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claudio rojas clPor Claudio Rojas, desde Chile-31 de mayo de 2020

Según declaraciones del representante regional de la FAO, el mexicano Julio Berdegué, con la actual pandemia la cifra de latinoamericanos con hambre se va a elevar al menos en unos 20 millones.

En Chile este virus le ha servido a las autoridades del país para imponer el estado de emergencia o catástrofe, confinar a la gente en sus casas y frenar, aunque sea por un tiempo, el descontento social que estaba a punto de tumbar al gobierno de Piñera, y poner en jaque a todo un sistema de escandalosa concentración económica, abusos contra la población y el evidente incremento de la corrupción, el narcotráfico y la delincuencia.

La Moneda se ha propuesto convencernos de que el Coronavirus no distingue entre pobres y ricos y tampoco demasiado entre la edad de quienes ataca. Lo que es completamente falso puesto que no hay duda de que el virus se propaga mejor donde impera la pobreza y el hacinamiento, así cuando las condiciones del invierno se hacen más duras. Era de prever que donde vive una o varias familias en solo cuarenta o cincuenta metros cuadrados no haya mascarilla que pueda atajar la propagación del virus, salvo que el Ejecutivo aspire a que, además de los confinamientos, los pobres guarden silencio y dejen de comer. Medidas que no serían tan extrañas cuando ya a los mayores de 75 años se les ha prohibido salir de sus viviendas, una decisión que ha escandalizado en Europa, por ejemplo, donde los derechos humanos y sociales son mucho más considerados que en Chile.

De hecho, es cosa de sintonizar la propia televisión del país para encontrarse con testimonios que se les filtran a los obsecuentes reporteros, en la voz de quienes llevan varios días sin alimentarse, carecen de agua potable o solo cuentan con un baño para diez, quince o más personas. Por más que se les estén repartiendo cajas con algunas provisiones y enseres de aseo, antes que las forzadas cuarentenas estallen, como ya ocurre en algunas poblaciones donde el desempleo y la furia social se está propagando más que este virulento virus.

No pecamos de mal pensados en nuestra sospecha que los confinamientos decretados en las comunas más marginales de Santiago tuvieron por sobre todo la intención de impedir que los pobres concurran a los barrios pudientes de la Capital, ya sea para buscar trabajo o implorar asistencia alimenticia. Levantados los confinamientos en donde viven los más ricos, las autoridades alcanzaron a jactarse de los buenos resultados obtenidos, hasta que se dieron cuenta de que la buenas cifras se revertían rápidamente con el retorno de las servidumbres y los dependientes de supermercados y tiendas, los que cotidianamente deben trasladarse de desde los barrios periféricos.

Pensamos que uno de los efectos positivos de la pandemia es habernos exhibido muy claro los vergonzosos niveles de nuestra desigualdad social, el verdadero rostro de la pobreza y de la miseria. Algo que era ignorado u ocultado por la clase política y los grandes medios informativos. En efecto, hasta a los faranduleros astros y estrellas de la Televisión los hemos observado conmovidos y derramando lágrimas ante las dramáticas imágenes de las poblaciones. Sin embargo, parece muy difícil que los poderosos empresarios del país y multimillonarios como el propio Jefe de Estado abran sus abultadas billeteras para socorrer a los más necesitados.

Es posible que algunos piensen que el incremento de los pobres y el inevitable frenazo de nuestras economías podrían estimular las pretensiones de la auto denominada centro izquierda por retornar a La Moneda y retener una digna representación en el Parlamento y los municipios. Por el contrario, lo que sí nos parece alentador es que el pueblo siga con los ojos bien abiertos y, durante los momentos más críticos de esta pandemia, sea capaz de mantener su repudio al conjunto de la llamada clase política, proponiéndose la promoción de sus propios y legítimos representantes para hacerse cargo de la conducción de nuestro Estado. Junto con alcanzar una Constitución verdaderamente democrática.

Esta parece ser la única posibilidad para que alguna vez pueda responderse la invocación pontificia en cuanto a que “los pobres no pueden esperar”. Aunque no hay duda de que en todo el mundo los más vulnerables y segregados continuarán muriendo de hambre, por las pestes, las guerras y la inhumanidad de los poderosos.

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