difamaciones a través de El Mercurio y el Canal 13 de la Universidad Católica. Pero la eficacia de esas maniobras no era muy grande. Ahora, en cambio, se produjo un salto cualitativo y el impacto de estos lavados masivos de cerebro es casi perfecto.
Los menores de treinta años sólo prenden la TV para ver fútbol, no leen los diarios y sólo escuchan música por las radios o con sus teléfonos. Su nivel de información es bajísimo, y sus creencias y percepciones fueron magistralmente manipuladas por Bannon y sus asociados locales, operando sobre ese sector social desde marzo de este año. No obstante, cuando las encuestas preguntan en las favelas y barriadas periféricas cuáles son los principales problemas de su comunidad; la corrupción aparece en tercer lugar, después de la inseguridad y los problemas económicos (carestía, desempleo, bajos salarios, etc.).
Pero la pérfida y muy eficaz propaganda de la derecha logró hacer de la corrupción -la lucha contra los supuestos ladrones y la regeneración moral del Brasil- el eje excluyente de esta campaña, en donde no se habló de otra cosa.
“Los que votaron hoy nunca vivieron una dictadura, no saben lo que es persecución. Viven de programas de tv, ellos no pueden decidir, sus celulares les dicen que pensar y Bolsonaro en las redes vendió basura. El problema es el ser humano hipócrita, habla de hacer lo correcto y se golpea el pecho pero no es capaz de ayudar a su semejante”
“Los políticos son el producto de la sociedad, hoy ganó Bolsonaro porque somos ignorantes y las personas no saben que tienen el poder de cambiar el rumbo de sus vidas, hoy es un día triste para Brasil la dictadura comenzó”
Eran las palabras de Roberto, Argentino radicado en Manaos, Brasil que huyó de la dictadura argentina del “76, y hablaba con la redacción de Antimafia dos mil Argentina minutos después de conocerse los resultados.
En Brasilia las personas afines a los eslogan dictatoriales de Bolsonaro se reunieron a festejar tal vez sin entender que de alguna manera su decisión los afectará a ellos mismos en un país donde las minorías son vedadas de sus derechos a diario; un gobierno con las cualidades del que asumió socavarán un abismo aún más grande para todos.
Pero festejan la dictadura, como si estuviéramos en ese mundo distópico como el de la película Brazil de Terry Gilliam (1985). Vivimos, obramos y actuamos por lo que las pantallas nos indican, pero detrás hay toda una maquinaria para ejercer la opresión a los más débiles para que el sistema funcione implacablemente, un mundo donde nadie hace nada, nadie se revela.
Las alas del Cóndor sobrevuelan una vez más a Latinoamérica para llenarla de horror y odio, esperemos estar a la altura de las circunstancias para enfrentar un futuro difícil en estas latitudes.
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Fotos: Verónica González