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Por Jean Georges Almendras-Diciembre 16 de 2016

No conocí personalmente a Berta Cáceres, pero conocí su historia y me conmovió profundamente. Cuando la noticia de su muerte llegó a mi mesa de trabajo en la redacción de Antimafia, en Montevideo, a comienzos de este 2016, me sumergí en una espiral de rabia e indignación, por lo que de inmediato escribí un artículo para recordarla. Para homenajearla. Aun a sabiendas de que mi escrito nada haría para devolverle la vida.

Esa vida segada por el poder imperante en Honduras, su tierra natal. Esa tierra donde el pueblo indígena Lenca viene resistiendo estoicamente el avasallamiento de los criminales intereses financieros que dominan la zona, siempre abrazados a los valores materiales, pisoteando vidas y esperanzas.

Berta Cáceres, una histórica dirigente lenca, fue asesinada a balazos la noche del 3 de marzo de este año, en la jornada previa a cumplir 43 años de vida. Sus asesinos no cumplieron con su cometido por casualidad. Sus asesinos cumplieron una orden. La orden del poder que consideró que Berta molestaba y era un obstáculo.

Y tanto fue un obstáculo, que el año anterior a su desaparición física, su lucha y su persona cobraron una popularidad y una fama internacional tal que Berta Cáceres fue galardonada con el Premio Ambiental Goldman. Un galardón que le significó la muerte, porque ser premiada, para las mentes enfermas de sus asesinos, fue como un misil en contra de sus intereses. Un misil que había que neutralizar. Y no hubo mejor forma de neutralizar ese misil que apelar a los infaltables sicarios a sueldo, que siempre están agazapados a las redes de poder. Ellos finalmente dieron muerte a la activista indígena. Pero los ideólogos de este atentado nunca supusieron que apagar la vida de Berta no era apagar su lucha o sus ideas. Todo lo contrario. Berta cobró un mayor reconocimiento mundial: como una mártir y como una heroína, repleta de luz y colmada de vítores.

¿Por qué una heroína? Porque fue una defensora comunitaria de los derechos de los pueblos indígenas y una tenaz protectora del ambiente en Honduras. Una tenacidad que la llevó a denunciar en la ceremonia de entrega del premio Goldman, el creciente número de amenazas de muerte contra su persona y contra otros integrantes de su movimiento. Una tenacidad tal que en los años que precedieron a su muerte tuvo la energía y la fortaleza de espíritu para liderar una larga lucha contra la construcción de una hidroeléctrica en la tierra de su pueblo natal Lenca, por parte de multinacionales que lo único que procuraban era mejorar en extremo sus ganancias y llenar sus cofres, a costa de vidas humanas, las que perderían sus tierras, su calidad de vida y sus tradiciones. Como si el progreso fuese la tierra prometida y la madre tierra una sirvienta del planeta, a merced de los hombres y sus extraviados intereses.

El crimen de Berta Cáceres provocó una protesta internacional, totalmente inesperada por sus asesinos materiales e intelectuales. Una protesta internacional que puso de relieve o sobre el tapate público mundial el nivel de violencia y de intimidación al que estuvieron y están expuestos los ambientalistas y las comunidades indígenas de Honduras y de otros países de Sudamérica, en este siglo XXI que corre a pasos agigantados.

Por aquellos días, Berta Cáceres se rehusó enérgicamente a dar acceso o permitir que poderosos intereses violentaran los derechos de los pobres y de los marginados, destruyendo ecosistemas. Por aquellos días, Berta Cáceres, con un enfoque local llevó adelante una causa que hizo vibrar al mundo entero, inspirando a otros a luchar en cualquier punto del planeta por los derechos ambientales.

Si por aquellos días, el estupor y la indignación por la muerte de Berta, ganaron las calles y los caminos de Honduras y los noticieros de la región y de todo el mundo, hoy el homenaje y los reconocimientos a su actividad y a su legado, también ganan las calles y los medios de comunicación.

Y hablando de reconocimientos, hubo uno muy reciente. Fue el que la ONU le asignó a Berta. Un reconocimiento póstumo: el premio anual de Campeones de la Tierra, que generalmente se otorga a destacados líderes de gobierno, de la sociedad civil y del sector privado, cuyas acciones hubieron tenido un impacto positivo sobre el ambiente.

Los premios del 2016 de “Campeones de la Tierra” de la ONU Ambiente fueron entregados en el marco de una pomposa recepción de alto nivel organizada por el gobierno de México en la Conferencia de la ONU sobre Biodiversidad en Cancúm.

Roberto Cáceres, hermano de la activista Berta, recibió el premio “Campeón de la Tierra” en la categoría de Inspiración y Acción. Roberto Cáceres, con la misma humildad de su hermana dijo ante la numerosa concurrencia: “Nuestra familia espera que este premio ayude a asegurar que la maravillosa vida de Berta, así como la lucha del pueblo Lenca, no se olvide e inspire a todos los que luchan por los derechos ambientales en el mundo”.

Un homenaje póstumo. Pero homenaje al fin. Homenaje que nos hace pequeños y que la hace más grande aún, a ella. Merecidamente.

El crimen de Berta Cáceres sigue impune. Las autoridades hondureñas derrocharon palabras y promesas de castigo a los culpables, pero hasta el momento no hay condenas, solo hay personas detenidas, estando entre ellos inclusive un empleado de la compañía local encargada del proyecto de la represa.

Berta Cáceres fue una hondureña justa y de alma pura, que fue asesinada por el poder de turno. Una hondureña. Una sudamericana. Una ciudadana del mundo, que sigue siendo reconocida y homenajeada. Pero lamentablemente, la impunidad sigue encubriendo a los verdaderos ideólogos de su muerte. Una historia que se repite también en Italia, con otros justos asesinados por la mafia.

Historias de impunidades que nos repugnan, y homenajes y luchas que nos confortan. Es la convivencia nuestra de cada día.

*Foto de Portada:https://elpais.com

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